
Geopolítica
Putin y Netanyahu desafían la estrategia exterior de Trump en Medio Oriente y Europa
La ofensiva israelí en Qatar y la ambigüedad frente a Moscú ponen en riesgo los esfuerzos de mediación del presidente estadounidense en Gaza y Ucrania.

La política exterior del presidente estadounidense Donald Trump atraviesa una encrucijada compleja. Mientras busca proyectarse como mediador clave en el conflicto de Gaza y como arquitecto de un frente occidental contra Rusia, sus principales interlocutores —el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu y el presidente ruso Vladimir Putin— han tomado decisiones que contrarían directamente sus objetivos diplomáticos. Los episodios recientes en Doha y en el marco de la guerra en Ucrania revelan las tensiones y contradicciones que atraviesan la estrategia de Washington.
El hecho más grave ocurrió esta semana, cuando Israel llevó a cabo un ataque aéreo en territorio catarí contra dirigentes de Hamas. La operación, que sorprendió incluso al propio Trump y a su equipo de seguridad nacional, fue interpretada en Washington como un acto unilateral que amenaza los esfuerzos por alcanzar un cese al fuego en Gaza.
De acuerdo con The Wall Street Journal, el mandatario estadounidense se enteró de la ofensiva no por una coordinación previa con Tel Aviv, sino a través de informes militares en tiempo real. Furioso, Trump calificó el ataque como «inaceptable» y reprochó a Netanyahu haber golpeado a un país aliado que funge como mediador en las negociaciones. La reacción inmediata de Hamas fue romper los diálogos de paz, mientras que Qatar acusó a Israel de traicionar su confianza y advirtió que reconsiderará su alianza de seguridad con Estados Unidos.
En dos llamadas telefónicas posteriores, Trump presionó personalmente a Netanyahu para que no repitiera una acción similar en suelo catarí. «Esto no puede volver a ocurrir», le dijo, según fuentes citadas por Axios. Sin embargo, el primer ministro israelí se mostró desafiante y justificó su decisión: «Si los terroristas se esconden en Qatar y no son expulsados, nosotros los alcanzaremos».
La ofensiva no logró su objetivo —los altos mandos de Hamas resultaron ilesos—, pero dejó un saldo de seis militantes muertos y un enorme daño político. Para el emirato del Golfo, anfitrión de las negociaciones con Hamas desde hace más de una década, la violación de su soberanía es un punto de inflexión que amenaza con dinamitar su rol de mediador y alterar los equilibrios regionales.
La postura de Netanyahu deja a Trump en una situación incómoda. El presidente republicano ha tratado de mantener un delicado balance: por un lado, apoya la campaña militar israelí contra Hamas y presume de ser «el mejor amigo de Israel en la Casa Blanca»; por el otro, busca consolidar un acuerdo de paz que incluya la liberación de rehenes y preserve los lazos estratégicos con los estados del Golfo.
El ataque en Qatar expuso la fragilidad de ese equilibrio. Expertos como Mona Yacoubian, del Center for Strategic and International Studies, advirtieron que la falta de coordinación «socava la agenda de paz de Trump» y abre espacios para que otros actores regionales tomen la iniciativa.
Aunque Netanyahu acompañó a diplomáticos estadounidenses en la inauguración de un malecón en su país bautizado con el nombre de Trump —un gesto simbólico de agradecimiento—, el episodio refleja que Israel actúa con autonomía incluso frente a su principal aliado.
Mientras tanto, en el escenario europeo, Trump lidia con otro foco de fricción: Rusia. El mandatario anunció que está listo para imponer «sanciones mayores» contra Moscú si la OTAN se alinea y detiene la compra de petróleo ruso. En un mensaje en Truth Social, incluso llamó a aplicar tarifas del 50 % al 100 % sobre China, con el argumento de que esa presión debilitaría el respaldo de Pekín a Putin.
Sin embargo, hasta ahora Trump no ha concretado medidas contundentes. Su ambivalencia responde a dos factores. Primero, a la esperanza de poder erigirse como mediador de una salida negociada a la guerra en Ucrania. Segundo, al temor de que una derrota rusa empuje aún más a Moscú a depender de China, consolidando un eje que reforzaría a su principal rival estratégico.
Putin, por su parte, continúa con su ofensiva en Ucrania, confiado en las divisiones dentro de la OTAN y en el abastecimiento energético a países como Hungría y Eslovaquia. La falta de sanciones firmes desde Washington le otorga margen de maniobra y debilita el discurso de Trump de ser el líder de un frente occidental unido.
Los choques con Netanyahu y la falta de acción contundente frente a Putin ilustran una paradoja de la política exterior de Trump: pese a presentarse como un negociador fuerte y pragmático, su estilo errático y sus alianzas personales a menudo generan más incertidumbre que estabilidad.
En Medio Oriente, la ofensiva israelí en Qatar no solo quebró momentáneamente las negociaciones de paz, sino que también puso en entredicho la relación con un socio clave que recientemente había hecho importantes gestos hacia Washington, incluyendo la donación de un avión de lujo para funciones oficiales. La posibilidad de que Qatar reevalúe su alianza de seguridad con Estados Unidos encendería alarmas en todo el Golfo.
En Europa, la falta de sanciones efectivas contra Rusia transmite un mensaje de ambigüedad que contrasta con la retórica de firmeza de la OTAN. Putin capitaliza esa indecisión, mientras China se consolida como socio estratégico del Kremlin.
La situación deja a Trump frente a un delicado dilema. En Gaza, deberá decidir si intensifica la presión sobre Netanyahu o si tolera nuevas acciones unilaterales que puedan dinamitar sus esfuerzos de mediación. En Ucrania, tendrá que elegir entre mantener una línea ambigua o comprometerse a sanciones que podrían fracturar aún más a la OTAN y tensionar la economía global.
✕
Accede a tu cuenta para comentar