Elecciones en Alemania

Un neo nacionalismo hace temblar a alemania

Los partidos que forman o formaban el núcleo duro del sistema, el centro derecha supuestamente conservador y el centro izquierda proclamadamente socialdemócrata, retroceden

La Razón
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Los partidos que forman o formaban el núcleo duro del sistema, el centro derecha supuestamente conservador y el centro izquierda proclamadamente socialdemócrata, retroceden.

La conjunción de una serie de récords batidos a la baja y cambios relativamente pequeños va a producir una transformación de importancia en la política alemana y, por ende, en la europea. Lo curioso es que los acontecimientos en Alemania, al alejar al país de su peculiar «normalidad», lo empujan a lo que viene siendo el estándar político europeo, lo que no quiere decir que la resultante armonización que esas novedades traigan sea necesariamente para bien, porque la «normalidad» europea está plagada de disfuncionalidades, deficiencias y frustraciones.

Los partidos que forman o formaban el núcleo duro del sistema, el centro derecha supuestamente conservador y el centro izquierda proclamadamente socialdemócrata, retroceden. Alternativa para Alemania (AfD), un partido de los llamados populistas, lo que viene a querer decir hostiles al sistema, entra por primera vez en el Bundestag. La fragmentación parlamentaria aumenta, siendo un factor que explica la mengua de los pilares del sistema, que son quienes han batido los récords a la baja. Tanto los democristianos como los socialistas han obtenido los peores resultados de su historia, en el caso de los segundos, sobre el 20%, casi devastadores. Sin embargo, suman con el 33% de los primeros, para forma otra Gran Coalición.

Lo que es seguro es que Merkel repite por cuarta vez, en condiciones mucho menos favorables que las anteriores porque sus íntimos e imprescindibles socios bávaros de la hermana, pero siempre más conservadora, Unión Socialcristiana (CSU), han recibido un duro castigo y han visto escapar sus votos más derechistas hacia ese intruso populista. Todo ello con elecciones regionales en 2018 y la perspectiva de perder un monopolio que han ejercido desde la fundación de la República, lo que implica un «vista a la derecha» y hasta la tentación de romper vínculos con la Unión Cristianodemócrata (CDU).

Pero el cambio sustancial reside en la imposibilidad de reconstruir la Gran Coalición. Los socialistas están divididos. Su caída está también en línea con una pauta europea que socaba las bases de esa corriente ideológica. Detener el proceso es su objetivo prioritario y supone romper la asociación con Merkel, que una vez tras otra se las juega robándoles el programa, como, en plena campaña, convirtiendo en ley la promesa estrella de su rival, Martin Schulz, de establecer la «igualdad matrimonial». Nunca Merkel ha estado dispuesta a perder una batalla política por una mera cuestión de principios. Los socialistas ya lo han experimentado varias veces en su carne. Por otro lado, está el argumento de no dejarles el encabezamiento de la oposición a los populistas.

Estos son amarga sorpresa e insuperable tabú para todas las demás formaciones políticas y para la mayoría de los alemanes. En otros países son más, pero el «shock» no es comparable, ni para Alemania ni para Europa. Son 70 años y pico de demostrar al mundo y a sí mismos que ya no tienen nada que ver con los momentos malditos de su historia. AfD nació en 2013 para oponerse al rescate de Grecia y a otros posibles, pero tuvo su esplendor como punta de lanza contra la generosa acogida que Merkel prodigó a un millón de refugiados de Siria, Irak e, incluso Afganistán, hacia la tierra que se prometieron a sí mismos. Luego vinieron las agresiones contra mujeres en Colonia y otras ciudades. Consiguieron entrar en algunos Parlamentos regionales, pero en 2016 parecieron decaer. Su 12,6% ha sido una conmoción. Una parte de sus votantes, incluso miembros, proceden de las filas de Merkel. Ésta ha ignorado olímpicamente en su campaña el tema de los acogidos. Ya se ve que no es posible. Este nuevo nacionalismo incluye antiislamismo y buenas dosis de hostilidad a la UE y oposición cerrada a todo lo que signifique expandir sus poderes. Simpatía por Putin, epítome de nacionalistas, a costa de las identidades y derechos de sus vecinos. Y significa personalidades de las que puede esperarse no pocos desplantes, en contra de las comedidas prácticas alemanes. Nada va a ser igual, ni dentro ni fuera de la Cámara.

Otro partido del 10% que queda excluido de toda coalición es La Izquierda, procedente del comunismo de Alemania Oriental. No queda, pues, más que la «coalición Jamaica», por el negro de los democristianos, el amarillo de los liberales y el verde. Los liberales han sido en muchas ocasiones socios naturales de los conservadores. Del 2009 al 2013 volvieron a serlo, pero en el 2013 se quedaron fuera del Bundestag. Su renacimiento ha producido alivio. Los verdes solían ser más problemáticos para la derecha, pero coaliciones de los tres han existido a nivel regional. Ahora parece dictada por el destino, lo que no quiere decir que sea fácil. Cada uno de los otros dos del 10% maximizará sus demandas programáticas y de puestos de poder. Se avecinan largas semanas de negociaciones para formar gobierno, cambios de objetivos y estilo. Nada será igual en un país acostumbrado a la estabilidad, exportarla y presumir de ello.