La Razón del Domingo
La línea roja de Russell
Fue el corresponsal de guerra del «The Times» quien primero habló de esa línea que no se ha de pasar. Europa la ha dejado atrás con Chipre y la quita a los ahorros de las cuentas corrientes
En puridad William Howard Russell, del «The Times» londinense, fue el primer corresponsal de guerra. En 1854 fue a la península de Crimea a cubrir las desordenadas matanzas entre ingleses, franceses, rusos y otomanos. Russell observaba desde una colina la imperturbable posición del 93 de Highlanders ante feroces acometidas rusas y, por el color de sus uniformes, escribió con admiración de «la delgada línea roja» que llegó hasta nuestros días como lema, muletilla, como las líneas rojas que no se deben ni pueden traspasar ni en la política, la economía o las meras costumbres. También en Crimea, en Balaklava, la Brigada Ligera de Caballería se evaporó ante un tren de batir ruso en su sacrificada última carga. La crisis en la eurozona nos ha deparado otro latiguillo, ésta vez infame, como «sistémico» que pertenece a la jerga médica, en sustitución de «sistemático» que apela a la norma. Cuando se tasan los cajeros automáticos también se estropean los idiomas.
Cuando el exministro de Finanzas Jeroen Dijsselbloem (en holandés Flor de Cactus), presidente del Eurogrupo, introdujo la tesis, con Merkel como ventrílocua, de que el hundimiento de Chipre habían de pagarlo también los cuentacorrentistas, la Unión Europea cruzó la línea roja. Es ley europea la garantía sobre los primeros cien mil euros pero nuestros atribulados eurocrátas respaldaron el corralón chipriota de cierre bancario, el corralito de los cajeros de 100 euros diarios y discutieron sobre tasas o quitas hasta para depositantes de 40.000 euros. Es cierto que no es justo que los naufragios bancarios los rescaten todos los contribuyentes pero que se pueda meter la mano en el ahorro privado a la vista es el final de lo que entendemos por banca personal, ya degradada por las preferentes y otras perversas ingenierías financieras. En Chipre se ha cruzado la línea roja y se ha llegado a la muralla carmesí. El dicho evangélico de que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el cielo ha sido malinterpretado hasta por los cristianos. Cuando cerraban sus puertas las ciudades palestinas amuralladas, quedaban abiertos para los retrasados unos ojos de aguja por los que sí podía pasar un camello, desmontándole la carga y empujándole con esfuerzo por el culo o untándolo de brea. Lo difícil se tomó por imposible. En la Unión Europea ¿dónde está la línea roja que separa a los ricos de los pobres? Nadie discute que los impuestos han de ser progresivos, pero un ciudadano con 120.000 euros en su cuenta ¿es un sujeto de exacciones para reflotar a su banco? Chipre es un paraíso fiscal ruso pero la mayoría de los cuentacorrentistas por encima de la línea de los cien mil euros caerán en la pobreza o la quiebra tras la quita.
Rajoy y Hollande, tras el fútbol, han aclarado que las chapuzas cometidas en Chipre son excepcionales, pero no basta. El dinero disponible en el banco sólo puede estar al albur de la quiebra de la entidad, y otros riesgos corren por cuenta de los accionistas o tenedores de productos de buena rentabilidad. La cuenta corriente es sagrada, la grande y la chica, y sólo un juez puede poner la mano sobre ella. Si no, ya están vendiendo en España cajas fuertes encastradas en el colchón y camufladas a la vista y al tacto. «Flor de cactus» no ve la línea roja de Russell.
Mal precedente
El Presidente Rooselvet ya había bajado las persianas de los bancos en 1933, pero el «corralito» es la acertada definición de un periodista argentino cuando, en la Navidad de 2001, el ministro de Economía de la nación, Domingo Cavallo, un técnico sirviente de peronistas y radicales (Unión Cívica Radical, krausista ) cerró la banca ante una estampida financiera congelando 90 días el efectivo. Los ahorristas podían rescatar 250 dólares USA a la semana y los depósitos eran garantizados por bonos gubernamentales a tres años y ninguna credibilidad. Las masas se echaron a la calle y chocaron con la Guardia de Infantería de la Policía Federal dejando 27 muertos civiles en las veredas y decretándose el estado de sitio. El Presidente Fernández de la Rúa («Fernández de la Duda») escapó en helicóptero del techo de la Casa Rosada y en diez días se sucedieron cuatro presidentes interinos hasta nuevas elecciones. El mejor platero argentino es el catalán Juan Carlos Payarols, que labra los bastones presidenciales, y no dio abasto aquellos días para atender tanto prócer a nalgas calientes en el sillón de San Martín. Era inimaginable que el «corralito» (esa extravagancia de sudacas) cruzara el Atlántico Sur y si en un indeseable futuro nos alcanzara será considerado como un secuestro de nuestro dinero y pondrá al rojo el orden público, como ocurrió en el Río de la Plata donde la línea roja que contemplaba admirado Howard Russell devino en línea roja de sangre. Si eso alcanza a Italia llamarán de nuevo a Garibaldi.
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