Análisis
La peligrosísima trivialización del horror tras el asesinato de Charlie Kirk
La deshumanización del adversario político abre la puerta a crímenes de odio cada vez más graves
Empecemos por saber quién era de verdad Charlie Kirk, más allá de los tópicos, manipulaciones, mentiras y de la demonización que fue la causa última de su asesinato. Era un líder conservador que abogaba por la libertad de expresión, el debate abierto, la defensa de EE. UU. y la familia, y que exhibía con orgullo su fe cristiana. Su lema era «demuéstrame que estoy equivocado…». Trató de recuperar para la derecha un espacio que él consideraba invadido por el wokismo, pero desde la dialéctica y el debate. Se puede estar o no de acuerdo con él, pero ¿de verdad se puede decir que tratar de ganar el debate de las ideas por medio de la dialéctica es fascista?
A ciertas izquierdas les parece inaceptable que las derechas moderadas y las más conservadoras «osen» entrar en lo que han considerado sus feudos. En España son los diputados y políticos de centroderecha los que han sufrido la violencia y la amenaza en algunas facultades; recordemos el gravísimo incidente contra Cayetana Álvarez de Toledo en Barcelona o el de la presidenta de la Comunidad de Madrid en la Facultad de Ciencias de la Información (¡de la que es exalumna!), por mencionar solo dos de muchísimos casos, y por no hablar de la barbarie de los cachorros de ETA en las universidades del País Vasco. Habría que empezar diciendo que ser conservador (yo no me considero uno, pero es imprescindible decirlo) no es una peligrosa enfermedad infecciosa que hay que erradicar, como parece ser la opinión de un número creciente de izquierdistas en el mundo.
El telón de fondo de esta tragedia es tan incendiario como el acto en sí: Kirk, un aliado fundamental de Trump y arquitecto y símbolo indiscutible del creciente movimiento conservador juvenil —que fue determinante para que Trump aventajara a Kamala Harris en 36 puntos en el voto joven—, fue un objetivo deliberadamente silenciado. Esto es muchísimo más grave de lo que algunos medios están diciendo. Es un ataque al corazón de la libertad de expresión, de la que Kirk era un gran adalid. El disparo resonó justo cuando acababa de concluir un discurso denunciando el «adoctrinamiento woke» en los campus, evocando ecos de asesinatos históricos que han marcado con sangre e intolerancia las instituciones democráticas de EE. UU.
Sin embargo, lo que ha amplificado el horror es la secuela indecente en ciertos sectores de los medios y comentaristas de izquierda, donde la cobertura ha variado desde una condena tibia, casi anecdótica, hasta la burla abierta —con frases como «karma por su defensa de las armas»—. Son terribles las declaraciones celebrando el asesinato o los memes irónicos que yuxtaponen la postura pro-Segunda Enmienda de Kirk con su muerte, los cuales han proliferado en plataformas como X y TikTok, atrayendo reprimendas bipartidistas, incluido el presidente Trump, quien lo calificó como un «asalto atroz a la libertad de expresión».
Solo en 2024, en EE. UU. hubo cerca de 11.700 crímenes de odio, cometidos en su abrumadora mayoría por menores de 29 años. La estadística es engañosa porque habla de una reducción porcentual del 1,5 % respecto a 2023. Sin embargo, los datos son inquietantes, pues han aumentado tanto los crímenes de odio antisemita como los de odio político.
El monstruo no se cree monstruo. Para poder cometer una aberración, necesita demonizar a su potencial víctima, responsabilizarla de todos sus males o de todos los tormentos del país o de la sociedad. Más allá de «cosificar» al que ve como enemigo —una expresión desafortunada en este caso—, el fanático lo deshumaniza, que es distinto. No todos los crímenes políticos son perpetrados por sociópatas o psicópatas; esos no necesitan el ejercicio de reducir a su víctima a un engendro al que hay que eliminar, pues carecen de empatía o sentido de culpa. Los que no lo son necesitan de ese ejercicio para suprimir la compasión humana. Lo más terrible es que ciertos mensajes, incluso de medios de comunicación supuestamente mainstream y moderados, consiguen con mayor eficacia que los disparates de las redes sociales el efecto de deshumanizar y demonizar al adversario ideológico, al que transforman en un monstruoso enemigo contra el que todo vale. A los conservadores e incluso al centroderecha se les tilda de «fascistas, fachas, nazis, racistas, xenófobos» y cualquier otro calificativo que justifique sus brutales ataques dialécticos. En fin, menudo insulto a la dialéctica. Es el adoctrinamiento de las izquierdas más duras, que han ido contaminando a las menos duras y, en casos verdaderamente preocupantes, a las que otrora fueran moderadas. Cuanto más mainstream es el medio que demoniza, más eficaz es la deshumanización.
