Catástrofes y Accidentes
Schettino, en el banquillo en febrero
Familiares de los 32 fallecidos en el «Costa Concordia» acuden a Giglio un año después
Un año después de desgarrar el casco de la nave y de provocar su hundimiento parcial, el escollo contra el que chocó el «Costa Concordia» volvió al mar mientras sonaban las sirenas de los transbordadores. Ése fue el momento más emotivo de la ceremonia celebrada ayer frente a la isla del Giglio, en la que participaron los familiares de las 32 personas que fallecieron en el accidente. Dos de los cuerpos de las víctimas no fueron nunca hallados.
Quien no se dejó ayer ver por esta isla ni por la localidad donde vive, Meta di Sorrento, fue Francesco Schettino. El comandante del «Costa Concordia», posible responsable de que la nave chocara contra los escollos por acercarse demasiado a Giglio y que abandonó el buque cuando todavía quedaba un buen número de pasajeros en su interior, deberá hacer frente pronto a las responsabilidades judiciales de aquel desastre. Schettino fue detenido después del accidente con la acusación de homicidio múltiple y abandono de la nave y estuvo cuatro días en prisión. Luego pasó a arresto domiciliario hasta que en julio se le levantó esta restricción. Una vez concluida la investigación sobre el incidente, en febrero comenzará el juicio. Si la magistratura sigue la petición de la Fiscalía, a Schettino podrían caerle hasta 20 años de cárcel. Aparentemente tranquilo pese a la que se avecina, el comandante se prodiga estos días dando entrevistas a los medios. La última apareció ayer en un programa de televisión, en la que asegura que la maniobra de acercamiento a la isla estaba aprobada por la naviera.
Mientras se prepara el juicio a Schettino y a otros once imputados, continúan las labores de retirada del barco. 430 ingenieros y obreros de 19 nacionalidades diferentes trabajan 24 horas al día durante los 7 días de la semana en ello. Está previsto que durante el mes de septiembre el «Costa Concordia» será levantado de su lecho frente a la isla de Giglio y remolcado a un puerto para ser luego desguazado. Se trata de una operación muy compleja que cuesta alrededor de 340 millones de euros, 75 más de lo proyectado en un principio. El mayor riesgo es que al enderezar el barco se produzca una fuga de las aguas sucias que contiene la sentina. «El objetivo es el de levantar el casco, dotándolo de una especie de cajones flotantes bajo la quilla, de modo que pueda ser arrastrado como una barca hinchable», explica el ingeniero Carlo Femiani al diario «La Stampa».
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