La Razón del Domingo

Resucitar después de muertos

Hay 250 «pacientes» congelados a -196 grados centígrados, sumergidos en nitrógeno líquido, a la espera de ser devueltos a la vida en el futuro. Entre ellos, una española de Mallorca que murió hace diecisiete años, a los 21 de edad

A la espera de la descongelación. Los cuerpos serán recalentados en el futuro, cuando la técnica permita su éxito. No se sabe cuándo será
A la espera de la descongelación. Los cuerpos serán recalentados en el futuro, cuando la técnica permita su éxito. No se sabe cuándo serálarazon

«Cuando era adolescente, en esa edad en la que te crees capaz de todo, pensaba que iba a vencer este problema, que iba a vencer el problema de la muerte». Rodolfo G. Goya se hizo adulto, pero no olvidó sus sueños de grandeza de joven. Estudió Bioquímica, porque era la carrera con la que más se aproximaba al problema y una vez licenciado consiguió becas para viajar a Estados Unidos y avanzar en sus conocimientos sobre el envejecimiento cerebral. El paso del tiempo no le hizo olvidar sus inquietudes de adolescente, aunque sí que le atemperó su ambición. Morir es irremediable, de acuerdo, nada que objetar, pero: «Yo tengo apego a la vida y no quiero abandonarla, al menos mansamente», dice Rodolfo desde Argentina. Sigue con sus planes, a sus 61 años. Fue en Estados Unidos, a mediados de los años ochenta, cuando oyó hablar de Alcor, una empresa dedicada a la criopreservación, y también del uso de herramientas moleculares. Todo eso de lo que hablaba, al final, era de su inquietud vital: llegar al futuro mediante la vitrificación para despertar años después, como si no hubiera pasado el tiempo.

En la serie «Futurama», de Matt Groening, el creador de Los Simpson, el protagonista vive una situación similar. Sin querer, es congelado y despierta muchos años después, en un futuro lejano poblado de extrañas criaturas. «Futurama» es una serie de dibujos animados. «A día de hoy, es ciencia ficción pensar que se puede vitrificar a un ser humano con la esperanza de poder retornarlo a la vida tras recalentarlo. Pero decir algo que no se podrá conseguir en biotecnología en el medio plazo es, cuanto menos, temerario; generalmente, lo único que se necesita es tiempo y profundizar en algunos conceptos», asegura Ramón Risco, profesor de la Escuela Superior de Ingenieros de la Universidad de Sevilla. Risco lo cuenta desde su laboratorio, donde trabaja con gusanos que han sido vitrificados y, cinco años después, han vuelto a la vida. Estos animales son modelos para muchas enfermedades de los humanos: tienen gónadas, neuronas, etc. Hasta hace poco, sólo se podían criopreservar cuando eran realmente pequeños, ahora se puede hacer en cualquier época de su vida (que no son más de quince días). El éxito de su «resurrección» es 98 de cada 100, es decir, la técnica es prácticamente infalible. La prueba fundamental, lo que determina que un organismo está bien, es su capacidad de reproducción. Estos gusanos adultos «descongelados», son capaces.

La vida es corta

«La vida es demasiado corta. Ni en siete vidas que tuviera podría terminar lo que tengo entre manos o mis planes de futuro. Sólo te da tiempo a esbozar cosas y en el momento en que más formado estás, cuando más experiencia tienes, estás en la edad en la que sólo estás para sopas y para vino», explica Abelardo Martín, presidente de la Sociedad Española de Criogenia. Las palabras de Abelardo Martín las hemos repetido casi todos alguna vez en la vida. No hay tiempo para todos los proyectos. Le pasa a Rodolfo Goya y les sucedió a las 250 personas que decidieron que tenían que ser criogenizadas para «despertar» en un futuro donde los avances científicos les permitan volver a la vida. Tres empresas en el mundo se dedican a la criopreservación: dos en Estados Unidos y una tercera en Rusia. Primero se pide darse de alta, que son unos 1.500 euros, y antes de morir hay que hacer otro pago. En la más cara, es de unos 120.000 euros; en la más barata, unos 30.000. Se puede abonar en cualquier momento de tu vida y sirve para el mantenimiento de las instalaciones. Las empresas suelen invertir el dinero en fondos para sacar beneficio y poder mantenerse. En su contra juega que no saben durante cuánto tiempo van a tener que mantener vitrificados a los pacientes: el año para volverles a la vida depende de los avances de la ciencia. Cuando ésta logre que el proceso de descongelación sea seguro y cuando, además, se puedan curar enfermedades ahora incurables.

