Beirut
Guerra en la tierra por el poder de Dios
Las potencias suníes, con Arabia Saudí, Qatar y Turquía a la cabeza, se enfrentan a Irán a través del régimen sirio del clan chií de Bachar al Asad
La convulsa región de Oriente Medio está llegando a un proceso de desintegración o, más bien, de aniquilación entre suníes y chiíes. Con la guerra en Siria de telón de fondo, los superpotencias suníes –Arabia Saudí, Qatar y Turquía– se enfrentan a Irán y a su aliado regional, la milicia chií libanesa Hizbulá. Para entender el origen de esta pugna de poder hay que retroceder a la salida de las tropas estadounidenses de Irak, a finales de 2011. Sin el apoyo de Washington, el Gobierno del primer ministro chií, Nuri al Maliki fue seducido por el régimen iraní. Así, Irán pasó de ser una potencia bastante marginal a emerger como un poder regional con el control de Irak, Siria y Líbano. Históricamente, la alianza de Irán con Siria se remonta a los años 80. Cuando el islam se levantó como una fuerza política en el mundo árabe, el régimen islamista iraní dio la inmunidad al régimen laico sirio para que ejerciera su control sobre los fundamentalistas chiíes en el Líbano. A través de Irán, Hizbulá se convirtió en un instrumento de poder sirio en el país de los cedros.
Antes de que comenzara la revolución siria, Teherán tenía una gran influencia en Bagdad, hasta el punto de ser capaz de bloquear las iniciativas iraquíes si Irán se oponía. El régimen de Bagdad comenzó una caza de brujas contra los suníes, arrestando a sus líderes, mientras que los líderes chiíes, los cuales no todos son proiraníes, vivieron sus cortos tiempos de bonanza con demasiado entusiasmo. Estados Unidos había abandonado a Irak, abriendo la puerta a un nuevo poder chií. Únicamente la Administración Obama mantuvo sus acuerdos comerciales con los kurdos del norte del país.
Primavera Árabe
La Primavera Árabe derrocó a los dictadores egipcio y tunecino, y los islamistas suníes, los Hermanos Musulmanes (en Egipto) y al Nahda (en Túnez) –apoyados por Qatar y Arabia Saudí–, emergieron como fuerza de poder islámica suní.
La otra gran potencia suní de la región, Turquía, se unió a la nueva cruzada del Islam suní, apoyando a la Hermandad Musulmana siria, en el ostracismo desde la época de Hafez el Asad, padre del presidente sirio. El objetivo era aislar de nuevo a Irán, a través de los rebeldes sirios –suníes– para derrocar al régimen alauí de Asad. Con ello, se cortaría el puente que une Irán con el Líbano, a través de la milicia fundamentalista chií.
Pero acabar con el régimen de minoría alauí no ha resultado fácil. Siria cuenta con el apoyo de Rusia y China, que han vetado todas las resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas en contra de Damasco. El otro gran problema que ha hecho que Occidente reculara a la hora de tomar una decisión seria contra el régimen sirio ha sido la estabilidad de Israel. El país hebreo está rodeado de fronteras enemigas y una guerra a escala regional amenaza su supervivencia. Israel ha tenido una modesta, aunque encubierta, relación bilateral con los sirios, que se remonta a su mutua hostilidad hacia Yaser Arafat. Para Israel, Siria ha sido el malo conocido. La idea de un gobierno suní controlado por la Hermandad Musulmana en su frontera nororiental era aterradora, por lo que preferían a Asad. Sin embargo, dado el cambio en el equilibrio de poder regional, la visión israelí también está cambiando. La amenaza islamista suní se ha debilitado en relación con la amenaza chií iraní.
El colapso de la región
Mirando hacia adelante, la amenaza de una fuerza suní hostil en Siria es menos preocupante que la presencia de Irán envalentonado en la frontera norte de Israel. Esto explica por qué los arquitectos de la política exterior de Israel, como el ministro de Defensa, Ehud Barak, han estado diciendo que «estamos ante una aceleración hacia el final del régimen».
