Valencia

El fontanero de Díaz Ferrán

Ángel de Cabo empezó poniendo tuberías y acabó controlando los negocios del ex presidente de la patronal. Ahora está en la cárcel con la fianza más alta de la historia: 50 millones

El fontanero de Díaz Ferrán
El fontanero de Díaz Ferránlarazon

En el punto más bajo, cuando más indefenso está. Ése, ése es el momento.

La presa, que se siente agobiada por la deudas que ha contraído, por los acreedores, quizá por la Policía o por un juez, cree que ya no hay solución. Entonces, ahí, atacan los buitres y liquidadores.

Antes, ha hecho su trabajo la captadora, la que busca a una empresa con problemas, necesitada de ayuda urgente, pero que no esté terminal. Es decir, que aún tenga algún valor y no se encuentre completamente hipotecada. Que sea mujer y que tenga una buena presencia es importante. «Hemos visto que su empresa está muy mal, que tiene muchas deudas, nosotros le ofrecemos un estudio financiero para ver cuáles son sus problemas, cómo tienen solución. Piénselo, llámeme». Y el hombre, con su negocio endeudado, con miedo a perderlo todo, lo habla con su familia o consigo mismo, piensa en la buena presencia de la mujer. Le transmite confianza.

Hablan otro día. Le ha estado dando vueltas a su diagnóstico. Puede interesarle. La captadora es más rápida y más astuta. «Mire, le voy a pasar con mi jefe».

Y aparece. Ángel de Cabo. Su momento. Quedan a comer, quizá en un buen restaurante o en su impresionante edificio en la A3, al lado de Valencia, con unas vistas a las urbanizaciones cercanas y adineradas. La captadora había encontrado a la empresa con problemas y había dado el primer paso, Ángel de Cabo llega para cerrar el trato. Le pinta a su presa, al empresario endeudado, un presente inmediato pésimo: llamarán a tu puerta, te acuciarán los acreedores, te va a perseguir para siempre la mala publicidad. Eso ahora. El futuro, sólo un poco más lejano será peor: juicios, quién sabe si noches en la cárcel.

Pero él tiene la solución: lo mejor es que te quites de en medio, que no aparezcas tú como dueño del negocio.

Cederlo todo

Lo mejor que puede hacer es pasárselo a Ángel de Cabo, que sabe cómo reflotarlo, que tiene ideas y es un experto en hacer recortes, como ha hecho con otras empresas. Él puede encontrar el punto de inflexión hacia el equilibrio. Si hay beneficios, sólo se lleva el 20%, el 80% es para quien le cede el negocio. A cambio, tiene que darlo todo: «Se entiende que el dueño procederá a dimitir de sus cargos y a ceder sus participaciones a los actuales socios sin contraprestación económica», dice una escritura a la que ha tenido acceso este periódico. Sucedió hace siete años. La escritura hace referencia a varias empresas de una mujer que picó ante las palabras de Ángel de Cabo. Le dio su negocio. Enterito: «Entregar libre de coste alguno el Mercedes», se sigue leyendo. Ella, que estaba en problemas, cede y ahora está arruinada. Él, en esos momentos, aún tenía sueños de grandeza por cumplir. Ahora está en la cárcel, con 50 millones de fianza, la más alta de la historia.

Cerrado el trato, Ángel de Cabo y los suyos se quedan con el negocio. Si los activos son buenos, puede que los traspasen a otra compañía, que es de ellos, aunque figure a nombre de un testaferro. Aprovechan todo lo aprovechable, se ponen sueldos altísimos y dejan que pase el tiempo, que los acreedores se cansen y esperen al concurso. Puede que cambien algunas cuentas, que hagan algunas (o muchas) ilegalidades. Y para el anterior dueño, al que engatusaron e invitaron a comer, Ángel de Cabo, el gran jefe, ahora siempre está reunido. Muy ocupado; no le puede recibir.

Cuenta uno de sus antiguos empleados que una vez firmó una cesión de un negocio en una comida y al salir del restaurante, el antiguo dueño se iba en su coche. Pero De Cabo le pidió las llaves. Ahora era suyo, se lo había cedido hace unos minutos.

¿Y cómo me voy a casa?, preguntó el otro.

Si le quedó dinero para un taxi, se fue en taxi, si no, quién sabe.

Ambición y dinero

Ángel de Cabo ha estado muy ocupado desde que empezó a hacer negocios liquidadores y a ganar dinero de verdad, a lo grande. Lo suficiente como para cambiarse de su piso en Valencia a una urbanización en Chiva, un chalé unifamilar que hace cinco años fue tasado en más de dos millones de euros.

Mucho tiempo ha pasado, mucho ha vivido Ángel de Cabo desde que empezó teniendo un local con el que se dedicaba al negocio de la fontanería. Un hombre sin formación, impulsivo, también muy trabajador, con capacidad para introducir en su lenguaje términos especializados que no llegaba a entender y capaz de convencer de su solvencia a quien tenía enfrente. Un hombre, además, que siempre encontró la forma de hacer dinero sin importar mucho cómo.

