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«Mi marido me hizo beber de la fuente de la alegría»

En julio de 2003 Fabiola escribió esta carta a su esposo con motivo del décimo aniversario de su muerte. Su amor por él seguía intacto

El enlace entre el rey Balduino I y Fabiola de Mora y Aragón fue retransmitido por televisión en medio de una gran expectación
El enlace entre el rey Balduino I y Fabiola de Mora y Aragón fue retransmitido por televisión en medio de una gran expectaciónlarazon

«Diez años después de su muerte, me gustaría compartir esta carta con mis compatriotas, que celebran la memoria del rey Balduino al que yo tanto amo.

Ha trazado un camino que nunca se podrá borrar. Este aniversario me incita a explicar la suerte que he conocido a su lado y que proseguirá, pues cuanto más tiempo pasa, más fuerzas me da para vivir. Me ha ayudado a mantener la confianza y esperanza en los momentos más críticos.

Muchos no pudieron conocer cuál era su verdadera naturaleza, en parte, por la discreción que le caracterizó. Como su esposa, creo que he apreciado mejor que nadie esas cualidades que supo demostrar. Le he admirado intensamente en cada momento porque no me he cansado jamás de contemplar a la persona que tanto he amado.

Al compartir el profundo conocimiento que tengo de él, hoy respondo a la llamada de mi corazón. Su inagotable amor fluía con naturalidad y le infundía alegría a él y a los que estaban a su alrededor. Mi marido me hizo beber de esa fuente de alegría y me permite seguir haciéndolo cada hora de mi vida. Su risa siempre estaba a punto. Intercambiaba en cualquier momento una sonrisa, sin jamás mostrar cansancio.

Pero Balduino, como todo hombre, ha experimentado momentos díficiles; no por ser rey se libra uno. En el momento de suceder a su padre se sentía desamparado por la enorme responsabilidad que asumía. Quería mucho a su antecesor y se veía poco preparado para esta tan importante tarea. Y dijo: «No recibo la fuerza para el futuro, sino solamente para ahora. Debo aprender a vivir el momento presente».

A lo largo de su vida, Balduino empatizó con las alegrías y tristezas de sus ciudadanos. Su primera visita al Congo le dejó el recuerdo de un joven y alegre monarca en medio del pueblo africano y supo demostrar una simpatía y apego recíprocos. Por esta razón sufrió muchísimo con los enfrentamientos y muertes en el Congo entre belgas y congoleños.

Las fotos permiten reproducir los gestos de las personas amadas. Muchos documentos gráficos evidencian la personalidad alegre que tenía, aunque también supo mostrar un semblante de mayor seriedad y rigor en las ceremonias oficiales que así lo requerían.

Dada mi tendencia a hablar admiré mucho su capacidad para escuchar y sus atenciones, tanto hacia su familia como durante el ejercicio de sus funciones. Siempre supo ponerse en el lugar del otro. Con su mente lúcida y su silencio cálido logró que los pobres y los más necesitados, así como todos los que querían, le confiaran sus penas. Él dijo: «Durante el reencuentro, es mi corazón el que me sugiere las palabras, los momentos de silencio».

Desde muy joven se acostumbró a otras culturas, costumbres y filosofías y, aun así, él siempre quería aprender de los propósitos y condiciones de vida de cada uno. Era consciente de la dignidad de cada persona, que es única, y representaba para él la quintaesencia de la sabiduría. El patrimonio cultural de la humanidad con sus múltiples expresiones le inspiraban un inmenso respeto unido a un sentimiento de gratitud.

Balduino sabía dar la bienvenida a todos sin perder su identidad. Mi marido me recordaba lo bueno que es el intercambio: «Espero que hayas vaciado el cajón de tus propias ideas, porque si viene lleno no podrás enriquecerlo con nada». Esta apertura de espíritu y corazón, tan natural en él, fue la clave de su asombro inagotable que le llenaba de los verdaderos valores de la vida y su belleza. Él ha conservado intacta la frescura franca de la infancia, que es el antídoto contra el orgullo.

Los comentarios de otros sobre él le conducían a una autocrítica constructiva que se devenía en humildad. A su muerte, un adolescente exclamó refiriéndose a él: «No era su amor por el poder, sino el poder de su amor». Mediante un afecto y un respeto mutuo excepcional, el rey Balduino y el rey Alberto siempre han trabajado juntos y con gran corazón en favor de los mismos valores fundamentales.

Cuarenta años de carrera, con innumerables contactos humanos, han dado al rey Balduino una compresión y una sabiduría que ponía en valor de sus interlocutores. Sabiduría y conocimiento no se confundían en su mente: la primera estaba llamada a crecer y el conocimiento estaba al servicio de ésta. Todas estas cualidades le hicieron a mis ojos un hombre verdaderamente universal. Cada día, gracias a él, aprendí el valor de la paciencia y que también cada persona es un regalo que debemos amar más y más. Sin duda, otros más que yo pueden hablar del rey Balduino con conocimiento de causa. En lo bueno y en lo malo, en sus alegrías y sus pena profundas, durante estos treinta y tres años que hemos pasado juntos me ha hecho crecer.

Por todas estas razones deseo rendir un homenaje a mi amado, un hombre que me ha dejado un don único, hoy, mañana y para la eternidad.

UN BALENCIAGA QUE MARCÓ TENDENCIA

«Teníamos todo a punto. El diseño era perfecto y secreto, pero la hermana de Fabiola se fue de la lengua en la peluquería y tuvimos que cambiarlo porque una periodista lo escuchó y al día siguiente todo el mundo ya sabía cómo iba a ser el vestido de su boda». Así recuerda Carmen Carriches el pequeño percance que llevó al traste la primera idea de Balenciaga de la que ella estaba encargada. Después llegaría «el vestido bueno, el que la dejó radiante. Tanto que no parecía ni ella», continúa. Y es que si hay alguna persona en España que conozca a Fabiola son ella y su hermana Emilia, las dos costureras estrella del diseñador vasco que se encargaron de vestir a la reina de Bélgica durante años y que todavía disfrutan pensando en su «obra maestra». Tal fue la confianza que alcanzaron que Carmen llegó a vivir en el mismo palacio que los reyes para «no tener que estar todos los días moviéndonos por orden expresa de la reina, que no quería que perdiéramos el tiempo yendo y viniendo».