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Trump: «Si me juzgan, los mercados se hundirán y habrá más pobres»

El presidente, acorralado por el «Rusiagate», carga contra los investigadores y el fiscal general, Jeff Sessions, al que él mismo nombró. La Justicia ofrece inmunidad a nuevos colaboradores para apuntalar las pruebas

El presidente norteamericano, Donald Trump. Foto. Ap
El presidente norteamericano, Donald Trump. Foto. Aplarazon

El presidente, acorralado por el «Rusiagate», carga contra los investigadores y el fiscal general, Jeff Sessions, al que él mismo nombró. La Justicia ofrece inmunidad a nuevos colaboradores para apuntalar las pruebas.

Dice Brett Steves, columnista de «The New York Times», que el argumento principal para el «impeachment» está claro, pero falta coraje. El que necesitarían bastantes senadores y congresistas republicanos para votar en favor de la destitución del presidente. Siempre y cuando las elecciones legislativas del próximo noviembre no cambien de forma tan sustancial la composición de las Cámaras, es decir, siempre que no otorguen mayorías absolutas a los demócratas y haciendo que sus votos no sean ya necesarios. Un panorama posible, pero también improbable.

Como explica el semanario «The Economist» en su artículo de portada: «Por vez primera el presidente Donald Trump afronta una acusación formal de que rompió personalmente la ley para empujar su candidatura».

De momento y a modo de parapeto, el hombre en la Casa Blanca mantiene engrasada su estrategia habitual. Negarlo todo. Y acudir a mítines, cuantos más y más coloristas, mejor. Como el que lo vio delante de un público entregado al mismo tiempo en que se hacía pública la condena de Paul Manafort, ex jefe de su campaña electoral, por ocho delitos de fraude fiscal y bancario, así como la confesión, en sede judicial, de Michael Cohen, ex abogado suyo y uno de los hombres clave de su círculo de confianza, de que delinquió por orden expresa de su antiguo jefe. Que cometió fraudes bancarios y fiscales, que pagó a dos mujeres, una actriz porno y una modelo de revista erótica, para evitar que contaran en la Prensa sus líos con Trump, que después de soltar el dinero pudo recuperarlo mediante una serie de facturas falsificadas que hicieron pasar como gastos electorales. Que, en definitiva, el hoy presidente le pidió que influyera en los posibles resultados electorales mediante la distribución de fondos a viejas amantes.

Por supuesto que Cohen, conocido en círculos políticos como el «Pitbull», y no precisamente por sus sutilezas legalistas, podría mentir a fin de endulzar su previsible condena. Llegará en diciembre. Quizá, si pacta con la Fiscalía, podría aligerar una estancia en prisión que según el juez que lleva el caso, el honorable William H. Pauley III, podría alcanzar los 65 años.

Pero como en el caso de Trump lo mejor siempre está por llegar pues... efectivamente llegó. En una asombrosa entrevista concedida ayer a la presentadora de la cadena Fox Ainsley Earhardt. Todo o casi todo lo que dijo ahí el presidente merecería grabarse en piedra. En primer lugar, una seria advertencia: «Si soy censurado, los mercados se hundirían. Creo que todo el mundo sería más pobre». Por tanto, no da margen a lo imposible, porque «no sé como se puede censurar a quien está haciendo un gran trabajo».

También sorprendió al asegurar con aplomo presidencial que apenas si veía a Cohen: recordemos, uno de sus colaboradores más cercanos, y al que por cierto conoció cuando este se ofreció a ayudarle, con éxito, en un «problema» con un grupo de inquilinos. O su convencimiento de que no constituye delito el prestar dinero de la campaña a un empleado a fin de que éste haga una serie de pagos con el potencial de influir en las elecciones. O que «basta con decir algo malo de Trump» en sede judicial para que quien pudiera ser condenado a diez o veinte años de cárcel acabe viendo reducida sustancialmente su pena. O, por supuesto, el hecho de que afirmase que tardó en saber de los cheques de Cohen a nombre de esas mujeres, cuando hace unos meses negó cualquier pago y deespués concedió que, siendo posible que hubieran existido, él nunca estuvo al tanto. Ahora, que el dinero era suyo y no provenía de su campaña.

Y aprovechando que tocaba meterse con quienes lideran la investigación del «Rusiagate», volvió a afearle al fiscal general que se recusara del caso. «Nombré a un fiscal general», dijo, «que nunca tomó el control del Departamento de Justicia. Algo increíble». A continuación se lamentó de que «incluso mis enemigos dicen que Jeff Sessions debería haberme dicho que se iba a recusar a sí mismo y entonces no lo habría nombrado. Ah, «la única razón por la que le di el trabajo», o sea, la única razón por la que el presidente de EE UU propuso el nombramiento del fiscal general, fue porque percibió que le era leal. «Fue uno de mis primeros partidarios. Lo fue desde la campaña». Por su parte, el propio Sessions respondió que mientras sea fiscal general, el Departamento de Justicia no se verá afectado por cuestiones de índole política. ¿Declaración de intenciones, urgente reparación de daños o parapeto previo a un despido cada día más previsible? Varios senadores republicanos ya insinuaron ayer que éste no tardará en producirse.

Por si fuera poco, «The Wall Street Journal» informó de que los fiscales del caso de Michael Cohen habrían ofrecido inmunidad al editor del tabloide «National Enquirer», David Pecker, amigo de Trump. El «Enquirer» habría pagado cientos de miles de dólares para comprar las exclusivas de las supuestas amantes del presidente a fin de que nadie más pudiera publicarla. Esto es, con el objetivo de silenciarlas. Igual, aunque por otros medios, que el propio Cohen.

Por rematar, «The Economist» plantea que «la pregunta es si, y hasta qué punto, el señor Manafort y el señor Cohen se volverán contra su ex jefe a cambio de benevolencia. A medida que el goteo lento de revelaciones y conviciones continúe, los estadounidenses tendrán que enfrentarse a una simple pregunta: ¿Está Trump por encima de la ley?».