En este punto se presentó el dilema: tomar una acción militar internacional para acabar con el sanguinario régimen sirio, o apoyar a las fuerzas opositoras para que gradualmente se vaya debilitando el Gobierno de Asad. La segunda de las opciones es la que ha funcionado hasta la fecha. Arabia Saudí y Qatar, a través de Turquía, han financiado a los grupos islamistas radicales para acabar con el poder chií. La estrategia es romper el lazo entre Siria y Hizbulá, y desestabilizar el régimen de Bagdad. Estos actores regionales, reacios a la intervención militar extranjera en Siria, han estado apoyando de forma encubierta, bajo la forma de suministrar armas, a los rebeldes sirios. En este espacio, los yihadistas han encontrado su hueco. Incluso si las armas no están destinadas para los yihadistas, el aumento del flujo de armas y entrenamiento a los rebeldes proporciona una oportunidad adicional para los extremistas suníes, con mayor experiencia que la resistencia armada contra Asad, aún desorganizada.
Yihadistas utilizados
Los yihadistas han sido utilizados por todos los regímenes árabes para sus propios intereses. Al igual que las fuerzas iraquíes suníes, islamistas y baazistas cooperaron con los yihadistas contra las tropas estadounidenses y ahora contra las fuerzas de seguridad chiíes que dominan el país, muchos de los opositores dentro de la población suní de Siria se han alineado con los yihadistas, dadas las limitaciones que enfrentan en la lucha contra el bien armado Ejército sirio alauí.
Yihadistas con sede en Irak , los que siempre han trabajado con el régimen sirio, la vecina Jordania y los grupos extremistas suníes acogidos en Líbano han visto su oportunidad en el conflicto de Siria. Arabia Saudí también tiene militantes suníes radicales indignados por el asesinato de suníes sirios a manos de lo que ellos llaman el régimen alauí «infiel». Al igual que los saudíes, redirigen sus propios yihadistas hacia la lucha en Irak, Riad, también alientan a combatientes radicales para luchar en Siria. Esto se vio claro en una «fatwa» (edicto religioso) reciente escrita por un grupo de los mejores eruditos religiosos suníes (incluyendo algunos prominentes saudíes), que incita a luchar contra miembros de las Fuerzas de Seguridad sirias.
Los yihadistas también podrían tener éxito en el desencadenamiento de un conflicto sectario regional que involucra a múltiples actores estatales y no estatales, y que vería a Irán y Arabia Saudí enrocados en una intensa guerra de poder. Pero mientras que ni los opositores al régimen sirio ni los actores internacionales tienen interés en que el colapso de Siria derive en el conflicto sectario regional, los yihadistas quieren eso.
Atentados sectarios en Irak
En el último año, los atentados en Irak contra objetivos chiíes han aumentado. Cientos de iraquíes han muerto desde principios de año en atentados sectarios y sólo este mes, más de 150. Precisamente, los últimos actos de violencia en Bagdad contra chiíes coinciden con la movilización de Occidente tras el supuesto ataque con armas químicas por parte del régimen sirio en los suburbios de Damasco.
Al igual que en Irak, hemos visto atentados contra chiíes y otros grupos no suníes, incluidos objetivos de Hizbulá en el Líbano. La todopoderosa milicia chií libanesa está viviendo momentos de baja popularidad por su intervención en la guerra siria. Los ataques contra los blindados feudos del Partido de Dios han puesto al movimiento en la cuerda floja. Los ataques en el Líbano en un intento de avivar un conflicto sectario regional.
Con el Partido de Dios debilitado, los grupos yihadistas que entran por la porosa frontera del norte del país, y los grupos opositores libaneses que apoyan a los movimientos suníes radicales podrían arrastrar al Líbano a otra guerra civil. Pero está vez, la «victoria divina» de Hizbulá podría convertirse en la mayor derrota, pues perdería el apoyo popular, el control en las decisiones gubernamentales, y si el régimen de Damasco cae, se quedaría sin ruta de suministro de armas desde Irán.
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