Rodolfo Goya tiene reservado el dinero para pagar. No lo ha hecho aún porque sabe que nada es seguro: quizá su familia necesite el dinero o las empresas que se dedican a esto quiebren. No sabe, en fin, cómo va a morir él. El anterior presidente de la Sociedad Española de Criogenia, Luis Mingorance, falleció en un accidente de avión. Imposible criopreservarlo. La incertidumbre detiene a Rodolfo: «No soy creyente, pero aspiro a la inmortalidad, como todo el mundo. Esto es lo que ofrecen todas la religiones. No es un deseo que tenga yo solo. Yo sé que estar vivos es un milagro y quiero luchar por seguir vivo. La forma más concreta ahora mismo, aunque con remotas posibilidades, es la criogenia. Es como tirar una botella al mar, con la esperanza de que alguien la reciba. Es una nave hacia al futuro. Sabe cómo despegar. Y no sabe cómo aterrizar, pero se confía que en el futuro se pueda. Sí, es una esperanza menor, pero es mejor que cero».

Una familia española

Sólo hay 250 pacientes, como les llaman en las empresas que se dedican a esto y no superan las 2.000 las personas que están dadas de alta pagando la inscripción de los 1.500 euros. Su escasa repercusión se debe a que se mira esta práctica con desconfianza y hasta los más interesados en la criopreservación temen que iluminados hablen de inmortalidad o cosas así y los dejen en ridículo. Los que confían en la criogenia están esperanzados, pero también escépticos. No intentan convencer. «La gente me pregunta, pero yo no insto a nadie a que lo haga», cuenta Eulalia Castillejo, madre de Cristina Comos, una joven española que fue criogenizada hace diecisete años. Murió con 21. Su familia, que había oído hablar de la criopreservación, logró que los médicos la trataran adecuadamente y la trasladasen a Estados Unidos en el menor tiempo posible. «Apenas había oído hablar de eso. Quizá de una manera lejana, sin hacerle mucho caso», continúa Eulalia. Fue lo que les hizo mantener la esperanza. Su suegra murió después y también la criogenizaron. Toda la familia está dispuesta a pasar por el mismo proceso cuando mueran. Tener una segunda oportunidad. A resucitar. «Ésta es la vida que tenemos. Desde el principio al final, una putada», asegura Eulalia pidiendo perdón por la palabra malsonante. Viven en Mallorca, pero la familia pasa temporadas en Arizona, cerca de donde está su hija.

El principal problema es que hay que realizar el procedimiento cuanto se produce la muerte. Es decir, la muerte debe ocurrir cerca de las empresas dedicadas a esto. «La mayor incertidumbre –continúa Goya– es que no sé cómo voy a morir. La idea es que si sufro una enfermedad que no tenga cura, pero aún puedo viajar, ir a vivir a una de las pensiones que se han establecido cerca de los lugares donde se hace la criopreservación. Allí vive sus últimos días la gente enferma y en cuanto mueres pueden atenderte directamente los expertos».

En España no está permitido, pese a los movimientos de un grupo de personas por ser oídos. Han intentado comprar un terreno en El Escorial donde crear un centro de estudio y de conservación de los pacientes. Pero sólo han encontrado indiferencia o desapego cuando han visto que de verdad iban en serio. Estaban dispuestos a invertir 30 millones de euros. No llegó a ningún sitio. Por ahora, en España no será posible resucitar.

Criopreservar sólo la cabeza

Para lograr la criopreservación es necesario bajar la temperatura del cuerpo una vez que se ha declarado legalmente muerto y restaurar la circulación sanguínea de manera artificial. Seguidamente, se reemplaza la sangre por otro líquido, para que no se coagule, y se ponen crioprotectores para evitar la formación de cristales de hielos. Finalmente, se baja la temperatura a -120 grados ya que todas las reacciones que pudieran dar lugar a un deterorio celular se detienen a esta temperatura. Se acaba llegando a -196 grados, temperatura del nitrógeno líquido. Después se guarda en un contenedor de nitrógeno líquido. El funcionamiento es como un termo, con doble capa y en medio un vacío, para no haya entrada ni salida de calor. El cuerpo se coloca boca abajo, para que si se estropea, lo último en dejar de estar cubierto sea la cabeza.

No todo el mundo criopreserva todo el cuerpo, muchos deciden sólo preservar la cabeza, que es más barato y se supone que es más fácil conservar cuerpos pequeños. También en la serie «Futurama» (en la imagen), se ironiza (o se acierta) con esta cuestión al hablar del futuro.

El ideal de la criopreservación sería hacerlo cuando aún se está vivo, pero se sufre una enfermedad que en ese momento es incurable. Uno se congelaría con el fin de que en el futuro se hayan encontrado soluciones para esa enfermedad.

Pero eso está terminantemente prohibido en todo el mundo. Se necesita la declaración de muerte legal para que se pueda comenzar el proceso de vitrificación.