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Una mezquita se convierte en la morgue y el feudo de los islamistas egipcios

Entre lágrimas y rezos, miles de seguidores de los Hermanos Musulmanes se atrincheraron hoy en la mezquita de Al Iman, en el este de El Cairo, transformada en una morgue improvisada con decenas de cadáveres hacinados.

Al ser expulsados de sus bastiones de Rabea al Adauiya y Al Nahda en una violenta operación policial ayer, los islamistas buscaron un nuevo espacio en el que resistir los intentos de las autoridades de borrarles del mapa.

La mezquita era un ir y venir de hombres y mujeres desesperados que culpaban a los "golpistas"de la tragedia del miércoles, cuando el desalojo de dichas acampadas y los posteriores disturbios dejaron al menos 525 muertos y 3.700 heridos en todo el país.

"Han matado a inocentes, son unos terroristas", gritaba una mujer desecha en lloros a la entrada del templo, cuyas escaleras estaban custodiadas por una cadena humana para permitir la salida de los ataúdes.

Cada vez que un féretro era sacado a hombros para introducirlo en las ambulancias que esperaban en los alrededores, la multitud gritaba "Dios es el más grande", según pudo constatar Efe.

También pasaban de mano en mano bloques de hielo para conservar los cuerpos que, envueltos en mortajas blancas ensangrentadas, eran velados en el interior de la mezquita.

La atmósfera dentro del templo estaba muy cargada. El olor de los cadáveres se camuflaba con incienso y ambientadores, mientras grandes ventiladores trataban de aportar algo de frescor.

Algunos hombres colocaban hielo sobre los cuerpos, otros buscaban en las listas los nombres de algún familiar o conocido fallecido y la mayoría rogaban a Dios por los "mártires".

Junto a uno de los cadáveres, el joven Mustafa Atef dijo a Efe que todos los fallecidos son "como sus hermanos"y que "los autores de la masacre serán castigados".

"Nuestras protestas eran pacíficas. ¿Por qué irrumpieron en las acampadas con esa violencia? Y luego dicen que nosotros somos los terroristas", lamentó.

Algunos de los cuerpos a los que brevemente levantaron la mortaja estaban calcinados y los congregados en la mezquita denunciaban que se debió a que las fuerzas de seguridad prendieron fuego a un hospital de campaña de la plaza de Rabea al Adauiya.

Esta plaza, próxima a Al Iman, presentaba un aspecto desolador, con excavadoras y camiones retirando los últimos escombros y restos de la gran acampada de los partidarios del depuesto presidente Mohamed Mursi.

La propia mezquita de Rabea al Adauiya fue incendiada, al igual que el edificio adyacente que utilizaban los islamistas como centro de prensa y otro bloque de cinco plantas en el que supuestamente instalaron ayer a los heridos y numerosos cadáveres.

Cientos de curiosos merodeaban por esta plaza entre los restos de la batalla campal, frente a un gran despliegue de la policía militar, que custodiaba la entrada al templo.

Algunos viandantes agradecían a las fuerzas del orden su actuación de la víspera, que, según, el primer ministro, Hazem el Beblaui, se caracterizó por una "máxima contención".

No podía ser más opuesta la versión de los islamistas congregados en Al Imán, que incluso acusaron a la policía de vestir con sus uniformes a cadáveres de civiles para luego responsabilizar a los manifestantes partidarios de Mursi de la violencia.

Las autoridades egipcias han informado de la muerte de 43 agentes y, ante el aumento de los disturbios en todo el país, han decretado el estado de emergencia durante un mes y el toque de queda en catorce provincias por tiempo indefinido.

Para la administrativa Rawia Mujtar, que afirma ser independiente y haber acudido a la mezquita de Al Iman para condenar la masacre, estas medidas de excepción suponen el regreso de los fantasmas del antiguo régimen de Hosni Mubarak.

"Egipto vuelve a estar dominado por los militares", aseguró Mujtar, quien agregó que es imposible con esta polarización social y represión gubernamental que el país se encamine a la democracia.