La Razón del Domingo
Los papeles de Kafka
Willy Brandt dimitió como canciller alemán cuando se descubrió que su principal asesor político, Guillaume, era un agente de Markus Wolf, mítico jefe del espionaje oriental, el hábil «Karla» de las novelas de John le Carré. Se trató de envenenar la «realpolitik» de Bonn que no convenía a los soviéticos, pero no siendo responsable de la infiltración en su despacho renunció innecesariamente para poner en orden sus asuntos: se divorció de su esposa noruega, se casó con su secretaria y amante y afrontó la detectada enfermedad que le guiaría a su muerte. Nixon renunció para evitar ser procesado y porque la influencia protestante considera la mentira como una ofensa directa a Dios mientras el catolicismo la absuelve en el sacramento de la confesión.
No son antecedentes que afecten al presidente Rajoy: no va a dimitir a un año de su mandato, ni va a dinamitar su primer Gobierno que ha funcionado razonablemente bien, ni convocará elecciones anticipadas a menos que se abra el séptimo sello del águila de Patmos. Rubalcaba, primer jefe de la oposición, está en su derecho y obligación de controlar al Gobierno y pedir la dimisión de su presidente si le peta. Incluso de pulsar la tecla de ese ordenador que tienen en Ferraz con miles de direcciones de teléfonos y redes sociales para movilizar «espontáneamente» piquetes ante las sedes del PP como si fuera el Palacio de Invierno. Pero ha de recordar que en España el «impeachment» es la moción de censura constructiva. Aznar en parecido trance salmodiaba como un mantra el «váyase señor González» aunque no se aupaba en fotocopias apócrifas sino en un aluvión de despropósitos y extravagancias como la contratación de la escoria de la OAS para el asesinato de 27 etarras, la muerte del objetor de conciencia García Goena, el sepultamiento en cal viva tras torturas de Lasa y Zabala, el secuestro errado de Segundo Marey, Roldán, Paesa, el capitán Khan, Barrionuevo, Vera, el espionaje desde el Rey a Mario Conde, Ibercorp, el Gobernador del Banco de España, el BOE, la Cruz Roja Española, el fondo de reptiles de las propias secretarias de Felipe hasta llegar en una curva temporal a los ERE del régimen socialista andaluz asistido por Cayo Lara y su Ejército de Pancho Villa y el faisán que Rubalcaba no se quiere comer.
La corrupción del dinero político en España tiene acta de nacimiento: el referéndum sobre la OTAN. Más progresista que Noam Chomsky, Felipe González enmendó al bueno de Calvo-Sotelo prometiendo que de llegar al poder convocaría un referéndum sobre nuestro ingreso en la Alianza. Comenzó la financiación ilegal a la italiana, y en el ámbito privado corrió el comentario de Felipe sobre trepadores y cucañistas: «Dejadlos, están en edad de hacerse un patrimonio». Decía Ortega que lo que nos pasa a los españoles es que no sabemos lo que nos pasa, «y eso es lo que nos pasa», tal como ahora le ocurre al PP, al que enredan y se enreda en un caos ininteligible de presuntos sobresueldos, supuestas contabilidades B en cuadernillo y en manuscrito como si fueran los asientos mercantiles de una castañera. Este proceso ya es semejante al de Kafka. Leyendo el sumario inconcluso de la trama de «Gürtel» emerge una gavilla de malvivientes, fulanos, puteros y timadores de tercera, porque no hay cuarta, que sobrefacturaron los eventos del PP. Cabe pedir a los populares lo mismo que a los socialistas: que taponen los inconcebibles agujeros que tienen en sus departamentos de recursos humanos.
Fundaron un diario en California que sólo publicaba sucesos agradables, y cerró en un mes. Las buenas noticias no son noticia, y, así está pasando desapercibida la efusiva felicitación del Gobierno alemán y el Bundesbank por habernos hurtado al rescate que hubiera sido nuestra tiniebla y crujir de dientes. El mafioso ruso del blanqueo conocido como «el churrero» comentó al ser detenido en Levante: «La corrupción española es una mierda». Con más delicadeza dijo lo mismo Giulio Andreotti cuando le inquirieron sobre la política española: «Manca fineza». Con frecuencia es demasiado sencilla la verdad para ser creída. «¿Qui prodest?».
CODA. Al entrar en casa vi en la puerta un esplendoroso «Jaguar» dorado, muy color de chica. Pregunté a mi doctora: «Me lo he comprado con mi dinero». Y no tuve más que decir. A lo mejor le ha pasado lo mismo a la ministra Ana Mato.
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