Libros
Pensar lo impensable
El libro de Wachsman sobre los campos de concentración revela detalles difíciles de digerir y nos deja sin respuestas, en el límite de hechos tan deshumanizados que no es fácil abordar con el pensamiento.
La publicación de la edición castellana del valioso libro de Nikolaus Wachsmann «KL: Historia de los campos de concentración nazis» vuelve a abrir el debate alrededor de uno de los fenómenos más sombríos de nuestra época, aportando nuevos datos sobre una cuestión que ha sido objeto de muchos estudios y que, sin embargo, parece imposible de agotar. Los análisis de Wachsmann reconstruyen la evolución de la maquinaria de los campos de concentración durante del régimen nazi. Wachsmann nos sirve de guía de excepción en un recorrido hasta el infierno que cobra vida a medida de que la narración se enriquece con los relatos de aquellos que lo han vivido en primera persona. El libro en cuestión se revela tanto más eficaz cuanto más se hace evidente en su lectura que los campos de concentración han marcado en la historia reciente de nuestra civilización un punto de no retorno. Cuantos más detalles se añadan a nuestro conocimiento, más se agudiza la pregunta fundamental que el tema despierta acerca del sentido de nuestra humanidad, mientras que la respuesta se concreta en el desafío de narrar lo inenarrable, de hacer palpable lo inimaginable. Lo que produce el cortocircuito mental que rompe con la posibilidad de formular una respuesta unívoca en torno al fenómeno de los campos de concentración es la aplicación en ellos de una lógica instrumental –de medios y fines– a los seres humanos. El hombre se convierte en un medio para lograr el fin de su propia aniquilación, dejando de ser un fin en sí mismo y dejando, por ende, de ser humano. Esto representa para el pensamiento un desafío inédito, puesto que se trata de pensar lo que no puede ser pensado, de deshumanizar lo humano. Pensar lo impensable, pues, ha sido la tarea de muchos de los intelectuales, filósofos y escritores que han vivido en sus propias carnes la más asombrosa tragedia del siglo XX y, sobreviviendo a ella, se han enfrentado a la tarea de buscar las palabras y los conceptos para expresar un horror que supera cualquier imaginación.
En esta dirección se mueve la reflexión de Hannah Arendt, la filósofa alemana de origen judío, exiliada en Estados Unidos, cuyo nombre ha de ser relacionado con la propia creación de la categoría de totalitarismo. En 1940 Arendt pasó una temporada en el campo de internamiento de Gurs, en Francia, de donde logró finalmente escaparse unos meses después. En los años siguientes se dedicó a desarrollar su reflexión alrededor de los regímenes totalitarios, intentando comprender esa forma inédita de organización política, basada en el terror, que irrumpe en la historia arrasando todas las herramientas conceptuales y morales tradicionales que antaño posibilitaban la comprensión de los sucesos. En sus escritos, Arendt destaca cómo los campos eran laboratorios de dominación total en los que se experimenta con la vida de los hombres hasta expulsar de ella todo rasgo de lo que se considera humano.
Medio siglo después
En 1994, Jorge Semprún publica su extraordinaria novela, «La escritura o la vida», en la cual relata la historia de su experiencia en un campo de concentración, el de Buchenwald, cincuenta años después de su liberación. En uno de los pasajes más impactantes de la obra, el escritor nos ofrece otra clave para entender el punto en el que nos coloca, al borde de nuestra humanidad, la experiencia de los Konzentrationslager. Un prisionero francés dice: «Imagino que habrá buen número de testimonios... Valdrán lo que vale la nada del testigo, su agudeza, su perspicacia... Y enseguida vendrán los documentos... Más tarde, los historiadores recogerán, reunirán, analizarán... Todo será dicho, consignado... Todo será verdadero... Salvo que faltará la verdad esencial, la que jamás podrá alcanzar ninguna reconstrucción histórica, por perfecta y omnicomprensiva que sea». «Haría falta un Dostoievski», le responde Semprún. Porque el desafío que supone la realidad de los campos no consiste solamente en la descripción del horror, sino que empuja hacia una exploración del alma humana y de los abismos del mal.
Así, pues, que la narración literaria de las experiencias de los campos haya recurrido a menudo a los mismos expedientes retóricos utilizados por Dante en su «Comedia», donde la complejidad de la realidad del Infierno, del mal supremo que no se puede decir con palabras, es narrada a través de similitudes que la indican sin nombrarla. Primo Levi y Jean Améry, ambos supervivientes de los campos de concentración, y los dos muertos por su propia mano años después, intentan enfrentarse con esa misma imposibilidad de la experiencia en sus respectivas obras, «Si ésto es un hombre» y «Más allá de la culpa y de la expiación». Ambos asumen como punto de partida la condición del intelectual frente a la incapacidad de articular un discurso alrededor de la irracionalidad de lo real, una irracionalidad que para ser contada tiene que adentrarse en lo más hondo del alma humana. Con sus reflexiones y sus testimonios, los intelectuales que nos han transmitido su experiencia de los campos, lo que nos comunican ante todo es la tarea de seguir pensando lo impensable, de seguir narrando lo inenarrable, para no dejar de interrogarnos sobre el sentido de nuestra humanidad ni de mantener despierta la memoria de su fragilidad.
Investigadora de Filosofía Contemporánea en la Univ. Carlos III
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