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Cara a cara entre Trump y Kim

Tras un año de guerra verbal, la relación entre los dos mandatarios da un giro inesperado con el anuncio de una cumbre histórica para el mes de mayo

Kim invitó a Trump a reunirse con él en Corea del Norte
Kim invitó a Trump a reunirse con él en Corea del Nortelarazon

Tras un año de guerra verbal, la relación entre los dos mandatarios da un giro inesperado con el anuncio de una cumbre histórica para el mes de mayo.

Invitado por él a mantener un cara a cara con su némesis, Donald Trump dijo «sí». El encuentro con Kim Jong Un, a todas luces histórico, tendrá lugar el próximo mes de mayo. En un enclave y fecha por determinar. Unas semanas después de que el presidente de Corea del Sur, y gran artífice del aparente deshielo, Moon Jae In, se vea con su homólogo norcoreano. A juego con la expectación, el tuit de Trump, porque siempre hay un tuit de Trump, rebosaba euforia: «Kim Jong Un habló sobre la desnuclearización con los representantes de Corea del Sur, no solo de una congelación. Además, no ha habido pruebas de misiles por parte de Corea del Norte durante este período de tiempo. Se están logrando grandes progresos, pero las sanciones se mantendrán hasta alcanzar un acuerdo. ¡Reunión está siendo planeada!». En realidad, y a pesar de sus feroces críticas durante la campaña de 2016, la Casa Blanca sigue el guión prefijado por George W. Bush y Barack Obama: presión diplomática y económica, sanciones y, al mismo tiempo, la posibilidad de entablar un diálogo si el régimen de Pyongyang renuncia a su pulso suicida.

«Ha expresado su disposición a encontrarse con el presidente Trump en cuanto sea posible». Palabra del representante de Corea del Sur, Chung Eui Yong, que acababa de reunirse con el presidente en Casa Blanca para anunciarle la buena nueva. Su aviso, del que informó un «New York Times» al tanto de las bambalinas, conmovió de tal forma a su interlocutor que dejó en fuera de juego a la práctica totalidad del Gobierno estadounidense. La decisión de aceptar el envite de Kim Jong Un parece genuinamente personal. Y enfrentada a las opiniones de los expertos militares, que no confían en la buena disposición del dictador. Pero consecuente, también, con una forma de encarar la política que emparenta con los enérgicos procedimientos con los que vivía el día a día de sus negocios.

Respecto a la posibilidad de que las conversaciones deriven en algo provechoso, conviene atender, primero, a los antecedentes históricos. No es, ni mucho menos, la primera vez que las dos Coreas acercan sus posiciones. Ahí está la llamada política del amanecer. Auspiciada por el entonces presidente surcoreano, Kim Dae Jung, que incluso recibió el premio Nobel de la Paz como recompensa a unos esfuerzos sostenidos entre 1998 y 2008. Un acercamiento que incluyó acuerdos comerciales de todo tipo. Aquellos esfuerzos encallaron de forma progresiva en la geopolítica posterior al 11-S. Y parecían enterrados con la creciente hostilidad de un Kim Jong Un que, como explicó a LA RAZÓN el escritor y analista Bradley K. Martin, autor del libro esencial sobre la dinastía Kim, «Under the loving care of the fatherly leader», «recibió una estrategia y un conjunto de tácticas [de sus predecesores] y simplemente sigue lo que enseñaron». Según Martin, «los herederos del liderazgo en Pyongyang están entrenados para enfocarse en ganar a toda costa». Recuerda al respecto que «cuando el padre de Kim recibió el rango de mariscal juró que si alguna vez se enfrentaba a la posibilidad de una derrota total, «destruiría el mundo». Ese juramento forma de la tradición que se transmite a los jóvenes guerreros del país. Es bastante similar a la mentalidad militarista del imperialismo japonés».

Martin y otros analistas consideran que el propósito último del arsenal nuclear desarrollado por los Kim siempre apuntó a la anexión del Sur. De ahí la insistencia en que cesen las maniobras militares conjuntas de Seúl y Washington. Un sur aislado de su poderoso amigo occidental quedaría a merced de las fauces del norte. La dinastía, que alcanza el poder robustecida por Stalin, nunca renunció al viejo anhelo. Pero las recientes sanciones, que se suman a la gruesa lista acumulada desde hace años, acaso hagan imprescindible el órdago. Sin olvidar las exhibiciones nucleares, que conducen al desarrollo de la bomba de hidrógeno. Ni el talante optimista y negociador de su homólogo surcoreano, fruto, al menos en parte, de una debilidad política transformada en discutible virtud.

A todo ello David Von Drehle, analista del «Washington Post», añade el ejemplo de Xi Jinping, el líder chino, dispuesto a demostrar que «la liberalización económica puede coexistir con una dictadura. Kim podría concluir que puede mantenerse en el poder sin necesidad de aislar a su país». Especulaciones y apuestas nacidas al calor del desafío supremo. Rubricado por un Trump al que puede llamársele casi cualquier cosa menos prudente.

En apenas tres horas, siguiendo el relato del «New York Times», supo de la visita de Chung Eui Yong a la Casa Blanca y lo convocó de inmediato a una reunión en el Ala Oeste. Informado por el representante de Corea del Sur de la buena disposición de Kim a negociar, e incluso a suspender la carrera armamentística, aceptó el reto y le solicitó que lo hiciera público. Aturdido, Chung pidió permiso para hablar y consultar con Seúl. Una vez recibidos los necesarios salvoconductos quedaba abierta la espita de unas gestiones diplomáticas que de una u otra forma han de involucrar a las dos Coreas, EEUU, Japón, Rusia y China. Que de todo ello salga o no un resultado fructífero más allá del gusto por el gesto atorrante y el subrayado épico de los dos dignatarios, y que de las negociaciones dimane un clima de comprensión mutua, y por supuesto que el Norte ceda en sus ambiciones expansionistas y liquide sus monstruosos arsenales, sin duda, es otro asunto.