«La primavera»: Heno y fango

Tanto «El somni» como «La primavera», los dos largos documentales de Christophe Farnanier, son menos una evocación de un mundo en peligro de extinción que la celebración de una actitud ante el trabajo. Si en la primera se rendía homenaje al último trashumante de España, en la segunda se observa la vida de una familia campesina en las montañas de Sierra Cavallera, en la comarca gerundense del Ripollès. Utilizamos el verbo «observar» porque Farnarier se acoge a los métodos del cine directo, dejando que la realidad que filma surja lentamente de la propia filmación, sin presentar a sus protagonistas, sin entrevistarles, sin explicar explícitamente lo que hacen. La realidad, pues, en estado bruto, centrada en la figura de Carme, una mujer todoterreno a la que, durante hora y veinte y cuatro estaciones del año, vemos trabajar incansablemente, una fuerza de la naturaleza en perpetuo movimiento. Si en «El Somni» Farnarier estaba más interesado en escuchar a su objeto de estudio, a dejarse llevar por la sabiduría popular de un hombre en tránsito, acostumbrado al diálogo con la naturaleza, en «La primavera» su cámara queda fascinada por una mujer que no puede estarse quieta, el pilar de una familia que sirve igual para esquilar, hervir intestinos después de la matanza del cerdo, preparar la comida, atender a los clientes de un restaurante y sembrar los campos. Sabemos por las notas de producción que se llama Carme, pero Farnarier no se fija demasiado en lo que dice, porque hace más que habla. No se quiere embellecer la imagen, rompiendo con el tópico de que toda película rural ha de ser nítida, limpia. Universalizar la imagen de la mujer campesina para reivindicarla, hacerle pisar el heno y el fango, celebrar su existencia: todo esto busca y consigue «La primavera».