Guerra en Siria
Obama, víctima de Obama
Desde que llegó a la Casa Blanca, Barack Obama –considerado inicialmente el hombre de los milagros económicos y sociales– ha basado parte de su estrategia política en echar la culpa de sus fracasos económicos a la anterior Administración y al Congreso cuando ha tenido que abordar la incapacidad de sacar adelante sus propuestas de ley. Sin duda, ésta ha sido una de sus semanas más complicadas que ha concluido en una sorprendente decisión. Sus consejeros de Seguridad Nacional no daban crédito cuando les comunicó el viernes por la tarde que condicionaría su ataque a Siria al voto del Congreso. Pero, al fin y al cabo, Obama siempre se ha destacado por decantarse por la opción intermedia de todas las que le suelen ofrecer sus asesores.
Según recoge «The New York Times», el presidente explicó a su equipo que no podía afrontar el resto de su presidencia divorciado del Congreso y la opinión pública. En esta conversación también mencionó a Irán. Pero Obama tuvo que encontrar una salida tras verse atrapado por sus propias palabras al afirmar que el uso de armas químicas era una línea roja que Bachar al Asad no debía cruzar. Al mismo tiempo, funcionarios del Departamento de Estado han reconocido a LA RAZÓN que durante los dos últimos dos años, la Administración Obama también ha tenido serias dudas a la hora de apoyar a los rebeldes sirios, ya que no tenían claro cuáles podrían ser sus posturas políticas en el futuro ni cómo iban a afectar éstas a los intereses de Washingon. Estas dudas no han hecho más que reforzarse con el paso del tiempo tras las primaveras árabes y la consiguiente inestabilidad política en estos países.
Tras verse entre la espada y la pared, el presidente ha querido poner al Congreso en su misma posición y ahora deja la pelota en su tejado desviando en cierto modo las críticas de la opinión pública. Abre así el debate entre los legisladores, donde los republicanos tampoco mantienen un mismo discurso. Mientras que los grandes halcones, como John McCain y Lindsey Graham, preparan ya excusas para votar en contra del plan de Obama por considerarlo demasiado «light», las nuevas generaciones conservadoras desconfían de las operaciones de guerra y la capacidad del actual presidente. «No soy partidario de darle la licencia para la guerra cuando, con el debido respeto, tengo mis dudas de que sepa lo que hace», reconoce el republicano Tim Griffin.
Quizá sea ésta la revancha de Obama contra un Congreso que convirtió su reforma sanitaria (piedra angular de su gran campaña de 2008) en una pesadilla, unos legisladores que volvieron a boicotearle sus ansias de cerrar Guantánamo y que pusieron en ridículo en el verano de 2010 ante los mercados internacionales tras la pelea por el aumento de techo de deuda.
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