
Luanda
Del "soft power" al "business power": la diplomacia económica de EE UU en África
Angola acoge una cumbre sobre las relaciones comerciales entre las naciones africanas y el gigante americano

Nadie duda de que las relaciones entre Estados Unidos y los países africanos han tomado un nuevo rumbo tras la toma del poder de Donald Trump. Si Maquiavelo explicó que existen dos maneras de combatir, mediante las leyes o mediante la fuerza, quizás podría corregirse al florentino al añadir una tercera opción sobre la mesa: los negocios. En este caso, los negocios estadounidenses como forma de combatir a la influencia de terceros actores en el continente que todos desprecian y desean a la vez. Los negocios, que China ya aprendió hace décadas que suponen la mejor garantía de colaboración con África.
Por ello, mientras que Washington ha protagonizado una serie de retiradas militares en los últimos años en África, incluyendo rumores sobre la desintegración del Mando África, igual que se han retirado muchas de las subvenciones de USAID en el continente (que garantizaban en cierta medida los derechos humanos de poblaciones segregadas y minorías), queda esta última arma: los negocios.
Siguiendo la línea de la tercera opción, esta semana se está desarrollando en Luanda, capital de Angola, el US-Africa Business Summit. Una cumbre focalizada en las relaciones comerciales entre las naciones africanas y el gigante americano, donde la elección de Luanda como lugar de reunión evidencia además la creciente cercanía entre Estados Unidos y Angola. De cincuenta y cuatro países africanos, apenas quince mandatarios han acudido a la cita. Algunos, como Felix Tshisekedi (presidente de República Democrática del Congo), Duma Boko (presidente de Botsuana) o Brice Nguema (presidente de Gabón) no sorprenden. Sus relaciones con Occidente en general y con Estados Unidos en particular son fuertes. Otros, por otro lado, pueden llamar más la atención.
Faustin Touadéra, presidente de República Centroafricana, gran aliada de Rusia y del Grupo Wagner, también acudió a la cita. Igual que resultó interesante comprobar que, si el rey de Marruecos envió en su lugar a Karim Zidane, ministro de Inversión, pese a las fuertes relaciones entre su país y Estados Unidos, Argelia decidió mandar al presidente Nadir Larbaoui, considerando que las relaciones Estados Unidos-Argelia son más frágiles que las que sostiene el país vecino. A estos mandatarios deberían sumarse alrededor de 100 altos ejecutivos de empresas a los que Washington ofrece “elevar su marca personal y organizacional, descubrir nuevos socios comerciales, descubrir nuevas oportunidades de inversión o inversionistas entre los cientos de profesionales del comercio y la inversión”.
Según los organizadores del evento, el objetivo del mismo busca “soluciones a los desafíos comerciales actuales en los sectores de la agroindustria, las finanzas, la energía, la salud, la infraestructura, las TIC, las industrias creativas y más”. Igual que ofrece a los invitados “conversaciones a puerta cerrada con los principales tomadores de decisiones para analizar las necesidades comerciales y las posibles asociaciones”.
La cumbre se desarrolla en un contexto de extrema ambigüedad en las relaciones entre Estados Unidos y África. Además de la suspensión de una gran parte de las ayudas provistas por USAID, debe recordarse que Trump anunció hace escasas semanas que quedan prohibidos los viajes a EE UU para los nacionales de siete países africanos: Chad, República del Congo, Eritrea, Guinea Ecuatorial, Libia, Somalia y Sudán. Como es lógico, ninguno de estos países envió representantes a la cumbre en Luanda, como tampoco lo hicieron otras naciones que han visto incrementadas las dificultades de sus nacionales para viajar a Estados Unidos.
Se le suman los aranceles; en algunos casos, estratosféricos. Lesoto sufre desde el pasado mes de abril una tarifa impuesta del 50%. Madagascar, cuyo primer ministro sí que acudió a Angola, del 47%. Y no puede olvidarse el papel mediador de Estados Unidos en el conflicto que envuelve a República Democrática del Congo y Ruanda, cuyo tratado de paz se firmará supuestamente este 27 de junio.
Angola como socio prioritario
El gran favorito de Washington en el continente, sin embargo, es Angola. El país elegido para sostener la cumbre. En los últimos cinco años, las relaciones entre ambas naciones han pasado de una cooperación puntual a una estrecha relación. Uno de los cambios más significativos sería la creciente participación estadounidense en la cadena de valor de los minerales críticos. Angola cuenta con más de 30 tipos de minerales estratégicos, y EE UU ha invertido más de 560 millones de dólares desde 2023 en proyectos vinculados al llamado "Corredor de Lobito": una infraestructura ferroviaria que conecta el interior minero de RDC y Zambia con el puerto atlántico angoleño.
En el plano energético, EE UU ha financiado a través del Ex-Im Bank proyectos solares en Angola por más de 900 millones de dólares, destinados a construir plantas fotovoltaicas y redes eléctricas rurales. Angola, por su parte, y para satisfacción de su socio, ha promovido leyes que facilitan la inversión extranjera en energía renovable y ha firmado acuerdos con empresas como Sun Africa y AfricaGlobal Schaffer para acelerar estos proyectos.
Dentro del nuevo marco legislativo, Angola ha implementado reformas para mejorar la transparencia fiscal y la trazabilidad de los ingresos por recursos naturales, apoyada por diversas agencias estadounidenses. En definitiva, Luanda ha logrado posicionarse como un socio prioritario africano y con un peso creciente en la agenda estadounidense. Todo ello en un contexto donde Washington busca contrapesos a la influencia de China y Rusia en África austral. Los negocios, en definitiva, aunque también las leyes y la fuerza cuando sean necesarias, son la fórmula que parece buscar Estados Unidos en una nueva etapa de relaciones africanas.
Un nuevo enfoque que no es mal visto por muchos. En palabras de Arikana Chihombori‑Quao (ex‐embajadora de la UA ante EE.UU): “USAID era un lobo con piel de cordero en África. Lejos de ser una tragedia [la suspensión de los proyectos], debería ser una celebración”.
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