Barcelona
Cataluña, imán del salafismo
Nadie hubiera podido pensarlo tan sólo hace veinte años. A día de hoy, el terrorismo islámico tiene su base más relevante para atentar en Europa y reclutar terroristas en Cataluña.
Hace apenas unos días, el CNI conseguía un objetivo perseguido hacía tiempo. Un juzgado decretaba la expulsión de Noureddin Ziani de territorio español tras ser acusado de ser un agente de la Inteligencia marroquí y de «promover el terrorismo internacional, el salafismo y el islam radical». La noticia quizá no hubiera tenido mayor trascendencia de no ser porque Ziani era un hombre del nacionalismo catalán. Considerado figura clave por los nacionalistas para granjearse las voluntades de los inmigrantes musulmanes, Ziani fue objeto de generosas subvenciones y durante mucho tiempo presidente de la Unión de centros culturales islámicos de Cataluña.
No sorprende que Angel Colom, secretario de Inmigración de CDC, protestara contra una medida indispensable para proteger la seguridad nacional. Entidades tan distintas como el Instituto Elcano, la Jamestown Foundation o el Gatestone Institute han enfatizado la enorme relevancia del terrorismo islámico en Cataluña. No eran los únicos. Un estudio publicado en «Terrorism Monitor» señalaba que las localidades catalanas de Badalona, Santa Coloma de Gramanet y San Adrián de Besós forman «el triángulo más importante de reclutamiento yihadista de Europa». Mensualmente, entre tres y cinco musulmanes residentes en Cataluña viajan a Irak, Chechenia o Afganistán para recibir entrenamiento como terroristas. A su regreso a la región española, constituyen desde hace años células durmientes dispuestas a perpetrar atentados. Partiendo de esa base, no sorprende que en Reus se procediera a la detención de un personaje como el marroquí Mbark El Jaafari, que, supuestamente, entrenó a treinta y dos terroristas suicidas. Fue tan sólo una de las operaciones llevadas a cabo por la Policía española contra el terrorismo islámico fuertemente asentado en Cataluña, como la «Tigris», «Chacal» y «Camaleón».
En el curso de las mismas, se detuvo a miembros de Al Qaida en España y, de manera bien significativa, el imán de la mezquita de Santa Coloma de Gramanet apareció como uno de los dirigentes islamistas. La situación, de extrema gravedad, no escapó a la Inteligencia de Estados Unidos. Un informe de cinco páginas de 2 de octubre de 2007 procedente de la Embajada de Estados Unidos en Madrid señaló que el terrorismo islámico afincado en Cataluña estaba muy vinculado a la inmigración procedente de naciones como Marruecos, Túnez, Argelia, Pakistán y Bangladesh.
Ese mismo informe calificaba a Cataluña de «imán para los reclutadores de terroristas» y acentuaba que «la región autónoma de Cataluña se ha convertido en una base esencial de operaciones para la actividad terrorista». El mismo informe señalaba que los terroristas islámicos asentados en Cataluña se autofinanciaban mediante delitos como el tráfico de drogas, la trata de blancas, el blanqueo de dinero, el contrabando o la prostitución siguiendo la doctrina de Tafkir wal-Hijra que considera la comisión de delitos para financiar operaciones yihadistas. Previamente, otro informe de la Inteligencia norteamericana de 11 de septiembre de 2005 apuntaba a que la «retirada de España de Irak no parece haber reducido el deseo de los extremistas de golpear objetivos españoles». Un tercer informe de 24 de octubre de 2007 señalaba que las autoridades españolas no estaban actuando como debían en Cataluña por los conflictos entre distintas fuerzas policiales. Apenas unos meses después, la Policía española lograba detener a un comando islámico que estaba a punto de atentar en el metro de Barcelona. Al año siguiente, los islamistas ya estaban llevando a cabo secuestros de mujeres para juzgarlas por adulterio y ejecutarlas. A esas alturas, Cataluña hacía tiempo que se había convertido en el gran centro del terrorismo islámico en Europa occidental y cerca del ochenta por ciento de terroristas musulmanes detenidos en España lo eran en su territorio. Las razones para haber llegado a esa situación eran obvias y estaban relacionadas directamente con el nacionalismo catalán. El nacionalismo ha insistido en recibir a inmigrantes cuya lengua de origen no sea el español en la creencia de que así abrazarían antes el empleo del catalán. Tal paso implicaba abrir la puerta a riadas de inmigración islámica que ahora no es inferior al medio millón de personas –algunas fuentes apuntan a casi el doble– en Cataluña. Por otro lado, el deseo de expulsar de la región a las fuerzas policiales españolas ha limitado enormemente la capacidad de acción contra este tipo de terrorismo. Finalmente, la subvención nacionalista a ciertos colectivos ha facilitado el crecimiento del islamismo.
Tras convertir a Cataluña en el centro europeo principal del terrorismo islámico, cabe preguntarse si se puede llegar a una situación peor. El Gatestone Institute daba respuesta hace unas semanas a esa cuestión: «Un impulso con éxito en la región autónoma española de Cataluña conduciría al establecimiento de un país con el tercer porcentaje mayor de población musulmana en Europa occidental, sólo por detrás de Francia y Bélgica, y muy por delante de Gran Bretaña y Alemania». Sería, sin duda, otro de los logros que debe atribuirse al nacionalismo catalán.
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