Según uno de sus antiguos trabajadores, una vez le encargaron la fontanería de tres edificios del mismo dueño. De Cabo presumía de haber hecho la instalación en uno, cobrarlo, desmontarlo y poner la misma instalación en el siguiente. Desmontarla y poner otra vez la misma en el último. Tres cobros, con los mismos materiales.

Richard Gere como modelo

Pero eso se le quedó corto. Él va contando a quien le quiere escuchar que fue Richard Gere en «Pretty Woman» quien le abrió los ojos. Verdad o mentira, se ha convencido de que fue con esa película cuando comprendió que podía llevar una vida de lujo cogiendo empresas con dificultades y sacándoles el máximo beneficio para sí mismo.

Internet está plagado de impagados que le nombran y le piden responsabilidades, pero hasta ahora Ángel de Cabo había escalado sin demasiados problemas y casi impunemente, sin miedo a las consecuencias que podía sufrir. Es verdad que un antiguo socio se enfrentó a él y tuvieron una discusión más que agria, en la que dicen que De Cabo le amenazó con un abrecartas. Casi nada le asustaba. Sólo temía dos cosas: que los periodistas contasen cosas sobre él o que un juez comenzase a hacer averiguaciones. Por si acaso, presumía de manejar dosieres de las personas que podían hacerle daño.

Quizá creía que no le iban a pillar nunca. Aunque apenas había salido en los medios de comunicación, ya empezaba a tener un nombre. Se le podía ver con una inmensa colección de coches, todos de gama alta, entre los que destacaban los Mercedes, los Porsche y, sobre todo, un Bentley, que tenía aparcado en un garaje exclusivo en el edificio de su empresa en Valencia. Lo bueno es que ni necesitaba comprarlos. Provenían de las empresas liquidadas.

Así es como se logra un buen nivel de vida casi sin coste. De un restaurante a punto de quebrar pero con una cocina nueva puso la cocina de su casa. Con las alfombras y los muebles de Marsans decoró parte de su oficina. Ser rico, decía, es de listos.

Su nave central, su centro de operaciones, pese las múltiples empresas de las que aparece como dueño, estaba cerca de Valencia. Es un edificio de seis plantas, con una pista de pádel, un comedor privado, donde celebraba las comidas para agasajar a los clientes, un gimnasio y un pequeño parque para poder pasear y relajarse. El garaje, lleno de coches de alta gama.

Como Richard Gere. Los coches, las buenas comidas, las corbatas caras y los puros le apasionaban. En sus reuniones, una nube de humo hacía aún más desagradable el ambiente. Hubo una ocasión en que una mujer le pidió, al despedirse ya, que si para la siguiente reunión podía no fumar un puro. No te preocupes, le contestó De Cabo, ya no va a haber próxima reunión

Bien rodeado

Sólo al final, cuando ya no pudo frenar su ambición, empezó De Cabo a salir a la luz. Celoso de su intimidad, casado y con un niño de corta edad, uno de sus cuñados era parte importante en su empresa. Ángel de Cabo elegía bien de quien rodearse. Buenos abogados que le solucionasen los problemas y sobre todo, hombres fieles que le hiciesen de testaferros en su entramado de empresas. Hombres que le admirasen y que le debiesen su sueldo. Muchos procedían de empresas liquidadas que se habían mostrado fieles a su nuevo dueño. Se referían a él como el «gran jefe». Ése a quien un abogado recién contratado le habló de tú. «¿Quién eres tú para no hablarme de usted?», le espetó el «gran jefe». Sólo su círculo íntimo podía acceder a él, para el resto de empleados era un hombre lejano, inalcanzable, al que nadie se le ocurriese mandar un e-mail.

Iván Losada, por ejemplo, electricista de profesión, es uno de sus hombres cercanos, leal, seguro de que nada iba a sucederles ahora que habían dado un paso de gigante hacia la gloria. Ya no eran pequeñas empresas valencianas o del resto de España en las que entraban. Habían llegado a Marsans y después a Rumasa. Dicen que les llamaban más que nunca empresarios con problemas para solucionar sus negocios.

La crisis, cuando a muchos les acosan las deudas, cuando más bajos e indefensos están. Había llegado su momento.

De comercio de animales, a Marsans

En internet es muy sencillo contratar una empresa mercantil. Se venden sin deudas, sin problemas y en menos de 24 horas, prometiendo la opacidad a sus administradores. Es legal y uno de los dueños de una de estas páginas, donde las compra habitualmente Ángel de Cabo, asegura que él no tiene responsabilidad de lo que ocurre una vez que se ha vendido.

De este modo el comprador se libra de crear una empresa, de los trámites y puede empezar a actuar con rapidez. Ahí compró De Cabo Back in Bussiness con la que llevó a cabo la operación de Nueva Rumasa. Con Posibilitumm Business llevó a cabo la de Marsans. Tanto él como su gente de confianza aparecen como representantes o administradores únicos de un montón de empresas, que, en principio, como objeto social no tienen nada que ver con lo que luego hacen. Posibilitumm, por ejemplo, tenía como objeto social el «comercio de animales domésticos y en su caso de los exóticos debidamente autorizados. Servicios complementarios de residencia, peluquería y cuidados sanitarios. Venta de productos de alimentación animal y complementos».