Racionamiento en Venezuela

Maduro quebrado

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«Decreto un refinanciamiento y reestructuración de la deuda externa y de todos los pagos venezolanos (...) Vamos a completar una reconfiguración para buscar el equilibrio y para cubrir las necesidades e inversiones del país», aseguró a principios de mes Nicolás Maduro. Para el director de la firma de consultoría económica y financiera venezolana, Alejandro Grisanti: «Los refinanciamientos son voluntarios, las reestructuraciones no (...) Uno no entiende el movimiento del presidente. No sabemos si lo hace por ignorancia o por maldad».

A mediados de esta semana, Antón Siluánov, ministro ruso de Finanzas, aseguraba: «Tenemos un pacto para reestructurar la deuda de Venezuela. Los venezolanos están dispuestos a hacerlo en las condiciones acordadas». El acuerdo supondría una reestructuración de 3.000 millones de dólares. El respaldo y la excesiva complacencia del Kremlin permiten dos cosas: en primer lugar, seguir sosteniendo el modelo paternalista que enaltece la revolución bolivariana y que resulta la envidia de toda la izquierda trasnochada. En segundo lugar, significa una conveniencia mutua en lo geopolítico; para Venezuela un jugador que podría endulzar los oídos del liderazgo europeo con el propósito de opacar la satanización del Gobierno chavista, y para Rusia, la puerta de entrada a América Latina y tener un satélite cercano a los Estados Unidos.

El acuerdo entre el caudillo venezolano y el calculador Putin plantea en apariencia una oxigenación económica al Ejecutivo de Caracas. Sin embargo, en palabras del economista y diputado por la Asamblea Nacional de Venezuela Ángel Alvarado: «No oxigena porque no es dinero fresco. Una reestructuración de deuda implica extensión de plazos, buscar períodos de gracia, prometer algún tipo de flujo distinto; por ejemplo, no pagar en dinero sino en petróleo, entre otras cosas».

Pagar la deuda externa venezolana supondría herir de muerte el modelo asistencialista. Eso implica pedirle un mayor sacrificio al pueblo. Aumentarían los índices de escasez en alimentos y medicinas. Sería más evidente, de lo que ya es, la rampante y agresiva hiperinflación no declarada que arremete contra el bolsillo del ciudadano de a pie. En este sentido, la decisión pasaría por infligir mayor sufrimiento al pueblo y por lo tanto aumentar su molestia, o bien profundizar la desconfianza del Gobierno en los mercados financieros y arriesgarse a ser juzgado en tribunales internacionales por los tenedores de bonos y acreedores de deuda.

No hay duda, el cerco económico en contra del Ejecutivo venezolano representa una estrategia para asfixiar a Maduro. La presión pareciera responder a un intento para que el elefantiásico hijo de Chávez termine por ceder en unas eventuales condiciones políticas que la oposición podría estar demandando en el futuro cercano. Sin dinero no hay paraíso chavista, sin dinero no hay paternalismo posible. Por lo tanto, la deuda podría convertirse en una herramienta que le obligue a Maduro a retroceder en su intento por convertir al país en una especie de paraíso burocrático, al mejor estilo cubano, y que le permita finalmente eternizarse en el poder.