Terremoto

Los últimos milagros bajo los escombros

Hasta 104 horas sepultados han pasado algunos de los supervivientes rescatados, aunque aumenta el pesimismo ante el «desastre del siglo»

Pasadas más de 100 horas del terremoto de 7,8 grados en la escala de Richter que devastó el sur de Turquía y el norte de Siria, los equipos de rescate siguen trabajando a destajo. Conscientes de que son las últimas horas para poder encontrar supervivientes, sus esfuerzos lograron valiosas recompensas, a pesar de que el contador de víctimas sigue subiendo. Ya son más de 22.300 los muertos.

En la localidad de Hatay, una pequeña de tan solo 4 años fue rescatada al igual que el ingeniero Hikmet Yigitbas, de 30 años, después de 101 horas. Milagrosamente, la pequeña parecía estar en buen estado, y sus salvadores la acariciaban sigilosamente para reconfortarla.

No muy lejos, en Samandag, ocurrió otro milagro. Un bebé recién nacido de tan solo 10 días, Yagiz, fue rescatado tras resistir casi cinco días bajo un edificio derruido. De inmediato fue envuelto en una manta térmica, y fue traslado junto a su madre en ambulancia al hospital.

En las áreas bajo control rebelde del norte de Siria, las llegadas de los primeros camiones de ayuda humanitaria de la ONU no lograron paliar la sensación de abandono y desesperación. Pese a la devastación masiva y las temperaturas gélidas, Raed Al Saleh, portavoz de los Cascos Blancos, contó que «90 horas después del inicio de nuestra respuesta al terremoto, nuestros equipos continúan las operaciones. No dejaremos solo a nadie bajo los escombros. No perdemos la esperanza».

Tanto Tedros Adhanom, director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), como Martin Griffiths, oficial de crisis humanitarias de la ONU, planean visitar el norte de Siria. La región, especialmente castigada por los doce años de guerra civil, está dividida en zonas controladas por el régimen de Damasco y facciones rebeldes, y junto a las sanciones económicas occidentales dificultan todavía más la llegada de la ayuda internacional.

El dictador Bachar al Asad, visitó ayer un hospital de la ciudad de Alepo para reunirse con algunas víctimas de los terremotos. Asad aprovechó la ocasión para acusar a Occidente de tener en cuenta solamente el lado «político» de la situación en Siria y de ignorar el aspecto «humano», en sus primeras palabras públicas desde el seísmo del lunes y en medio del debate sobre los efectos humanitarios de las sanciones contra Damasco.

Lo cierto es que los bombardeos del Ejército de Asad y la aviación rusa pulverizaron la zona, por lo que los hospitales ya estaban en situación paupérrima antes de la tragedia. Cientos de miles de personas malvivían en tiendas de campaña, y sus condiciones de vida serán todavía más complicadas de ahora en adelante.

En Kharamanmaras, un veterano lugareño contó como diez agentes le dijeron que no podían hacer nada por su nieta. Entonces, llegó un equipo de rescatistas israelíes con drones. «Con su aparato dieron con la ubicación exacta. Lo lograsteis a pesar de toda la destrucción que hay a vuestro alrededor. Encontrasteis a mi nieta Zeinab, pensábamos que la habíamos perdido y que no había esperanza. Muchas gracias a vosotros y a Israel», agradeció el hombre a los voluntarios.

En Kirikhan, Zeynep Kahraman logró ser sustraída de debajo de un montón de escombros por un equipo alemán, tras 104 horas de agonía. «Ahora creo en los milagros», contó uno de los rescatistas. Entre abrazos y llantos, la mujer salió por su propio pie en buenas condiciones físicas.

La catástrofe no fue solo el gran temblor y las posteriores repeticiones: crecen las alertas de que lo peor está por venir. Ante la falta de refugio, agua, alimentos, carburante o electricidad, millones de personas sobreviven en improvisados centros de acogida o vagando por las calles. En palabras del presidente Recep Tayyip Erdogan, se trata del «desastre del siglo».

La oposición y buena parte de la sociedad acusan al mandatario turco de negligencia, ya que las autoridades no estuvieron debidamente preparadas en una zona habitualmente afectada por seísmos masivos. Además, exigen respuestas respecto al «impuesto por terremotos», con el que el estado turco habría recaudado más de cuatro billones de euros. La medida, impulsada tras el terremoto de 1999 que dejó 17.000 fallecidos, pretendía ayudar a prevenir los desastres fortaleciendo los servicios de emergencia.

«El Gobierno de Erdogan no se preparó para un terremoto en los últimos 20 años», alegó Kemal Kilicdaroglu, líder del principal partido opositor. «Cuando vas conduciendo y pasas pueblos y ciudades por el camino, se ve todo absolutamente destruidos. Es muy difícil de asumir», reportó Stefanie Dekker en Aljazeera. Lo más duro de la tragedia es que familias enteras desaparecieron en cuestión de segundos. «Una mujer nos contó como perdió a cuatro hermanos, su madre, primos y sobrinos… Rodos se fueron cuando el edificio colapsó y los aplastó», explicó.

Para aportar su grano de arena, vehículos municipales de toda Turquía se apresuran a llegar al sur para asistir a los afectados. Incluso veteranos exmineros se sumaron a las tareas de rescate. Ante su experiencia cavando en arduos territorios del Mar Negro, Ismail Hakki dijo que «sabíamos que nuestro deber era venir aquí». En 2014, un derrumbe en una mina de Soma dejó más de 300 fallecidos.

Mientras tanto, los expertos tratan de aclarar si es posible predecir futuros temblores. «Estamos lejos de poder advertirlos con precisión en el futuro cercano», afirmó el británico Tim Wright. Dada la magnitud de la destrucción, en todo Oriente Medio se teme que nuevos seísmos agarren desprevenidos a más países.