Alerta mundial

Un megaterremoto de 8.8 en Kamchatka desencadena una alerta masiva de tsunami en el Pacífico

Las redes globales de monitoreo geológico captaron el evento en minutos, confirmando su intensidad. Este fenómeno, uno de los más potentes registrados en el área, lo coloca a en la élite de los epicentros históricos, comparable a los cataclismos de Esmeraldas, Ecuador (1906), y Biobío, Chile (2010), ambos de igual magnitud.

In this Dec. 27, 2004 file photo, debris litter the front lawn of Baiturrahman Grand Mosque after gigantic waves swept in Banda Aceh, Aceh province, Indonesia. (AP Photo/Achmad Ibrahim, File)
Ciudadanos de Hawai huyen de las zonas próximas al mar ante el riesgo de TsunamiASSOCIATED PRESSAgencia AP

En la remota península de Kamchatka, la tierra rugió este miércoles con una fuerza que no se sentía desde 1952. A 20,7 kilómetros bajo la superficie, y a unos 126 kilómetros de Petropávlovsk-Kamchatski, la capital regional, un sismo de magnitud 8,8 estremeció a los residentes. Las redes globales de monitoreo geológico captaron el evento en minutos, confirmando su intensidad. Este fenómeno, uno de los más potentes registrados en el área, lo coloca a en la élite de los epicentros históricos, comparable a los cataclismos de Esmeraldas, Ecuador (1906), y Biobío, Chile (2010), ambos de igual magnitud.

Aunque la zona afectada es poco poblada, su relevancia geológica es inmensa. Kamchatka, un mosaico de volcanes activos y placas tectónicas en constante fricción, es un laboratorio natural para los sismólogos. Este evento, surgido en la convergencia de la placa del Pacífico y la placa de Ojotsk, desencadenó una reacción en cadena que puso en alerta a medio mundo.

El sismo desató un tsunami que golpeó las costas de Severo-Kurilsk, en las islas Kuriles. Olas de entre 3 y 4 metros irrumpieron en el puerto, arrastrando embarcaciones y anegando instalaciones industriales. Las fábricas locales, pilares de la economía regional, sufrieron daños estructurales, aunque no se reportaron víctimas. El Centro de Alerta de Tsunamis del Pacífico emitió un aviso urgente, señalando posibles impactos en un arco que abarca desde Japón hasta Alaska, la Columbia Británica, la costa oeste de Estados Unidos, Sudamérica, Nueva Zelanda y Filipinas.

Terremoto Rusia
Terremoto RusiaT. GallardoLa Razón

En el país del Sol Naciente, la respuesta fue inmediata, marcada por la precisión de un territorio forjado en la experiencia de desastres tectónicos. Sin embargo, un evento inusual captó la atención: horas antes de la alerta oficial, cuatro ballenas quedaron varadas en la playa de Heisaura, en Tateyama, prefectura de Chiba. Los cetáceos, sensibles a cambios en el entorno marino, podrían haber detectado anomalías acústicas o electromagnéticas generadas. En Hokkaido, la isla más septentrional del archipiélago nipón y la más próxima a Kamchatka, las autoridades emitieron una alerta de nivel 5 —el máximo en la escala japonesa— para 10.463 residentes de Urakawa, una localidad costera. Esta categoría indica que un desastre está en curso, exigiendo acción inmediata para preservar vidas. En paralelo, más de 1,9 millones de personas en 21 prefecturas a lo largo de la costa del Pacífico recibieron avisos de nivel 4, instándolas a evacuar zonas vulnerables, como litorales y desembocaduras de ríos, antes de que la situación se agravara. Los desplazados encontraron refugio en sitios designados: estaciones de tren, hospitales, centros cívicos, escuelas o parques en terrenos elevados. Un punto realmente crítico fue la central nuclear de Fukushima Daiichi, en el noreste del país. Aunque no se detectaron anomalías, la Compañía Eléctrica de Tokio (TEPCO) ordenó la reubicación preventiva de todo el personal. La planta, que sufrió una fusión del núcleo en 2011 tras un tsunami devastador, está en proceso de desmantelamiento, y cualquier riesgo potencial moviliza respuestas rápidas.

Más al sur, el Comando Central de Operaciones de Emergencia (CEOC) de Taiwán identificó zonas costeras en riesgo, incluyendo Chiayi, Tainan, Kaohsiung, Pingtung, Taitung, el noreste de Nuevo Taipéi, Yilan y Hualien. Para enfrentar la amenaza, se desplegaron 23 helicópteros y 14 embarcaciones en estado de alerta. Las autoridades locales reforzaron la seguridad con patrullas marítimas en puertos pesqueros e infraestructuras costeras, mientras instaban a la población a evitar playas y áreas ribereñas.

Por su parte, Hawái activó protocolos de emergencia. En Honolulu y otras islas, se instó a la población a buscar refugio en terrenos elevados. Los datos del atolón Midway, un punto de observación libre de vientos, estimaron olas de hasta 1,8 metros. Como medida preventiva, se suspendió el tráfico aéreo, se clausuraron los puertos y los buques mercantes se alejaron de la costa. Cuando el tsunami llegó, la ola alcanzó solo 0,9 metros, pero las autoridades insistieron en la cautela: «Un tsunami no es solo una ola», advirtieron, recordando que las corrientes posteriores pueden ser igual de peligrosas.

El enigma de los tsunamis

Estos pulsos de energía, generados por fenómenos como sismos, deslizamientos submarinos o terrestres, erupciones volcánicas o, en casos extremos, impactos de asteroides, transforman el agua en un agente de inmenso poder. A diferencia de las olas comunes, los tsunamis son ondas extensas de baja pendiente que recorren miles de kilómetros, deformándose al interactuar con la topografía submarina o al aproximarse a las plataformas continentales.

La predicción de su alcance —la altura de las olas, la extensión de la inundación y las fuerzas que ejercen sobre estructuras costeras— constituye un desafío central para la mitigación de riesgos. Descifrar el impacto final de estos eventos sigue siendo una de las metas más esquivas de la geofísica. Las incógnitas persisten en tres frentes: la definición precisa de las condiciones iniciales del fenómeno, el modelado de su evolución a través del océano y la estimación de su recurrencia. Cada uno de estos elementos introduce márgenes de incertidumbre que complican la preparación y la respuesta.

En términos de devastación, los tsunamis superan a menudo a otros desastres naturales como sismos, huracanes o tornados. Aunque ocurren con menor frecuencia —con una incidencia global promedio de uno por año—, su impacto puede ser catastrófico. En regiones como Japón, donde los registros históricos son más detallados, estos eventos han dejado huellas tremendas. Sin embargo, en la mayoría de las costas del mundo, la documentación es fragmentaria, y muchos eventos menores, de alcance localizado, han pasado desapercibidos o no han sido registrados