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Oprah: El espectáculo puede continuar en la Casa Blanca

La desesperación de un Partido Demócrata huérfano de líderes impulsa a la multimillonaria presentadora para las presidenciales de 2020. La opción, de hacerse realidad, culminaría la banalización de la política de EE UU impulsada por Trump, argumentan sus críticos

Oprah Winfrey junto a Michelle y Barack Obama en 2007 durante la campaña del demócrata en Iowa para las elecciones presidenciales de 2008
Oprah Winfrey junto a Michelle y Barack Obama en 2007 durante la campaña del demócrata en Iowa para las elecciones presidenciales de 2008larazon

La desesperación de un Partido Demócrata huérfano de líderes impulsa a la multimillonaria presentadora para las presidenciales de 2020. La opción, de hacerse realidad, culminaría la banalización de la política de EE UU impulsada por Trump, argumentan sus críticos.

La madre de todas las batallas televisivas podría trasladarse a la política. Donald Trump, que reinó como caricatura de sí mismo en el «reality show» «El aprendiz», y que durante años fue la criatura favorita de la prensa del corazón neoyorquina, enfrentado a la emperatriz del «share», Oprah Winfrey. El presidente más deslenguado, montaraz, racista y preilustrado del último siglo contra la sinuosa pastora de almas que, en el altar de aquel confesionario que levantó frente a las cámaras, dedicó sus días a obtener confesiones lacrimógenas, predicar la autoayuda y ofrecer plataformas a los campeones de la pseudociencia. Uno de ellos, Trump, ya traspasó la frontera que separa la televisión de la realidad, y hoy ejerce como presidente de EE UU. La otra, aupada por el discurso que ofreció el pasado domingo durante la entrega de los Globos de Oro, relumbra como posible gran esperanza de unos demócratas descalabrados y huérfanos, e hipotética rival del ogro Trump en las elecciones de 2020. Resulta entre curioso y sintomático que, entrevistados por la CNN, dos allegados de Oprah que rehusaron hacer pública su identidad hayan comentado que, efectivamente, ella siempre descartó postularse como candidata... hasta que el triunfo de Trump le hizo comprender que cualquiera podía lograrlo.

Todo comenzó cuando Winfrey recibió el premio Cecil B. DeMille a su trayectoria y prometió «a las chicas que estén viendo esto que un nuevo día asoma en el horizonte». «Y cuando ese nuevo día finalmente amanezca», añadió, «habrá sido gracias a muchas mujeres magníficas, muchas de las cuales están esta noche en la sala, y algunos hombres fenomenales, que lucharon duro para transformarse en los líderes que nos lleven al momento en que nadie tenga que decir: “Yo también”. De nuevo. Gracias».

De resonancias cercanas al mítico discurso de Martin Luther King en Washington, bajo el monumento a Lincoln, la parrafada de Winfrey disparó la bulimia de una cierta izquierda, incapaz de sobreponerse a la desaparición de la arena política de Obama, que por cierto recibió en su día el apoyo decidido de Winfrey, y convencida de que en la productora, actriz y presentadora millonaria ha encontrado al único rival capaz de destronar al aborrecible Trump.

Inmediatamente después de su discurso los presentadores y los tertulianos, los locutores y los columnistas, y en general casi todos los que, desde un periódico, un micrófono o una cuenta de Twitter estaban en disposición de opinar, pasaron a debatir las posibilidades reales de Oprah. Al día siguiente periódicos como «The New York Times» incluso recababan la opinión de los líderes del Partido Demócrata. Entre los entusiastas de Winfrey figura, no por casualidad, el que fuera estratega de Obama, David Axelrod, que atribuye a la presentadora «una capacidad ilimitada para la empatía y una habilidad sobrenatural para comunicarse». Claro que en realidad nadie discute las habilidades comunicativas de Winfrey frente a las cámaras. Su condición de ganadora de Oscars (1), Emmys (20), Globos de Oro (1) y Tonys (1), así como su condición de multimillonaria, empresaria hecha a sí misma y fenómeno mediático hablan a las claras de su capacidad para embrujar al público.

