
Diplomacia
Rusia negocia su presencia en la nueva Siria post-Asad
La prioridad de Moscú pasa por preservar sus dos únicas instalaciones militares situadas fuera de la antigua URS

Ocho meses después del desmoronamiento de su otrora gran aliado regional, Bachar al Asad, la Rusia de Putin ha dejado clara su voluntad de preservar su alianza con las autoridades -una amalgama de grupos islamistas radicales agrupados en torno a Hayat Tahrir al Sham (HTS) y liderados por el ex combatiente de Al Qaeda Ahmed al Sharaa- en control del poder en Damasco. Siria sabe de la importancia del respaldo ruso, con asiento permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, en su reconocimiento internacional, habida cuenta de las sanciones que siguen pesando contra los ex yihadistas.
En el centro del interés de Moscú por un país destruido, pero estratégico por su ubicación en el Mediterráneo oriental están las bases militares que durante medio sigo Rusia ha dispuesto -las únicas situadas fuera del territorio de la antigua Unión Soviética- en la franja costera: la base naval de Tartús y la aérea de Hmeimin, en la provincia de Latakia. Unas instalaciones que fueron fundamentales en 2015 en la defensa rusa de la dictadura de Asad frente a los yihadistas. En el caso de Tartús -única base naval rusa en aguas calientes-, el acuerdo entre Putin y Asad estipulaba el control ruso hasta el año 2066 y la inmunidad de su personal; mientras que el pactado para Hmeimin no marcaba horizonte temporal alguno.
Diez años después, la renuncia de Moscú -enfrascado en la guerra de Ucrania- a involucrarse en la contraofensiva contra los islamistas radicales de HTS aceleró el desmoronamiento del régimen árabe forjado en torno al socialismo y el secularismo en plena Guerra Fría. Con todo, Putin no se olvidó de su viejo aliado y Bachar al Asad y su familia hallaron refugio en la capital rusa, donde viven en el mayor de los anonimatos, lejos del boato y la pompa de los viejos días en Damasco.
Asaad al-Shaibani, jefe de la diplomacia rusa: "Queremos a Rusia a nuestro lado"
Aunque no fue evocado en la rueda de prensa posterior, sin duda la permanencia de las instalaciones militares fue uno de los asuntos despachados la semana pasada en el encuentro mantenido en Moscú por el ministro de Exteriores ruso Serguéi Lavrov y su homólogo sirio Asaad al-Shaibani en la primera visita de un representante gubernamental sirio a territorio ruso desde el cambio de régimen. "Queremos a Rusia a nuestro lado en el camino", aseguró en Moscú el jefe de la diplomacia siria antes de matizar que "algunos factores complican nuestra relación". Lavrov aprovechó el encuentro para invitar a Rusia al autoproclamado presidente Ahmed al Sharaa.
Ocho meses después de la llegada de los islamistas radicales al poder gracias al apoyo decisivo de la Turquía de Erdogan las bases siguen en poder de Moscú, que negocia los términos de la nueva relación con unas autoridades que afrontan graves problemas económicos y de seguridad domésticos. El nuevo régimen sirio, que no controla gran parte del territorio sirio, aspira a consolidarse en un escenario turbulento como el surgido en la región desde octubre de 2023.
En este sentido, Al Sharaa y los suyos son conscientes de la necesidad de diversificar alianzas y apoyos y de que para poner fin a las sanciones y obtener pleno respaldo internacional tendrán que trabajar simultáneamente con Ankara, Riad, Washington, Tel Aviv y Moscú. Rusia sabe que la situación no volverá a ser como antes, pero aspira a preservar sus intereses, con las bases militares a la cabeza, a pesar de la presión que los nuevos aliados de Damasco ejercen sobre las nuevas autoridades. Más allá de la cooperación securitaria y económica, Al Sharaa confía además en el papel que pudiera jugar una Rusia presente en Siria para disuadir a Israel de seguir atacando intereses militares del nuevo mando y la ocupación de nuevo territorio en el sur.
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