La Razón del Domingo
Vida «low cost» con calidad
Crisis es sinónimo de oportunidad. Esta consigna se escucha en los gabinetes psicológicos, en los manuales de historia y en las empresas más despiertas. Y es una realidad. Los problemas económicos que atraviesa el país desde 2008 carecían de vertiente positiva alguna. Pero, aunque parezca difícil de creer, sí la hay. Los recientes modelos de consumo desorbitado, fruto de un capitalismo carnívoro, insaciable y abusivo –el que condujo sin freno a la ficción de la riqueza y a la ruina de muchos– va dando paso, poco a poco, a una conciencia socioeconómica (y ecológica) que hace del ciudadano del mundo («global citizen», en palabras de Obama) una persona más solidaria, comprometida (con los que le rodean y con el entorno natural), consciente de los derechos de todos, de su propio presente y del futuro de otros. En esto coinciden economistas, sociólogos y politólogos. No sólo las empresas lanzan campañas con ofertas increíbles para captar clientes y, al mismo tiempo, echar una mano al dolorido consumidor, sino que muchos ciudadanos compran menos cantidades, y con más cuidado, no sólo por la falta de liquidez, sino por el propósito de ajustar el gasto a la necesidad real. Una cosa lleva a la otra, podría leerse también. La consecuencia: bolsillo lleno, «corpore» sano y brotes verdes en el jardín.
Veamos un ejemplo ilustrativo: Arturo, de unos 35 años, con trabajo medio y piso alquilado en cualquier capital española. Arturo es un nombre ficticio. La personificación de muchos hombres y mujeres que aprovechan la adversidad para entablar una relación más justa y solidaria con el mundo que les rodea, con la naturaleza. La crisis, como señalan los expertos, no es sólo económica, sino ecológica. Veamos un día cualquiera en la vida de Arturo: su despertador funciona con una pila (que posteriormente entrega para su reutilización). Así ahorra energía y reduce el recibo de la luz (que, como sabemos, aunque la factura ya se ajusta al consumo real, sube de nuevo este año).
Después compra en supermercados con políticas de comercio justo, muchas veces en locales pequeños de su barrio. Busca las ofertas y gasta sólo lo imprescindible. Este mes de enero, tras consultar el indicador de la subida de precios para el consumo, el IPC, ha decidido comprar más fruta fresca (ha bajado una décima), y menos pescado (que sube de precio). Aunque la alimentación, en general, es más cara este mes, se encuentran ofertas increíbles.
En la sección de yogures, por ejemplo, encuentra ocho por 1,01 euros. Cada recipiente lo lava y lo deja en su correspondiente bolsa amarilla. Los lácteos cuestan más en enero pero, otra de las consecuencias de la crisis, según los economistas, es que están surgiendo nuevos formatos, como el de medio litro para los cartones de leche. «Así no se nos caduca, no tiramos la que nos sobra, y ponemos freno al exceso de desechos», explica Patricia Gabaldón, profesora de Economic Environment en el IE Business School.
Arturo visita otros centros comerciales. La segunda botella de aceite de oliva se vende al 75% en uno de ellos. Como indica la web del Instituto Nacional de Estadística, el aceite ha aumentado de precio, así que, como Arturo, cada vez son más los que se decantan por el de girasol, menos rico, pero más barato. La oferta del segundo producto al 50% ya lleva años en otros supermercados. Y más super saldos: las sábanas, por ejemplo, costaban la semana pasada 19,90 euros, en vez de los 105 de antes en unos conocidos grandes almacenes. Por no hablar de la ropa en casi todas las tiendas durante las fantásticas rebajas de enero. En el lado de las bajadas mensuales, sobresalen en enero las caídas de precios en vestido y calzado (-1,6%) por el avance de las rebajas de invierno, así que Arturo aprovecha para comprarse unas zapatillas de hombre, que están rebajadas de 12 a 3 euros. Al salir de trabajar, donde utiliza papel usado para fotocopias y apuntes, toma una cervecita con amigos.
