La parodia nacional

Ruiz Barrachina está indignado, o tal parece, aunque decidiera liarse la manta a la cabeza en su nuevo filme, adaptación de la novela escrita por el propio cineasta, y tirar de humor surrealista (en ocasiones, con pobres resultados; he ahí las escenas del malabarista a tras los pasos de la protagonista) para denunciar la sombría realidad político-social que atraviesa el sur de Europa. Cinta atestada de personajes, situaciones e historias estrafalarios (Puigcorbé lidia con uno que apenas hay por donde pillarlo,y otro incluso ya dejó este mundo), durante un apoteósico y rimbombante colofón Barrachina osa hasta dinamitar la Gran Vía para que nos quede constancia del enfado. Pero como no es Buñuel o Berlanga, ni, desde el plano literario, Valle-Inclán, el confuso gazpacho naturalista salpicado de crítica y brochazos mágicos puede provocar un ligero sopor al público, mareado de por sí ante las confusas correrías de estos hombres y mujeres que a veces no sabemos siquiera si vienen o se van. Lo segundo mejor, pensará alguno.