
Segunda Guerra Mundial
La odisea del USS Indianápolis, el barco de guerra hundido y su tripulación devorada por tiburones
La misión secreta del USS Indianápolis terminó en una pesadilla de supervivencia en aguas infestadas de tiburones

Durante décadas, los océanos han sido testigos de tragedias que superan cualquier relato de ficción. Historias donde el mar se convierte en un escenario implacable que pone a prueba los límites de la supervivencia humana.
En los anales de la historia naval, pocas catástrofes han alcanzado la brutalidad y el horror que marca ciertos episodios de la Segunda Guerra Mundial. Cuando la naturaleza se alía con la guerra, las consecuencias pueden ser devastadoras para quienes se encuentran en el lugar equivocado.
Mientras los últimos coletazos del conflicto mundial sacudían el Pacífico en 1945, una misión ultrasecreta estaba a punto de convertirse en una pesadilla que permanecería grabada para siempre en la memoria colectiva.
Doce minutos que cambiaron la historia naval
Treinta de julio de 1945. Según apuntan desde Gaceta Náutica, el crucero pesado USS Indianapolis navegaba por aguas del Pacífico tras completar una misión de máxima clasificación: transportar componentes de la bomba atómica destinada a Hiroshima. Con 1.196 hombres a bordo, el buque se dirigía hacia Leyte cuando dos torpedos del submarino japonés I-58 sellaron su destino.
Doce minutos. Ese fue el tiempo que tardó en hundirse uno de los cruceros más importantes de la flota estadounidense. Cientos de marineros quedaron atrapados en las entrañas del barco, mientras otros lograron saltar a las aguas antes del hundimiento final. Lo que siguió superó cualquier pesadilla imaginable. Aproximadamente 880 hombres consiguieron mantenerse a flote en medio del océano Pacífico, sin botes salvavidas suficientes y con escasas provisiones. Por si fuera poco, las aguas estaban infestadas de tiburones que no tardaron en detectar la sangre de los heridos y los cadáveres flotantes.
Cuatro días y cinco noches de puro infierno. Testimonios posteriores de los supervivientes describían escenas dantescas: tiburones arrancando extremidades a marineros aún conscientes, gritos desgarradores que resonaban en la oscuridad y compañeros que desaparecían bajo las olas sin dejar rastro. Mientras tanto, la sed, el hambre y las quemaduras por combustible diezmaban a los náufragos. Algunos, enloquecidos por la deshidratación, bebían agua salada y sufrían terribles alucinaciones. Otros, incapaces de soportar más sufrimiento, se quitaban los chalecos salvavidas y se dejaban hundir.
Por una casualidad del destino, un piloto de patrulla avistó a los supervivientes el cuarto día. La Marina había tardado demasiado en percatarse de que el Indianapolis nunca había llegado a su destino. De los 880 hombres que inicialmente sobrevivieron al hundimiento, solo 317 fueron rescatados con vida. Tras la guerra, una controvertida decisión judicial convirtió al capitán Charles McVay III en chivo expiatorio, siendo el único comandante procesado por perder su barco durante el conflicto. Una injusticia que marcó el final de una de las tragedias navales más brutales de la historia.
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