Inmigración ilegal
Rescatados del mar y atrapados en la desesperanza
Escondido en un laberinto de calles sucias con olor a salitre, a escasos metros del mar que devora sus vidas y tritura sus esperanzas, el centro de acogida de inmigrantes de Misrata huele a sudor y exhala tristeza.
Escondido en un laberinto de calles sucias con olor a salitre, a escasos metros del mar que devora sus vidas y tritura sus esperanzas, el centro de acogida de inmigrantes de Misrata huele a sudor y exhala tristeza. Informa Mohamad abdel Malek/Efe.
Calculado para dar cobijo a unas 600 personas, en sus precarias salas se apilan desde hace semanas más de un millar de rostros procedentes del África subsahariana y Oriente Medio, en una torre de Babel donde imperan el árabe y los silencios.
Huele a humedad, se respira la muerte, pero aún así algunos se consideran afortunados: los pescadores y guardacostas libios los devolvieron vivos a su mísera existencia después de que el mar se tragara las esperanzas con las que comercian las mafias.
Otros ni siquiera pudieron intentarlo, pese a haber pagado con sus manos callosas la tasa, detenidos por las autoridades libias cuando buscaban a los patrones de la muerte.
"Llegué a pie a Al Kofra, en Sudán, y después hasta Aydabiya, sin alimentos ni agua", explica a Efe con la voz cansada Mustafa Abdelaziz, somalí de 22 años.
"Desde allí, y tras dos días en una gran tienda aislada, fuimos a Trípoli en busca de la persona que nos embarcara. Aquí hemos sido detenidos por la policía. Habíamos pagado 600 dólares", agregó el joven, que durante un tiempo se buscó la vida como obrero en Arabia Saudí.
De regreso a su país, la guerra y la falta de oportunidades le obligaron a emprender rumbo a Europa, una idea que no desecha pese a que su futuro parece la deportación y le costará tiempo volver a juntar los euros.
Apiñada junto a otras mujeres jóvenes, algunas embarazadas, Merien, somalí de 19 años, relata una historia similar, cargada de la misma desesperanza.
Una tragedia monocorde de engaños, tan miserable como reiterada, que también alberga Ahmad Husein, un egipcio de 57 años, sentado en una habitación húmeda y gris, donde simplemente respirar resulta trabajoso.
"El traficante me aseguró que viajaría con mis papeles oficiales, sin que nadie me detuviera en los puestos de control, pero hemos descubierto lo contrario", afirmó.
"Han pasado cuatro meses y no hemos podido contactar con nuestras familias. El jefe del centro contactó con la embajada egipcia en Túnez pero no nos hicieron caso", agregó Husein, el más veterano de un grupo de cincuenta egipcios.
Hacinados en Misrata, a 220 kilómetros al este de Trípoli, ninguno de ellos sabe ahora cuál será su destino.
Probablemente sean trasferidos de uno a otro refugio, todos ellos saturados, hasta que se escapen o sean deportados.
"Aquí no tenemos las condiciones básicas necesarias para (atender a) ese número de personas. Los servicios de sanidad son insuficientes, casi inexistentes, y las condiciones son muy malas", explica a Efe el director del centro, Mohamed al Bakar.
Para este general, la inmigración irregular desde Libia no es un asunto pasajero sino un mal que corre el riego de hacerse crónico si el país no recibe ayuda internacional.
"Sin apoyo, la inmigración ilegal no se eliminará", insiste antes de subrayar que "poseemos fuerzas en tierra pero carecemos de medios, mecanismos e instrumentos de telecomunicación"para luchar contra ella en el mar.
Libia es un Estado fallido, víctima del caos y la guerra civil, desde que en 2011 la comunidad internacional contribuyera a derrocar el régimen dictatorial de Muamar el Gadafi.
Desde entonces se ha convertido en lugar de tránsito hacia Europa para miles de personas que huyen del hambre, la pobreza, la guerra y la falta de oportunidades en su lugar de origen a lo largo de sus 1.770 kilómetros de costas.
En las últimas semanas, más de 5.000 inmigrantes irregulares han sido rescatados cuando trataban de cruzar el Mediterráneo rumbo a Italia, cerca de un millar han muerto ahogados y alrededor de 600 han sido detenidos cuando se preparaban para embarcar.
Ahmed Baiu, responsable de traslados en el centro de Misrata, admite que ante la saturación y falta de recursos, las autoridades han optado por abrir otros centros, igualmente sin condiciones, y alejar a los inmigrantes con el objeto final de ponerlos al otro lado de la frontera.
Un viaje igualmente arriesgado para las vidas de los inmigrantes, que salvados del mar, pueden morir de asfixia en un atiborrado camión-contenedor o de sed en los desiertos del sur de Libia.
"Unas 320 personas de diferentes nacionalidades africanas han sido llevadas a la ciudad meridional de Sebha, para ser trasladadas a sus países de origen", revela.
Forman parte, explica, de un grupo rescatado la semana pasada en las costas libias cuando viajaban a bordo de cinco pateras.
Un parche mal cosido, admiten en voz baja los responsables libios, ya que muchos retornarán: si hay algo sencillo en Libia es contactar con las numerosas mafias, que los vuelven a exponer a la explotación, los malos tratos y la muerte, advierten.
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