Londres

Las «viudas negras»

Son mujeres que perdieron a sus maridos, a sus hijos o a sus hermanos y ahora quieren vengar su muerte en el nombre del islam. En el ataque de Nairobi está implicada una joven británica casada con un yihadista muerto en un atentado

Um Fadi, de 45 años, viuda y madre de 9 hijos, con miembros del batallón perteneciente a la brigada Guraba al Sham
Um Fadi, de 45 años, viuda y madre de 9 hijos, con miembros del batallón perteneciente a la brigada Guraba al Shamlarazon

A muchos les ha sorprendido el caso de Samantha Lewthwaite, de 29 años, apodada la «viuda blanca» por los medios, que participó en el ataque terrorista contra un centro comercial en Nairobi, culminado el pasado 24 de septiembre, dejando la cifra de más de 60 muertos. Cómo una mujer de tez blanca y cabello claro, nacida y educada en Inglaterra, pudo convertirse en una yihadista. Su relación con el islam vino a través de su esposo, Germaine Lindsay, uno de los cuatro suicidas que se inmolaron en los trenes de Londres el 7 de julio de 2005. Lewthawaite se quedó viuda y a cargo de dos hijos pequeños. Lo que pasó después con ella sigue siendo un misterio. La viuda inglesa del terrorista suicida desapareció de la faz de la tierra, aunque el Gobierno keniata ha asegurado que tenía información de Samantha sobre sus últimos años, en los que habría estado formándose como combatiente yihadista en Somalia.

Los casos de mujeres viudas reclutadas por grupos islamistas radicales se ha convertido en un fenómeno de la yihad global. Desde que, en 1985, Sana Mahaydali, de 17 años de edad, se convirtiera en la primera terrorista suicida moderna en Líbano, todos los episodios siguientes se produjeron en sociedades machistas y patriarcales: Palestina, Turquía, Sri Lanka, Irak, Chechenia y Pakistán.

Quizás el caso más conocido ha sido el movimiento de las «viudas negras» de Chechenia. Precisamente, el primer acto terrorista cometido por una célula yihadista chechena fue obra de una mujer. En junio de 2000, una suicida se inmoló en Rusia. Desde entonces, más de 60 chechenas han sacrificado su vida en nombre de Alá. Las suicidas chechenas han estado presentes en dos terceras partes de los atentados perpetrados en Rusia.

En el asalto al Teatro Dubrovka de Moscú, en octubre de 2001, la mitad de los terroristas que tenían secuestrados a los espectadores eran mujeres. Aquel macabro episodio acabó con la vida de 170 personas, tras la intervención del Ejército ruso en el rescate. También participaron en el secuestro en una escuela de Beslan, en 2004, que terminó con 334 muertos. En 2010, dos «viudas negras» se inmolaron en el metro de Moscú y en 2011 una suicida se hizo saltar por los aires en el aeropuerto moscovita de Domodédovo.

Estas kamikazes se han movido por el deseo de vengar a sus familiares muertos o por la desesperación en que cayeron tras ser violadas o humilladas por las tropas rusas. La violencia tras diez años de guerra en el Cáucaso ha llevado a chechenas musulmanas a asumir un rol masculino ante la ausencia de hombres o por venganza ante la pérdida de un esposo o seres queridos. También su carácter vulnerable ha hecho que terroristas masculinos se hagan los dueños de su identidad. Mujeres desesperadas, sin futuro, se han convertido en carne de cañón para los integristas.

Algo parecido ocurre en Siria, aunque hasta el momento no se han dado casos de mujeres suicidas. Tras más de dos años y medio de una guerra cruel, las milicias islamistas han empezado a reclutar a mujeres entre sus filas. El rasgo general es que todas han perdido a su esposo, hermanos o hijos en la lucha contra las tropas de Bashar al Asad. En la ciudad de Alepo, capital económica del país, unas 150 mujeres están bajo las órdenes de Um Fadi, de 45 años, viuda y madre de 9 hijos.

Um Fadi y su batallón de mujeres trabajan con la brigada islamista la Guraba al Sham, en el frente de Al Sahur, cerca del aeropuerto militar. La general nos recibe en el cuartel general, escoltada por dos mujeres vestidas de negro de los pies a la cabeza, y con kalashnikov al hombro. «Me uní a la brigada después de que muriera mi marido», explica a LA RAZÓN la comandante rebelde. Su hermano Husein es quien la animó a alistarse.