Se multiplican las críticas a la escandalosa cobertura de algunos medios, periodistas y comentaristas que banalizan o justifican el crimen en redes y tertulias. El Departamento de Estado advirtió que podrá tomar medidas contra extranjeros que «elogien o se mofen» del asesinato (retirada de visados, etc.). Van a tener que trabajar a destajo…
Esto ha ocurrido en EE. UU., donde periodistas de la MSNBC tuvieron una actuación simplemente repugnante. En el programa de Katy Tur, esta periodista invitó a uno de sus comentaristas habituales, cuyo vómito incesante de barbaridades puede resumirse en su estomagante conclusión (me niego a llamarlo razonamiento): «pensamientos de odio inspiran palabras de odio que provocan acciones de odio». Este sujeto fue despedido ante el clamor de propios y extraños por su «insensibilidad». Sin embargo, a Katy Tur, que propició y provocó con sus preguntas los comentarios del «intelectual» Dowd con frases como «¿será este asesinato una excusa para que Trump haga algo?», no le pasó nada. Episodios como este los hay a cientos. Muchas veces nos detenemos en los más chocantes y pasamos por alto los más sutiles, que por sibilinos y cobardes son, si cabe, más repugnantes. Es el caso de Wolf Blitzer, que entrevistaba en su programa a un miembro de la Cámara de Representantes por Montana, el Capitán de Fragata Ryan Zinke, ex Navy SEAL y héroe de guerra, al que trató de incitar a que responsabilizase del asesinato al exceso de armas de fuego. Zinke estuvo impecable, moderado, conciliador, y llamó a la unidad de la nación y a acabar con el discurso del odio. MSNBC y TMZ han sufrido serias consecuencias por sus comentarios inadmisibles, como el de un comentarista bromeando sobre «la ironía de la retórica armada encontrando la realidad», lo que provocó retiradas de anunciantes e investigaciones internas.
El discurso de mayor altura y profundidad moral fue el del gobernador de Utah, Spencer Cox, con frases memorables de hombre de Estado, de las de mayor calidad que he escuchado en los últimos años. Con expresiones como «este es un ataque a todos nosotros y a la esencia misma de lo que somos», venía a decir que la violencia política es diferente a cualquier otro tipo de violencia. Es una de las más graves, pues ataca los principios básicos de la convivencia y las libertades, como la de expresión.
Esto contrasta de forma chocante con el discurso repulsivo de la representante Ilhan Omar (habitual defensora de las tesis similares a las de Hamas, aunque ella lo niegue), quien en el programa «Mehdi Unfiltered», criticando a los conservadores que elogiaban a Kirk, llegó a decir en antena: «esta gente está llena de mierda» (la forma más vulgar y violenta en inglés de decir que alguien miente). El peor ejemplo es el de J. B. Pritzker, gobernador de Illinois, que directamente responsabilizó a Trump de fomentar la violencia política y de ser el responsable último del asesinato de Charlie Kirk.
En España no le andamos a la zaga. Muchos medios que se definen de izquierdas se han lucido (en Europa casi nadie se ha atrevido a decir las cosas que se han dicho aquí). Los episodios más graves los protagonizaron la agencia EFE y una cadena de radio que llamó a Kirk directamente «fascista». Supongo que demonizar a Kirk ayuda a demonizar al centroderecha y a la derecha españolas. Es simplemente espeluznante y no augura nada bueno para nuestras democracias.
La reacción social polarizada tras el crimen eleva el riesgo de imitadores y la presión para reforzar la seguridad en actos políticos. Es verdaderamente grave que alguien tan amenazado como Charlie Kirk no tuviese ningún tipo de protección.
Esto no es mero schadenfreude (la alegría por la desgracia ajena); es un síntoma de un tribalismo profundizado, donde la normalización de la violencia contra adversarios ideológicos erosiona la repulsión compartida que debería unir a la nación y a cualquier democracia. La polarización cada vez más violenta se extiende por todas las democracias del mundo, en las que sus clases políticas, sin coraje, ideas, calidad, ni liderazgo han sido capaces de cortar esta infernal espiral de extremismo y fanatismo. Lamentablemente, la justificación de la violencia o su disculpa (que es más grave por hipócrita) se ha generalizado en ciertas izquierdas mainstream, otrora moderadas, mientras que la cultura de la violencia y su aplauso están en los sectores más extremos de las derechas. No conozco un solo partido de centroderecha o conservador en Europa que promueva, aplauda o banalice la violencia. Hay discursos que son mucho más peligrosos que todas las armas del mundo.
Es importante señalar que las declaraciones de los principales políticos republicanos han sido en homenaje a Charlie Kirk y su legado, llamando a la tranquilidad y a renunciar a la rabia. Hay que cortar la dinámica de acción-reacción, pero para eso es indispensable que la cordura vuelva al discurso político. Rindamos homenaje a Evelyn Beatrice Hall, más conocida por su seudónimo S. G. Tallentyre, que describió en su libro Los amigos de Voltaire (1906) la actitud de este hacia la libertad con una frase que, aunque no es suya, se le atribuye universalmente: «No estoy de acuerdo con lo que dices, pero daría mi vida por tu derecho a decirlo». Este muy bien podría ser el epitafio de Charlie Kirk.