Pero no todos creen que baste con eso. «Vencer a Trump no consiste sólo en encontrar al candidato adecuado», explicaba la estratega demócrata Rebecca Katz en «The New York Times», «tenemos que dar un paso al frente por lo que creemos. Más allá de la frase «todos tenemos un coche» [por la vez en que regaló uno al público de uno de sus programas], ¿cómo será una presidencia de Oprah?». Otra de las entrevistadas en el diario neoyorquino, nada menos que la presidenta del Partido Demócrata en el Congreso, Nancy Pelosi, dijo que «si se trata de desvalorizar la experiencia [de Oprah] en términos de sustancia y capacidad legislativa y cosas así, entonces habrá que encontrar» a gente que pueda ayudarle. Esto es, Oprah pondría el verbo, la facilidad delante del micrófono, el encanto y el brillo, y los fontaneros y especialistas del partido ya se encargarían de montarle un gabinete lleno de expertos. Ella sólo tendría que dedicarse a desactivar la labia explosiva de Trump con su versión zen de la encantadora de serpientes. Sus soldados, a cambio, levantarían el equivalente del gobierno que conduce detrás del actual presidente.

Uno de los ataques más duros contra la posibilidad de una Oprah en el Despacho Oval vino de uno de los blogs de ciencia, o mejor dicho, de los blogs escritos para defender la ciencia de curanderos, cuentistas y magos. En «Respectful insolence» la acusan de ser «una de las principales promotoras de pseudociencia, la charlatanería y la «new age» en el mundo. Oprah no sólo promocionó al curandero estadounidense Doctor Mehmet Oz, y al principal promotor de la pseudociencia en salud mental, el Doctor Phil McGraw, que también ha sido acusado de proporcionar alcohol y drogas a los adictos presentados en su programa para multiplicar el drama». Es que, encima, Oprah dio pábulo a magufos como un tal John God, «un sanador por la fe», y a Jenny MacCarty, una de las principales portavoces y activistas del movimiento antivacunas. Y en Vox.com, la escritora Julia Belluz escribía que «puede argumentarse que Oprah es una de las mayores propulsoras [de fraudes médicos y científicos] del planeta». Pero ante los reparos de Belluz, temerosa de que la campaña de 2020 acabe por degradar hasta límites nunca vistos la política estadounidense, famosos de todo pelaje aplaudían la posible candidatura de Oprah.

La propia Belluz advertía del entusiasmo de gente como Lady Gaga, que en Twitter escribía: «¿Oprah para presidente? Tiene mi voto». Entre tanto, tal como concede Belluz en su pieza, las predicciones que apostaban por una Oprah Winfrey en la Casa Blanca la aupaban, en cuestión de horas, a un 7,5% de posibilidades, ya por encima del vicepresidente Mike Pence aunque todavía lejos de Trump, con un 28,4%.

Claro que el mayor bombazo contra las posibilidades de la productora vino de la mano del cantante británico Seal, que en Twitter colgó dos fotos de Oprah en actitud fraterna junto al productor Harvey Weinstein, al que le unía una buena amistad, junto a la siguiente frase: «Cuando has sido parte del problema durante décadas y de repente todo el mundo piensa que eres la solución». En una encuesta de la televisión y la radio públicas, la PBS y la NPR, un 35% de los encuestados se mostraban partidarios de que Oprah compita en 2020, frente al 54% que se declara en contra. Eso sí, «si las elecciones fueran hoy» el 50% afirma que votaría por Oprah por un 39% que apostaría por reelegir a Trump y un 11% que se declaran indecisos.

Finalmente Matt McGarrity, profesor de oratoria en la Universidad de Washington, publicaba un artículo en la revista «Quartz» donde trata de desentrañar por qué el discurso de Oprah sonó «tan presidencial». Para McGarrity, Winfrey, «usando la inducción a través de ejemplos y metáforas, invitó a los oyentes a arriesgarse a decir su verdad». Más importante todavía, McGarrity encuentra paralelismos con la oratoria clásica y los discursos legendarios de Lincoln e, incluso, de los antiguos griegos. Para el profesor resulta clave el sentido de la oportunidad demostrado por Oprah: «Decir lo correcto, en el momento correcto, de la manera correcta». Para Zach Schonfeld, de «Newsweek», resulta obvio que Oprah es «la persona más carismática de América, y sí, puede ser presidente». La mujer que revolucionó las mañanas de la televisión, la doña que dirigía con vocación de comandante a su ejército de colaboradores, la entrevistadora especializada en retorcer las tripas del entrevistado a cambio de proporcionarle fama instantánea, la productora de uno de los programas de más éxito de la historia, la empresaria avispada y actriz brillante podría catapultar su meteórica carrera hasta alcanzar la más alta magistratura del país más poderoso del mundo.