La Razón del Domingo
El terror no puede ganar
Se negó a firmar cualquier acuerdo con el grupo que atentó contra ella
Se negó a firmar cualquier acuerdo con el grupo que atentó contra ella
Ken Loach captó magníficamente el espíritu que movía a Margaret Thatcher cuando al inicio de su película «Agenda oculta» (1990) incluyó una frase de la primera ministra en la que afirmaba que Irlanda del Norte era tan británica como el distrito que la elegía a ella para el parlamento. Desde luego, el terrorismo irlandés pespunteó toda su trayectoria al frente del Gobierno desde el inicio hasta el final. De hecho, durante la campaña que la llevaría hasta Downing Street, el 30 de marzo de 1979, Airey Neave, el amigo que diseñó las elecciones, voló por los aires mientras salía del garaje del palacio de Westminster. El IRA sabía a quién asesinaba porque, de no haber muerto, Neave habría sido nombrado secretario para Irlanda del Norte.
Apenas llevaba en el poder unas semanas cuando el 27 de agosto de 1979, el IRA asesinó a dieciocho soldados en Warrenpoint. Esa misma semana, los terroristas colocaron una bomba en la pequeña barca de pesca que tenía Lord Mountbatten, el primo de la reina, en su casa de Irlanda. Tanto él como dos miembros de su familia murieron. Ignorando las advertencias de los encargados de su seguridad, Margaret Thatcher voló a Irlanda del Norte y se hizo fotografiar caminando por el centro de Belfast con la guerrera y la boina del Ulster Defence Regiment.
Pero el enfrentamiento con el IRA no sólo tuvo un carácter armado sino también político. Tres años antes de la victoria electoral de Margaret Thatcher, los terroristas del IRA encarcelados habían comenzado una protesta por no disfrutar del estatus de presos políticos que se tradujo en negarse a llevar la indumentaria de la prisión y en esparcir sus excrementos por las celdas. En 1980, en un salto cualitativo, treinta y siete terroristas comenzaron una huelga de hambre. Margaret Thatcher se mantuvo firme en la posición de no considerar políticos a los que eran simples delincuentes comunes.
Ganó el pulso porque cuando uno de los irlandeses se encontró al borde de la muerte, concluyó la huelga. Tres meses después, el terrorista Bobby Sands la reanudó. Esta vez la resolución de los terroristas era mayor y vino acompañada de un movimiento propagandístico de apoyo. Margaret Thatcher respondió con una máxima espartana en su más puro estilo: «El asesinato es un crimen... Ni se plantea el estatus de preso político». Los partidarios del IRA presentaron a Sands a las elecciones en un intento de sacar el mayor rendimiento posible a la protesta. Sands fue elegido, pero murió a consecuencia de su huelga de hambre. Durante los meses siguientes, otros nueve terroristas se colocaron al borde de la muerte mientras el IRA asesinaba a setenta y tres personas entre policías, soldados y civiles. Margaret Thatcher demostró la misma firmeza que ante los sindicatos o la junta militar argentina. En 1982, llegó al poder en Dublín Garret Fitzgerald. Aunque era irlandés, estaba más que dispuesto a condenar los atentados perpetrados por el IRA en suelo británico. Y entonces el IRA decidió matar a la propia Thatcher. En octubre de 1984, tras una sesión de trabajo, Margaret Thatcher se dirigía al cuarto de baño de su habitación cuando fue requerida para firmar una última carta justo antes de las 3 de la madrugada. Aquella firma le salvó la vida porque unos instantes después estalló una bomba en el baño que, con seguridad, la hubiera destrozado. Sí murieron por la explosión cinco políticos conservadores incluido el parlamentario Sir Anthony Berry.
Se negó a firmar
Sin embargo, en lo que muchos consideraron su momento de gloria, Thatcher insistió en seguir celebrando la reunión del partido conservador que se celebraba en el hotel. Mientras era evacuada del hotel por la Policía, tuvo la presencia de ánimo suficiente como para llevarse un vestido para cambiarse. Tras negarse a ser llevada a Downing Street, pasó la noche en el Lewes Police College. Firme al timón, se preocupó de que se abriera un Marks And Spencer cercano de manera que los que se habían quedado sólo con la ropa de dormir a causa de la explosión pudieran conseguir un atuendo. A las 9:30 de la mañana, como estaba previsto, Margaret Thatcher compareció para pronunciar un discurso ante sus compañeros de partido. Dejó de manifiesto una vez más que los terroristas no saldrían triunfantes. En 1985, Thatcher se negó a estampar su firma en el acuerdo angloirlandés que abría el camino hacia una salida negociada.
El tiempo se encargó de darle la razón poniendo de manifiesto que no se puede pactar con terroristas. En 1987, en el atentado de Enniskillen el IRA asesinó a once personas e hirió a sesenta. En 1988, los soldados británicos asesinados por el IRA fueron veintiuno y en 1989, doce. No puede sorprender que cuando los SAS dieron muerte a tres terroristas en Gibraltar, el 30 de septiembre de 1988, Thatcher, gallardamente, asumiera en el Parlamento toda la responsabilidad. Poco después procedió a prohibir que la BBC emitiera entrevistas o discursos de miembros del IRA y de su franquicia política, el Sinn Fein.
Al fin y a la postre, los terroristas no consiguieron avanzar una pulgada mientras fue primera ministra. Sin embargo, fueron la causa directa de una de sus amarguras políticas, la de no haber acabado de una vez por todas con el IRA. Y es que Margaret Thatcher estaba convencida de que con los terroristas no se dialoga, sino que se les aplica la Ley como a delincuentes.
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