La Razón del Domingo
Italia, fuera de combate
De situaciones peores ha salido Italia. Tal vez ahora vivamos un final de ciclo y la irrupción de tanto cómico sea algo más que una venganza irónica del destino. Italia sabe vivir en la inestabilidad política
En 1945 Italia estaba fuera de combate tras haberse pasado de los nazis a los aliados. Perdió las colonias, estuvo bajo ocupación militar, trocó la monarquía de la casa de Saboya por una novedosa república y tuvo que acogerse también al Plan Marshall para levantar un país tan desmoralizado como destruido. La decencia política tras el fascismo la izó Alcide de Gasperi, una especie de santo europeísta que se había pasado la guerra refugiado en la biblioteca del Vaticano rumiando la Democracia Cristiana, que también se alzaba en Alemania Occidental de la mano de Konrad Adenauer. El Partido Socialista Italiano, de mayor tradición (Benito Mussolini procedía del socialismo), formó con la DC un bipartidismo sólo amenazado por el Partido Comunista (PCI) apoyado en la medio leyenda de unos tardíos partisanos; pero con Enrico Berlinguer de secretario general y su formulación del eurocomunismo logró ser una voz en Europa pese a la amenaza del sovietismo.
Contra pronóstico, Italia tuvo su milagro y pasó de «La piel» de Curzio Malaparte, Ana Magnani desgarrada y el neorrealismo a una economía brillante en su norte. Desde entonces, ningún primer ministro italiano ha durado más de dos años, pero la bota europea superaba todas las dificultades: Brigadas Rojas, asesinato de Aldo Moro, sangrienta lucha antimafia que acabó hasta con el asesinato del general De la Chiesa, gobernador de Sicilia, jueces y fiscales víctimas de los sicarios, norte contra sur y excesiva división del voto. Todas las calamidades fueron afrontadas, menos la de la corrupción que se convirtió en una tangente que cruzaba los partidos políticos y las instituciones. Como en una nueva caída del Imperio romano, desapareció la intocable Democracia Cristiana, los textos carcelarios de Gramsci dejaron de ser sagrados y se disolvió el PCI, ambos podridos por las corruptelas y sin credibilidad entre la población.
Lo del Partido Socialista Italiano fue peor: el gran Bettino Craxi tuvo que exiliarse en Hammameth (Túnez), donde falleció, acosado por los tribunales de Justicia, literalmente, por ladrón. Silvio Berlusconi fue un albacea económico y político de Craxi, única salida por la derecha al destruido PSI. Italia saltó del pentapartido al multipopulismo multiusos que ha dado en las elecciones de esta semana y que son una advertencia para España, porque no son solubles la recesión y la corrupción.
El triunfo parcial de Bersani, un comunista hoy de centro-izquierda, no le permite gobernar sin alianzas al ser necesaria la mayoría en el Congreso y en el Senado, y el centro-centro del respetable Mario Monti, autor de los recortes, no basta para aprobar una ley. Se considera una sorpresa el nacimiento como tercer partido del Movimiento 5 Estrellas del cómico genovés Beppe Grillo, pero el auténtico «sorpasso» es el mantenimiento en segunda fila de Berlusconi, incombustible a sus escándalos y el buen gusto, encarnando la corrupción simpática y populista. Es difícil encontrar un italiano que confiese haberle votado, pero el caso es que siempre sale reforzado como capitán del centro-derecha.
Grillo tiene antecedentes en Europa con el humorista francés Coluche y ha arreado las huestes de los indignados, hartos de la teatralidad de la política y la hipocresía de los que parecen funcionarios de carrera sin oposición, la luna menguante de sus economías domésticas, la pesca milagrosa de fortunas sin raíces explicables, los servicios mendicantes, la Administración haraposa y atrabiliaria, la Justicia lenta y sin la honradez de las puñetas, y la corrupción hedionda y descarada típica del fin de época, de sistema.
El diplomático francés Stephane Hessel, padre con un opúsculo del 11-M, ha muerto precisamente en el cantil de ver su primer triunfo con un movimiento de Grillo pero lo que no sabemos es si las 5 Estrellas se quedarán en las nebulosas del firmamento, porque este movimiento es tan «contra todo» que no articula propuesta alguna ni para la crisis económica y tampoco para la política. No quieren pactar con nadie ni a la derecha ni a la izquierda, les asquea la Europa de los burócratas y son desafectos al euro como carnaza de tiburones financieros. Los nervios en Bruselas llegan a tildar de payasos a Grillo y Berlusconi. Es el ominoso triunfo de la antipolítica al borde de la autosugestión y el asambleísmo. Lo peor es que el movimiento de Beppe Grillo ya gobierna con éxito en Sicilia y Parma, tirando de jóvenes desempleados y a medio cualificar. Italia, otra vez y no por las armas, está fuera de combate.
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