Antes de la revolución era simplemente un ama de casa. Ahora es una experta en el combate. «Nadie me enseñó a disparar el fusil. Lo aprendí en el frente, luchando con los hombres», indica. Um Fadi empezó su carrera militar en junio de 2012 en Deraa, llevando municiones camufladas entre las ropas o haciéndose pasar por la madre o esposa de los soldados para ayudarlos a desertar de los cuarteles. «Dos de mis hijos son combatientes y mis hijas dicen que también quieren luchar cuando sean mayores», dice orgullosa la «mamá», el alias de guerra de Um Fadi. «Todas las mujeres han venido de forma voluntaria, porque quieren luchar para liberar nuestro país. No tienen miedo; son muy valientes», asegura. Incluso, «tenemos una chica que es francotiradora», agrega.

Rihad, la segunda combatiente, oculta su dolor tras el velo y gafas oscuras. Esta mujer de 30 años, de la ciudad de Homs, vio morir a sus dos hermanos, degollados por milicianos de Hizbulá. Un francotirador mató a su bebé cuando estaba durmiendo en la cuna, sus padres murieron en el acto por el derrumbe de la vivienda en un bombardeo del régimen, y su marido fue abatido en el frente. «Aprendí a vivir con mucho sufrimiento. Lo único que podía hacer para soportar el dolor era alistarme con los rebeldes y luchar contra Asad». Entonces abandonó Homs y fue a buscar a Um Fadi. «Cuando me siento débil, cuando me supera la tristeza, voy a hablar con "mamá"y ella siempre me devuelve la fuerza para seguir adelante», dice con cariño, delante de su mentora.

Rihad ha estado en muchos frentes y se ha convertido en una soldado experta en el campo de batalla. «Una vez disparé un cohete y maté a 13 soldados del régimen y siete resultaron heridos», se jacta la combatiente.

Acciones suicidas

A los 26 años, Rabieh se quedó viuda. Su marido y su hijo de dos años y medio murieron en Bab Amr, Homs. Tras la pérdida de sus seres queridos, decidió venir a Alepo para unirse a la brigada de Um Fadi. «Espero que Siria vuelva a tener una situación normal. Aunque ahora mi familia son todos mis compañeros y compañeras, echo de menos Homs», declara Rabieh, antes de agregar que «quiero la paz, pero seguiré luchando. Estoy dispuesta a sacrificar mi vida por la liberación de mi país».

En Pakistán, el fenómeno de reclutar a mujeres en campamentos de entrenamiento yihadistas comenzó en 2010. «Hasta entonces no se había registrado ningún caso, pero a partir de 2010 ha habido seis o siete atentados suicidas cometidos por kamikazes mujeres en la región de Afganistán y Pakistán», indica a LA RAZÓN Taha Sidiqi, periodista y analista en «The Christian Science Monitor».

Hace unos meses, una joven suicida detonó su cinturón de explosivos en un autobús matando a 14 mujeres estudiantes en Quetta (Baluchistán). El movimiento de los Talibanes de Pakistán (TTP) y su aliado de Al Qaeda Lashkar -e- Jhangvi (LEJ) han publicado en redes yihadistas vídeos de mujeres con burkas en campamentos de entrenamiento en Pakistán, que forman parte de una campaña de reclutamiento para atraer a las mujeres a desempeñar un papel más activo en la yihad global. «La representación de las mujeres en un rol de combate activo podría marcar un cambio en la propaganda yihadista», advierte Sidiqi.

Por amor o por el dolor de ser violadas

La violencia sectaria en Irak ha alcanzado límites insospechados. Los atentados suicidas se repiten diariamente y en muchos casos son mujeres las que perpetran las masacres. En Irak, la cuota de mujeres kamikazes supera a la del resto de países donde están activos los grupos yihadistas o Al Qaeda. El caso más llamativo es el de Samira Ahmed Jassim, que se encargaba de reclutar a otras mujeres para el grupo Ansar al Suna, vinculado a Al Qaeda. Jassim, conocida por el apodo de «Um al Mumenin» (madre de los creyentes), fue detenida en 2009, y en el interrogatorio confesó que antes de reclutarlas «ordenaba que las violasen», de forma que así podía convencerlas más fácilmente de que aceptasen el martirio como «la única forma de lavar su ofensa».

Haber sufrido una violación suele ser un motivo de vergüenza para la familia de la víctima y llevar a ésta a ser prácticamente apartada de la sociedad. Jassim aprovechaba la marginalidad de estas mujeres para convertirlas en mujeres-bomba. Un total de ochenta fueron reclutadas para el martirio y 28 de ellas llevaron a cabo atentados suicidas en la provincia de Diyala y su capital Baquba.