La Razón del Domingo
Dos bandos y un sorteo
Manuel Viñuales, con su madre en la cárcel, cantó el Gordo de 1939
Manuel Viñuales tiene un blog en internet y también tiene una cuenta en Twitter. No llamaría la atención si no fuera porque Manuel ya ha cumplido 86 años. Vive en Sevilla, con la memoria intacta, pese a que para un español de su edad eso puede resultar doloroso. Era un niño, huérfano de padre, que estudiaba en el colegio San Idelfonso. Tenía ocho años cuando comenzó la guerra y las bombas caían sobre Madrid. Recuerda el estruendo. El destrozo que produjo la primera en la calle Nuncio, en el centro de la capital. Una vida después no puede olvidar el comienzo de la catástrofe.
Los noventa niños del colegio San Idelfonso fueron enviados a otros lugares de España para evitar su muerte en una de las explosiones. «Nos sacaron en camiones a Valencia, donde dormimos en una estación. Nosotros no sabíamos a dónde íbamos. Sólo nos montaron en un tren». Son niños que apenas saben qué está pasando y que son obligados a dejar su hogar, toda su vida anterior. Manuel apareció en Vilanova i la Geltrú. Con sólo ocho años, huérfano de padre, dejaba a su hermana y a su madre trabajando en Madrid y él pasaría la guerra viviendo con una familia catalana.
Debió de ser doloroso, pero el tiempo dulcifica la memoria. «La verdad es que recuerdo esa época con agrado y mucho agradecimiento a la familia que me acogió. Los Miró Marsal, con los que aún tengo relación. 90 niños vivimos en esa zona y casi todos hemos mantenido el contacto con quienes nos acogieron. Fueron muy solidarios». Manuel llegó a una familia que tenía una hija. En tres meses aprendió catalán y, ahora que vive en Sevilla, asegura que todavía lo habla. Vivía entre la estación de tren y la fábrica de Pirelli y durante los primeros días en Vilanova la tranquilidad contrastaba con lo que estaba pasando en Madrid, pero un día llegó la guerra, estalló una bomba. Nadie sabía cuál era la causa del estruendo. Manuel enseguida lo comprendió. Él lo había vivido: bombas, «¡cómo las de Madrid!», gritó. Tras las explosiones, la familia se trasladó a una masía, donde Manuel tenía que recorrer dos kilómetros para conseguir leche.
La guerra para un niño como Manuel no fue el drama que vivieron otros. Los últimos meses los vivió en La Raya, en Murcia. Y en mayo de 1939, recuerda Manuel, volvió a Madrid. Su madre y su hermana le esperaban en Atocha. Pese a estar ya con su familia fueron tiempos duros, precarios, en los que padeció un hambre que hasta entonces no había conocido. Las desgracias no habían terminado con la guerra. Un día, antes de empezar el colegio de nuevo, volvió a casa y le dijeron que su madre estaba en el hospital, enferma. No se lo creyó y enseguida supo la verdad: había sido denunciada por «ir en 1936 a la pradera de San Isidro para presenciar los fusilamientos de personas de derechas».
Vuelta al colegio
Con su madre en la cárcel, Manuel empieza el colegio, que estaba como al empezar la guerra. «Éramos cien alumnos, diez más que antes de la guerra. Era un colegio con la disciplina de las escuelas internas, pero que tenía muchos años de experiencia y en el que el profesorado y el director eran antiguos alumnos. Empezamos una vida normal», cuenta. Dentro de lo que cabe.
Y una vida normal era cantar de nuevo la lotería de Navidad. Hubo un año durante la Guerra Civil en el que se celebraron dos sorteos, cada uno en una zona de la contienda. En 22 de diciembre de 1939, España estaba en la posguerra, que tan dura iba a ser, y el colegio de huérfanos de los niños de San Idelfonso eran otra vez los protagonista del sorteo: «Había que ser espabilao, saber bien las cifras y tener una voz aparente, timbrada. Íbamos con uniforme azul marino y cuello de pajarita», recuerda Manuel, que enseña con orgullo su foto en aquella época.
El salón estaba a rebosar de periodistas. Entonces se hacía en la calle Montalbán. La Lotería, más que nunca, era un momento para la esperanza de muchos y Manuel, uno de los niños que cantaba. Fue el mensajero de la suerte. «Claro que me acuerdo del número: canté el 13.093, 15 millones de pesetas». Eran dos niños los que cantaban y otros dos los que sacaban las bolas. Los cuatro fueron la imagen de la fortuna para un hombre que tenía el número y que quiso ser agradecido con ellos. Invitó a los niños a comer en una casa de Reina Victoria: una comida de verdad, no como las que hacían durante la guerra o en el colegio. Cuenta Manuel que, además, les abrió una cartilla con 2.500 pesetas.
La vida empezaba a tener otra pinta. En abril de 1940 su madre es declarada inocente y queda libre. Manuel siguió estudiando en el colegio hasta que tuvo que buscarse la vida. Quiere estudiar la carrera para ser perito. Pero no tiene los 300 pesetas que cuesta la matrícula. Entonces se acuerda del hombre que le invitó a comer, el hombre de la lotería, que la suerte dura más de lo que creemos.
Va a verle a su casa. «Sin dudarlo te ayudo», le responde. «Ya no te angusties».
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