La Razón del Domingo
La Yugoslavia de Tito
El 14 de enero de 1953, Josip Broz se convertía en presidente de Yugoslavia y comenzaba una época histórica que no duró más de cuatro décadas
Josip Broz nació el 7 de mayo de 1892 en el seno del Imperio austro-húngaro, de padre croata y madre eslovena. Simpatizante ya a inicios del siglo XX de la socialdemocracia, trabajó en distintas localidades industriales antes de ser reclutado al estallar la Primera Guerra Mundial. Durante el conflicto, se convirtió en el sargento mayor más joven del ejército austro-húngaro. Herido y capturado por los rusos, Josip se sumó a la revolución en 1917 y combatió al lado de los bolcheviques en Siberia. El final de la guerra civil rusa le permitió regresar a una tierra que se había convertido en una nación nueva: el reino de Yugoslavia.
A esas alturas, era un convencido comunista y soñaba con la revolución. Los comunistas –a la sazón, una fuerza importante–, tras participar en la comisión de algunos actos terroristas, se vieron excluidos de las instituciones. Broz –que usaba nombres de clandestinidad como Walter o Tito– optó entonces por dedicarse a la agitación sindical en Zagreb hasta ser detenido en 1928. Puesto en libertad en 1933, fue enviado a Austria.
Reclutador de brigadistas
En 1935, Tito se encontraba en la URSS donde se integró en el PCUS y en el NKVD, el antecedente de la KGB. Dotado de una especial capacidad organizativa, trabajó activamente en la Komintern en tareas como el reclutamiento de combatientes para las Brigadas Internacionales que intervendrían en la Guerra Civil española. En 1937, satisfecho con su trabajo, Stalin lo designó como secretario general del Partido Comunista Yugoslavo, a cuyo secretario general ya había ordenado asesinar. Como Togliatti o Pasionaria, Tito estaba predestinado teóricamente a ser una simple marioneta de Stalin.
La realidad sería muy diferente. En abril de 1941, Hitler invadió Yugoslavia, una agresión que tuvo como consecuencia directa la proclamación de independencia de Croacia y el desplome de la monarquía. Tito, sin esperar instrucciones de Moscú, decidió enfrentarse con los alemanes. Aunque comunista, Tito imprimió a la resistencia un carácter fundamentalmente nacional y se ocupó, por ejemplo, de que los judíos pudieran escapar del exterminio nazi.
Así, logró inmovilizar en Yugoslavia tantas divisiones alemanas como los aliados en el frente italiano y fue objeto de una persecución encarnizada que no logró, sin embargo, causarle un solo rasguño. Convertido en un héroe partisano, pudo permitirse autorizar sólo un «paso temporal» del Ejército Rojo por el territorio yugoslavo y ganar aplastantemente unas elecciones celebradas a finales de 1945.
La «segunda Yugoslavia», como algunos la denominaron, no iba a ser un satélite de la URSS. De hecho, Tito –que fue excomulgado por el Vaticano por procesar al prelado Stepinac– se distanció radicalmente de Stalin, que envió varios sicarios para asesinarlo. En 1953, Tito se convirtió en presidente de un sistema que pretendía la construcción del socialismo que sería denominado «autogestionario» y en el que los obreros, efectivamente, gestionarían las empresas.
Tito lograría así recibir ayudas de Estados Unidos similares a las del Plan Marshall y, a la vez, sería uno de los creadores del movimiento de países no alineados. De esta manera, su régimen se convirtió en una rara avis en la Europa del Este. Más tolerante con la religión que otros, además proporcionaba un cierto espacio a la iniciativa privada y se resistía a aceptar la dinámica de la Guerra Fría.
Por si fuera poco, reprimió con mano de hierro el separatismo empeñado en crear una nación basada en la hermandad entre los distintos territorios. Su éxito fue innegable. Durante los años sesenta y setenta, Yugoslavia experimentó un «boom» económico envidiable, al igual que una extraordinaria pujanza –Tito recibió casi un centenar de condecoraciones extranjeras– en el plano internacional.
El antiguo partisano falleció en 1980. A inicios de los años noventa, la Santa Sede y Alemania reconocieron la independencia de Croacia y, en 1991, Yugoslavia se desintegró sumergiéndose en un encadenamiento de guerras civiles. La nación no pudo sobrevivir a la muerte del antiguo partisano.
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