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Putin se enfrenta a su último y más difícil mandato

En un ambiente enrarecido por las protestas y las detenciones de opositores, el presidente se plantea el reto de catapultar a Rusia hasta las cinco primeras economías mundiales

El líder ruso Vladimir Putin, a su entrada en el salón del Kremlin donde tuvo lugar su investidura / Reuters
El líder ruso Vladimir Putin, a su entrada en el salón del Kremlin donde tuvo lugar su investidura / Reuterslarazon

En un ambiente enrarecido por las protestas y las detenciones de opositores, el presidente se plantea el reto de catapultar a Rusia hasta las cinco primeras economías mundiales.

Vladímir Putin juró como presidente de Rusia por cuarta vez en los últimos 18 años. Cuando termine su mandato dentro de 6 años ostentará el récord de ser el líder ruso con más tiempo en el poder (24 años, si se incluye su periodo como primer ministro), solo superado por Iósif Stalin que estuvo 28 años al frente del Kremlin. Y aunque a ambos personajes los separa un profundo abismo en lo que a ideología y métodos de gobernar se refiere, los dos comparten ese «defecto» acuñado en 1956 por Nikita Jruschov para criticar a su antecesor: un marcado culto a la personalidad. Putin, eso sí, prefiere el esplendor del estilo zarista.

Cuando el reloj de la torre Spasskaya marcó las 12:00 del mediodía este lunes en Moscú, Putin entró al Gran Palacio del Kremlin tras haber recorrido en caravana la corta distancia que se separa su despacho del lugar de la ceremonia. A diferencia de la toma de posesión de 2012, esta vez las calles de Moscú no fueron desalojadas de peatones para el traslado de la caravana presidencial. Algún experto en mercadotecnia política le habrá hecho ver la incongruencia que un presidente reelecto con el 77% de los votos recorra una desierta.

El acento lo marcó esta vez la limusina presidencial, que ya no es de fabricación alemana sino un lujoso modelo hecho en casa de 7 metros de largo que saldrá a la venta el próximo año bajo la marca Aurus. Todo un símbolo del momento que atraviesan las relaciones entre Rusia y Occidente.

Sin embargo, en su discurso de investidura Putin aseguró que está «abierto al diálogo» con todos los países. Remarcó, eso sí, que Rusia mantendrá su independencia tanto en política interior como en la arena internacional. «Aprendimos a defender nuestros intereses, recuperamos el orgullo por la Patria, por nuestros valores tradicionales», dijo.

La intervención del mandatario apeló como era de esperarse a la fibra patriótica de los rusos, a quienes agradeció !la unidad, la fe en que podemos mejorar! y «el nivel de apoyo sincero» durante los últimos comicios. Y a pesar de las evidentes dificultades que atraviesa la economía nacional como consecuencia de las sanciones internacionales por la anexión de Crimea y la injerencia en las elecciones de Estados Unidos, además de la corrupción endémica y la marcada desigualdad en la distribución de las riquezas, Putin aseguró que los próximos 6 años los rusos «vivirán mejor». «Llevaremos a cabo una política social moderna, dirigida a satisfacer las necesidades de cada persona, de cada familia rusa, aumentar la calidad de la educación y del sistema de sanidad», dijo.

Pero no todos los rusos dan crédito a las promesas de Putin y su Gobierno. La investidura del líder ruso estuvo precedida por las protestas que tuvieron lugar el 5 de mayo en varias ciudades del país bajo lemas como «¡Abajo el zar!» o «Putin es un ladrón», y que se saldaron con la detención de más de 1.600 personas, entre ellas el dirigente opositor Alexei Navalni.

Tampoco le creen los cientos de simpatizantes del Partido Comunista de Rusia que manifestaron su rechazo a la «élite neoliberal» que gobierna el país el primero de mayo durante la celebraciones del Día Internacional del Trabajador. La mayoría de ellos, ancianos que conocieron la generosa seguridad social de la Unión Soviética, reclaman un incremento de las exiguas pensiones y los salarios, así como el aumento de la inversión estatal en salud y educación.

Pero a estas demandas de cambio Putin responde con más de lo mismo. Este lunes, apenas terminada la ceremonia de investidura, volvió a proponer a Dmitri Medvedev como primer ministro a pesar de que su gestión acumula un 57% de rechazo popular, según la última encuesta del centro Levada. Otro estudio del estatal Centro Ruso de Investigación de la Opinión Pública (VCIOM) reveló que la proporción de rusos que confían en la capacidad de Putin para «resolver los problemas nacionales más importantes» pasó de 55,3% antes de las elecciones a 47,1% para el 22 de abril.

Y si a nivel interno las cosas no lucen tan bien como a Putin le gustaría, a nivel externo también se complican con cada día que pasa. Las sanciones internacionales de Occidente se siguen acumulando y su efecto en la principal fuente de ingresos del país, la industria petrolera, es cada vez más evidente.

La obsesión de Putin por recuperar la influencia de Rusia en la arena internacional le llevó a inmiscuirse en el conflicto sirio en 2015 y a librar una «guerra proxy» contra Estados Unidos y otras potencias occidentales que promueven la salida del Bachar al Asad. Su único aliado en esa «cruzada contra el terrorismo internacional», Irán, también podría verse seriamente debilitado si Donald Trump decide creer las pruebas anunciadas por Israel de que Teherán sigue desarrollando armas nucleares en secreto y se retira del acuerdo internacional firmado durante la administración Obama. Este será precisamente el tema del encuentro que sostendrá Putin con el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu el próximo miércoles en Moscú.