
Opinión
Nunca más: Colombia, un país que no puede acostumbrarse a la barbarie
El senador Miguel Uribe Turbay, de 39 años, falleció este lunes

Colombia amaneció hoy con una noticia que nunca debimos de haber escuchado: el senador Miguel Uribe Turbay fallecía dos meses después de un atentado que ha acabado vilmente con su vida. La vida de un político decente.
Un crimen más que se suma a una larga cadena de vidas arrebatadas por la sinrazón, esa violencia ciega que no entiende de razones ni respeta la dignidad humana. En Colombia, casi todas las familias tenemos una víctima en nuestra historia. La de los Torregrossa fue la mi abuelo, abogado, que perdió la vida a manos de la barbarie, asesinado al salir de un juicio en el que defendía un sindicalista.
Crecí escuchando su nombre y el relato de su muerte como una herida que nunca cierra del todo. Quizá por eso, y porque heredé su vocación, decidí dedicar mi vida al derecho, convencida de que la defensa de las personas, en libertad y en paz, es lo más importante que uno puede hacer en este mundo. Tengo la convicción de que el Senador Uribe también pensaba lo mismo.
Hoy, como jurista, como colombiana y como defensora de derechos humanos y ciudadana, me niego a normalizar la violencia estructural en un país que aún tiene las venas abiertas por las recientes heridas letales de más de 40 años de conflicto. Me niego a aceptar que la violencia sea el precio de participar en la vida pública, que el miedo sea la moneda de cambio en nuestra democracia. Cada vez que un crimen como este sucede, no solo se apaga una voz: se hiere la esperanza de millones de colombianos y colombianas.
Pero la esperanza es testaruda. Y en medio del dolor, debemos recordarnos que la respuesta a la barbarie no puede ser el silencio ni el olvido. Honrar la memoria de Miguel Uribe, como la de Antonio Torregrosa, como la de tantos otros, significa seguir luchando por un país donde nadie tenga que morir por pensar distinto, por defender sus ideas o por servir al bien común.
Que la muerte de Miguel Uribe no sea una estadística más, sino un grito colectivo: ¡nunca más! Nunca más vidas truncadas por la violencia. Nunca más una Colombia resignada. Nunca más un país sin paz.
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