Acude a un bar (en Madrid han proliferado) en los que pagan seis cervezas más seis tapas por tres euros. Los botellines vienen en un cubo. Si quiere un capricho dulce el fin de semana, toma unas tortitas con nata en Ikea, por 1,95 euros. Marta Ortega, profesora de Sociología en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad de Málaga, cuenta que «en tiempos de crisis y dificultades se agudiza el ingenio para adquirir al menor precio posible». «Este comportamiento es frecuente en las amas de casa, pero se agudiza en momentos difíciles», agrega. «En este sentido, aquellos comercios o marcas que sepan ofrecer la mejor relación calidad-precio saldrán ganando». La apertura de locales anticrisis es, para la especialista, otra forma de atraer clientela muerta, dormida o aletargada. «Yo diría que concienciada, o quizás sea lo que me gustaría entender», añade. «Lo que sí te digo es que creo que la crisis está moldeando nuestro comportamiento eminentemente latino», haciendo alusión a una forma de consumir un tanto anárquica.
Arturo se acerca al contenedor de ropa usada una vez al mes. Va a trabajar en bicicleta. Así ahorra gasolina (también ha subido) y ayuda a bajar los niveles de contaminación. Comprueba el origen de los productos, el respeto a los derechos laborales de los productores (en el caso del café, por ejemplo), la cantidad, la calidad.
También se reorganizan las empresas. Algunos tachan esta postura de marketing. Pero hay algo más. Para Gabaldón, la economista del IE, lo que podríamos definir como negativo en este sentido es que los precios han bajado porque «había bastante margen», es decir, pagábamos porque ganábamos «mucho». «Seguramente esté bajando la calidad o la cantidad de lo que compramos más barato», advierte. En cuanto a lo positivo, Gabaldón sintetiza varios factores: «Hay muchas más posibilidades y opciones. No sólo se ofrecen productos para ricos, sino para todo el abanico social» Y muy importante: «Así se fomenta el consumo».
Nada será igual
Esto podría mover la rueda del consumo, casi detenida por el miedo. «Si se consigue un mayor gasto (aunque sea pequeño), la situación mejora, al menos desde un punto de vista microeconómico». Y también crece la conciencia social. «Reciclamos, aprovechamos más, no tiramos tanta basura, nos comportamos menos poseídos por el consumismo atroz», dice esta economista.
Las mujeres más presumidas enumeran ciertos trucos para estar guapas sin gastar. No van tanto a la peluquería, por ejemplo. «En vez de 35 euros por tinte en mi peluquería de Pozuelo, compro yo uno por nueve euros y tengo para dos veces», cuenta la ex directora de un colegio público de Las Rozas, recién jubilada. Antes no comparaba. «Creo que gastaba demasiado», explica, «ahora soy más consciente de lo que verdaderamente necesito y de que debo apretarme el cinturón y organizarme mejor».
Gonzalo Caro, politólogo especialista en desempleo y juventud, aporta una visión de más responsabilidad a los dirigentes y menos al ciudadano. «No es que antes fuéramos muy malos y ahora buenos, sino que la crisis ha hecho más visible las contradicciones consumistas que teníamos. La crisis abre espacios nuevos, otras alternativas». Caro anuncia un cambio total en nuestros hábitos. «Como se está desorientado, aumenta la búsqueda», anuncia. «La sociedad en diez años no tendrá nada que ver con la actual, algo por otro lado habitual. Los 90 no eran como los 80 ni los 80 como los 70 y así sucesivamente. La crisis es, sobre todo, dolor para muchos. Por eso, Arturo representa, quizás, la consecuencia del fracaso de un sistema. Pero su aparición es positiva en muchos sentidos, sobre todo a la hora de reinventarnos, quizás la única salida digna del callejón.
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