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Una pérdida patrimonial histórica

Una pérdida patrimonial histórica
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Cuando este verano volví a París y visité Notre Dame me di cuenta de que las medidas de seguridad se habían extremado. Era 15 de agosto, fiesta de la Virgen, y la procesión alrededor de la iglesia primada obligaba a medidas complementarias para evitar incidentes. Siempre han sabido las autoridades francesas que la catedral era un objetivo para los terroristas yihadistas y que no iban a desaprovechar la oportunidad de atentar contra el monumento más famoso de Francia. Lo ocurrido ayer no solo es una gran pérdida para el patrimonio galo, sino para el patrimonio universal. A la espera de que se conozcan en qué medida se han visto afectados los tesoros de orfebrería, pictóricos y escultóricos que conserva su interior, la arquitectura ha sufrido un hachazo descomunal. No únicamente han desaparecido las cubiertas, la mayoría del siglo XIX, aunque otras se remontaban al siglo XIII, sino también la aguja central de finales del siglo pasado, uno de los emblemas de la catedral. Lo que la Revolución Francesa y las radicales restauraciones de mediados del siglo XIX de Jean-Baptiste Lassus y Viollet-Le-Duc no consiguieron destruir y llevarse por delante, desapareció ayer víctima de las llamas. La aguja del cimborrio era uno de esos añadidos, pero sin duda el más logrado, pues servía de contrapunto a la magnífica fachada gótica y se distinguía de ella con la suficiente elegancia, y también por sus diferentes materiales. Pero las pérdidas patrimoniales que más preocupan se centran de manera concreta y directa en la sacristía. Aunque su legendario tesoro desapareció durante la Revolución Francesa, a lo largo de todo el siglo XIX se habían trasladado a la nueva sacristía neogótica, construida entre los años 1845 y 1850 también por Lassus y Viollet-le-Duc, tres importantes reliquias de la cristiandad: la Corona de espinas, un fragmento de la Vera Cruz, y uno de los clavos de la Pasión. Conocidas desde antiguo, estas tres piezas siguen siendo la principal atracción del Tesoro, aunque tampoco son las únicas.

De san Luis, rey de Francia, se conservan sus restos óseos, así como su túnica y las disciplinas que utilizaba para mortificarse. Casualmente, la corona de espinas se ofrece a la veneración el día de Viernes Santo y despierta una gran devoción en toda Francia. Recuperada por el Rey san Luis, su relicario sigue siendo uno de los más antiguos del tesoro. Pues bien, dada la ubicación de la sacristía en el lado sur del edificio es más que probable que se haya visto afectada por las virulentas llamas. Toda una tragedia sin precdentes para el patrimonio universal, del que forma parte un edificio tan emblemático.

Director de «Ars Magazine»