La Razón del Domingo

Los catalanes somos un marrón

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Como si no hiciera ya casi setenta y cinco años de la Guerra Civil, los secesionistas quieren mantener viva una de las tradiciones hispanas más lamentables: el guerracivilismo. Una característica tan hispana ha encontrado siempre en Cataluña uno de sus más recalcitrantes exponentes, por la tendencia de sus catalanistas a dividir a los catalanes en buenos y malos. Cuando hablan de su emblemático 1714, callan la parte previa de 1704 y 1705 en que Barcelona quería al rey Borbón, pero una parte contraria de los catalanes trajo una flota angloportuguesa para que bombardeara su propia ciudad y conquistarla ellos.

La pelea entre catalanes, partidarios de los austracistas y partidarios de los felipistas, se podía haber evitado perfectamente y sólo sirvió para una década de peleas de ejércitos franceses, alemanes, ingleses, portugueses y españoles en nuestra zona. Nuestro guerracivilismo y nuestra incapacidad de ponernos de acuerdo nos condenó a ser unas figuras sucursalizadas de las peleas de las grandes potencias. Nada de resistencias heroicas frente a la supuesta opresión, sino una incapacidad para ponernos de acuerdo que hizo que en el siglo XVII, cuando se ofreció el reino de Cataluña a las monarquías no lo quisiera coger ninguna porque era un marrón. La lista de historiadores que exponen estos hechos incluye nombres como Vives (poco sospechoso de anticatalanismo) Soldevilla, Mercader o Voltes. Cuando lo recuerdo algunos piensan que es porque considero pobremente a mis paisanos. No es así. Pienso que la mejor defensa de mi tierra no consiste en admirar sus bíceps sino en decirle lo que hace mal. Somos una gente estupenda que disfrazamos de cuidado colectivo nuestros pequeños intereses corruptos y personales.