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Estreno

«Kathie y el hipopótamo»: Mentiras bien contadas

Autor: Mario Vargas Llosa. Dirección y espacio escénico: Magüi Mira. Iluminación: José Manuel Guerra. Arreglos, composición musical y piano: David San José. Reparto: Ana Belén, Ginés García Millán, Jorge Basanta, Eva Rufo. Naves del Español-Matadero. Madrid.

Jorge Basanta, Ana Belén y Eva Rufo, en un momento de «Kathie y el hipopótamo»
Jorge Basanta, Ana Belén y Eva Rufo, en un momento de «Kathie y el hipopótamo»larazon

Todo es verdad, acaso porque todo es mentira. O ninguna de las anteriores. ¿Qué hay de cierto y qué de inventado en las vidas de Kathie y de su negro literario? Tan imposible de responder es esta pregunta como importante es comprender que en esa imposibilidad radican el mensaje y la esencia casi filosófica de un teatro profundo y mayúsculo en su arquitectura, el de Mario Vargas Llosa, eclipsado injustamente por su obra narrativa. «Kathie y el hipopótamo» es un gran texto teatral, un delicioso viaje a las praderas del matrimonio y las selvas del deseo y el sexo, y una comedia inteligente y chispeante, aunque quizá ni el autor lo sospechara del todo y haya sido Magüi Mira quien se lo haya hecho ver en este estreno en España –aunque la obra es de 1983– con un montaje de exquisito gusto, grandes interpretaciones y, sobre todo, una dirección que acierta a comprender no ya qué es verdad y que es mentira en las vidas repletas de irrealidad de sus protagonistas, sino qué quiere el autor hacernos creer qué es verdad y mentira en cada momento. No son la misma cosa. En «La Chunga», que la precedió en este ciclo que el Ayuntamiento de Madrid le está dedicando al Nobel hispanoperuano, Joan Ollé no acababa de acertar con esa transmisión: que no haya nada verificable no significa que el espectador deba nadar confuso entre sus líneas. El montaje de Magüi Mira no sólo es bello –los aportes musicales al piano de David San José subrayan el ambiente pretendido, no así las canciones de Ana Belén, metidas con calzador– sino que ofrece una lectura clarificadora de un texto nada complaciente, gracias al trabajo con el reparto y al ritmo de las escenas en las que interactúan repartiéndose papeles y dando vida a criaturas de ficción y a recuerdos exagerados o verosímiles. Un texto basado en un episodio que le sucedió al propio dramaturgo en su juventud. La protagonista, una dama de la alta sociedad limeña, se cita en una habitación con un escritor para plasmar en papel sus viajes. Ella pone las ideas, él las palabras. Pero, entre sesión y sesión, vamos accediendo a dos realidades, multiplicadas por las de quienes los rodean: ella, con un pasado de pretendientes que dejó atrás por casarse con Johnny Darling, surfista hasta el ridículo y mujeriego empedernido

–estupendo el trabajo de Jorge Basanta en este trasunto patético de Clark Gable–, y con un presente amargo que domestica con relatos sicalípticos. Él, con una esposa asfixiante, a la que da vida con fuerza y un enorme encanto Eva Rufo, actriz que sigue creciendo más allá del Clásico. Se va comprendiendo a su personaje según se intuye que también en la vida del escritor hay menos espacio para la utopía del que presume y más para los líos de faldas y la mediocridad. Lo que nos lleva al dúo protagonista, con un Ginés García Millán seductor y divertido, muy bien en el papel de Santiago Zavala, el metafórico hipopótamo, y sobre todo una estupenda Ana Belén. El papel de Kathie parece escrito para ella: se transforma en una señora bien aún a la búsqueda del amor perdido pero sin dejarse la cuna en ningún momento; una millonaria por el mundo que no se encuentra a sí misma de la misma forma que Vargas Llosa esquiva el encuentro con la verdad. ¿Quién es Kathie? ¿Y su escriba? Quizá la única respuesta es: todos son teatro. Falso, como todo teatro, pero brillante por un rato.