Política

Sao Paulo

Rousseff confía en el voto cautivo social

Dilma Rousseff, ayer, durante un acto electoral en Minas Gerais
Dilma Rousseff, ayer, durante un acto electoral en Minas Geraislarazon

Cuando el ex presidente Lula Da Silva eligió a Dilma Rousseff como su sucesora la definió como una dirigente pragmática. Lejos del carisma de su mentor, atesoró fama de buena gestora, una luchadora que tras vencer el cáncer se enfrentó a los halcones de su partido, el PT, muchos de ellos ahora presos por corrupción. Pero además de la rectitud, a Lula le sedujo la capacidad de lucha de esta Dama de Hierro brasileña. Capaz de superar enfermedades y de hacerle sombra a la todopoderosa derecha brasileña. Dilma se enfrenta a un joven pero experimentado candidato, Aecio Neves, y al perfecto engranaje a nivel nacional que representa la maquinaria de un clásico en política: el PSDB. La seguridad, los logros, el continuismo y la herencia política, jugaron a su favor de Rousseff en la primera vuelta. Pero en la elección definitiva, que se celebra este domingo, las clases más pobres, las máximas beneficiadas de la era Lula, podrían marcar la diferencia. En la actualidad, 14 millones de familias se benefician del programa social Bolsa Familia, implantado por Lula da Silva en 2003, que consiste en una ayuda de hasta 70 dólares mensuales para familias con ingresos muy bajos. Hasta ahora, el Gobierno ha destinado a este programa más de 50.000 millones de dólares. Esta amplia capa social que se beneficia de los subsidios públicos apostará por la continuidad.

Las encuestas ya marcan que Dilma supera a Neves en cuatro puntos (47% frente al 43%) y la ventaja podría aumentar a expensas del último debate de mañana, en el que el opositor intentará dar la vuelta a la tortilla descargando sus últimos cartuchos. Se espera artillería pesada, una lucha encarnizada por los últimos votos. Según la última encuesta, los brasileños confían en las predicciones que auguran un leve repunte de la economía el próximo año. Por supuesto hay gente que prefiere asumir riesgos, a sabiendas de que Brasil puede dar mucho más. Inversores y una clase media cansada de la corrupción, la burocracia y la inoperancia.

Neves se apoya en los últimos casos de corrupción que salpican a la estatal Petrobras. En cada debate recrimina a la presidenta su responsabilidad ante la crisis que vive el país, en recesión y con una alta inflación. Recuerda los altos niveles de inseguridad que sufre la nación, que en las favelas, supuestamente pacificadas, sigue reinando el caos y la ley del más fuerte. Pero a juzgar por los últimos sondeos podría ser insuficiente. Neves no baja los brazos, aún queda un debate donde mostrar sus últimas cartas, cantar los últimos órdagos. Sabe que las encuestas en Brasil nunca fueron libros de cabecera de ningún líder y que al final, la victoria del domingo será cuestión de valor. Entre arriesgarse por un cambio que despierte al gigante dormido u optar por el continuismo, lento pero seguro. Al mismo tiempo, muchos ciudadanos se han cansado de escuchar hablar del «milagro brasileño». Son conscientes de que salieron del abismo, aunque todavía les queda un largo camino antes de recibir la etiqueta de país desarrollado. La población ha comprendido que la travesía es lenta, y no quiere sobresaltos. Una nueva clase media, la misma que ocupó las calles durante las pasadas protestas, parece haber perdonado momentáneamente los errores del Gobierno del Dilma.