Estados Unidos
Orgullosos de votar a Trump
Son blancos, muchos de ellos descendientes de inmigrantes pero temen y odian al extranjero. Confían en que el presidente relanzará la economía y eliminará la corrupción de Washington
Son blancos, muchos de ellos descendientes de inmigrantes, pero temen y odian al extranjero. Confían en que el presidente relanzará la economía y eliminará la corrupción de Washington.
Cuando se habla del votante de Donald Trump, de los que hay más de 50 millones, conviene entender que se trata de un sujeto tan heterogéneo y variado como el propio país. Mujeres, latinos, hombres blancos de clase trabajadora, gente con y sin estudios apoyaron al multimillonario y lo auparon a la Casa Blanca. Para encontrarlos hay que abandonar los grandes núcleos urbanos. Pero incluso en Nueva York, en la soleada Tottenville, un pueblecito acomodado en el extremo de Staten Island, el candidato republicano obtuvo unos resultados magníficos. Allí, a una hora del «downtown» neoyorquino y sus descomunales rascacielos, casi cualquiera confiesa que sí, que votó por Trump.
El bombero Savino Carlucci, residente de Nueva Jersey, había conducido hasta Tottenville para comprarle un vestido a su hija de diez años. En la puerta del comercio afirma que desconfiaba de Hillary Clinton. «No sabe cómo proteger a este país. Y soy inmigrante, hijo de inmigrantes, nieto de inmigrantes, pero necesitamos verificar quién entra, su historial, etc. La gente merece vivir el sueño americano, pero sobre según el país del que vengan necesitamos saber más de ellos. Por otro lado, creo que los inmigrantes ilegales deberían recibir una amnistía, un periodo de un año para que puedan regularizar la situación, y posiblemente una multa de cien dólares al mes por familia, durante veinte años, que ayude a costear el proceso y, de paso, reduzca el déficit que tenemos».
Un poco más allá, en la puerta de su casa unifamiliar, Margaret Pozz comenta que «me interesan todas las propuestas de Trump. Todas. Son importantes. Habló de los problemas reales de nuestro país, es el único que puede resolverlos». Para su hijo, Joe Pozz, fontanero, «lo primero es librarse de los malos, de todos los criminales, de todos esos ilegales que cometen delitos, traficantes de drogas, violadores, asesinos. Y también limpiar el Congreso. De arriba abajo. El Congreso está podrido y lleno de basura». Respecto a la «gente que decía que si Trump ganaba se iría a Canadá, para mí, si se van, no son americanos. Luego querrán volver, cuando todo haya mejorado, para aprovecharse de los beneficios que trajo Trump. Además, Hillary era igual que Obama, con toda esa mierda. Discuto a menudo con mi hijo, que es un ‘‘millenial’’ y apoyaba a Hillary. Le he pedido que me diga una sola cosa que no le guste de Trump y me responde que detesta cómo habla de las mujeres. O esa gente que teme que les quite los derechos a los homosexuales. ¡Por favor! Trump no le va a quitar sus derechos a nadie. Ahora, si sólo te importan los problemas de tu grupo específico es que eres un egoísta. No piensas en el futuro del país y en el de tus hijos. Sólo en ti y en tus problemas».
Mientras aguarda en una cafetería a que le traigan un sándwich Charlie Garaventa habla de su «orgullo de ser americano». «Igual que tú», añade, «lo estarás de ser español, ¿no? Todos queremos que nuestro país mejore. Que haya trabajo otra vez. Que la gente pueda trabajar. Que suban los salarios. Hay que darle la oportunidad a Trump de lograrlo. La gente que está enfadada con él no tiene la información necesaria. No sabe de lo que habla, y antes de hablar deberías de hacer los deberes. Lo que sí sé es que Hillary puso en riesgo la seguridad de nuestro país con su lío con los e-mails. No tuvo ningún cuidado y pudieron espiarla, y eso pudo comprometernos».
De oportunidades charla Valerie Bongiarno, dueña de un pequeño estudio de baile: «Todo lo que Trump necesita es gente inteligente que le rodee, y hay que ser positivos y apoyarle. No soy seguidora de Hillary, pero si ella hubiera sido elegida estaría con ella porque hay que apoyar a nuestros líderes». «En cualquier caso», añade, «necesitamos un cambio. La verdad es que no me creía mucho nada de lo que decía ninguno de los dos, pero necesitábamos un cambio. Es cierto que Trump a veces no habla de forma muy inteligente. Me gustaría que se pensara un poco lo que dice, que reflexionara antes de abrir la boca, pero es su estilo, y además aquí lo más importante es la seguridad nacional, y Trump lo hará mucho mejor que Hillary». «Soy dueña de un negocio», añade Bongiarno, «creo en el pequeño negocio, y creo en traer de vuelta a América los negocios y las empresas que se fueron a otros países».
En el otro extremo de Nueva York, en East Rockaway (Long Island), José Eugenio Landeras, cubano, que llegó a EE UU en 1962, se pregunta «por qué tratan a la gente que vino legalmente igual que a uno que llega y se cuela. Todas las bandas esas, ¿de dónde son? Dominicanos, colombianos... En España es igual, el 90% del crimen lo traen ellos, drogas, asesinatos... Aquí, en el pueblo de al lado, las bandas dominicanas se matan unas a otras, y son ilegales casi todos». Su hija, Mª Eugenia, casada y con dos hijos, asiente y dice que «los ilegales saben cómo engañar al sistema, ¿y quién paga por todo lo que tienen? Yo. Nosotros. La gente que trabaja. Y todo sube por su culpa, el seguro, las medicinas, y lo pagamos nosotros, y ellos lo reciben gratis y encima no trabajan. Vienen para ganar dinero y enviarlo a su país y luego volverse y vivir como reyes. No tienen la intención de quedarse. No quieren ser americanos. Tienen hijos aquí y allí, tienen mujer aquí y allí...». Sobre el famoso muro, José Eugenio opina que «no lo van a construir, es imposible, costaría miles de millones de dólares, pero alguien tiene que pararlos. ¿Por qué ustedes tienen la barra esa en Ceuta?». Respecto a las promesas relativas a Washington, José Eugenio, que trabajó durante años en las aduanas del Kennedy, se muestra esperanzado: «Tiene que acabar con la corrupción, que es enorme. ¿Conciben ustedes que alguien pueda ser senador durante 35 años? McCain, por ejemplo, 32 años de años de senador, y como él, doscientos. Trump quiere que sean ocho años».
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