La Razón del Domingo

«Yo fui un niño soldado»

«Yo fui un niño soldado»
«Yo fui un niño soldado»larazon

En la guerra de Mali, niños combaten contra las fuerzas francesas. Más de 300.000 menores son obligados a participar en conflictos armados

L a serie ''Hombres de Honor'' me fascinaba. La veía en televisión y me proyectaba en el futuro camuflado como ellos, con mi fusil, cumpliendo órdenes y gritando: ¡Viva Colombia! Las muchachas me admirarían. El sueño fue premonitorio, y eso que sólo tenía 12 años». La historia de Miguel no da pausa para respirar. Nos explica la génesis que, dos años más tarde, le llevaría a empuñar su arma y vestir el uniforme de camuflaje de los Grupos de Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Perseveró para ser admitido, hasta que el «comandante» le dio la oportunidad de hacer el entrenamiento y quedarse con ellos si lo superaba. Cada año, catorce mil menores son reclutados en su país –unos, embaucados; otros, raptados y algunos, empujados por sus familias– para las distintas actividades de los mercenarios, bandas emergentes o grupos de narcos. Al final, acaban haciendo misiones de inteligencia, colocan minas antipersona, se convierten en francotiradores, combatientes, informantes, porteadores, esclavos sexuales, mano de obra para la siembra de cultivos del narcotráfico... Las cifras son desoladoras: una mortalidad infantil que asciende a 20.000 niños por año.

17 países culpables

Lo alarmante es que en el mundo hay al menos diecisiete países donde grupos rebeldes e incluso gobiernos siguen empleando a menores en los conflictos armados. Entidades como Amnistía Internacional o Save the Children han denunciado el reclutamiento forzoso de niños por parte de grupos islamistas en Mali, donde además, se les obliga a participar directamente en la guerra. Execrable retroceso, si se tiene en cuenta que hacía años que no sucedía algo así en ese país. Hace tan sólo un mes, cuatro de estos pequeños soldados perdieron la vida en los combates entre islamistas y fuerzas militares malienses y francesas durante la toma de la ciudad de Diabaly.

«Son varios los factores que llevan a un menor a convertirse en niño soldado –aclara Patricia Rodríguez González, responsable del área de proyectos de Misiones Salesianas en África y América Latina–; puede ser porque habiten en zonas de conflicto o porque pertenezcan a familias desestructuradas o quizá la extrema pobreza es la que les empuja a alistarse. Los hay que están excluidos del sistema escolar, otros que son abandonados o huérfanos, los maltratados o los psicológicamente enfermos. Obligados, engañados o secuestrados, los pequeños terminan sintiéndose protegidos por el grupo armado hasta llegar a generar un sentido de pertenencia, sustituyéndolo por su verdadera familia». Son niños y niñas de entre 8 y 16 años, que ignoran lo que es una consola, no celebran los goles de Ronaldo o Drogba, jamás ven la televisión ni juegan con muñecas. Y la mayor parte es analfabeta.

Máquinas de matar

«Nos adiestraban para disparar apuntando al corazón. Yo no veía a nuestros enemigos como a hombres, sino como si fueran perros. Sólo quería matarles», cuenta Manuel, colombiano y ex niño soldado. Reclutar a estos pequeños tiene sentido: resultan ser los soldados perfectos. «Van de frente, luchan con denuedo, son fácilmente aleccionables, aprenden rápido, no discuten órdenes, no cuestionan nada y son infatigables. Son verdaderas máquinas de matar», sintetizan los expertos de Human Rights. Según datos de un informe del Tribunal Internacional sobre la Infancia afectada por la Guerra y la Pobreza del Comité de Derechos Humanos, en Colombia el 25% de los niños combatientes ha visto un secuestro, el 13% ha participado en uno, casi el 18% reconoce que ha matado, el 60% ha visto matar, el 40 % ha disparado contra alguien... No pocos afectados han sido obligados a beber sangre humana, en algunos casos mezclada con pólvora, para «conquistar el miedo». Desde hace cuatro años, el conflicto en ese país latinoamericano ha mutado y ahora se puede encontrar a esos niños en estructuras intermedias, haciendo labores de inteligencia para el narcotráfico.

«Mi primera misión –prosigue Miguel– fue una emboscada donde vi morir a uno de los compañeros de entrenamiento. Después llegaron muchos combates, a cual más duro. Una de las experiencias más espantosas fue contra las FARC. Tuvimos que rajar y extraer las vísceras de ocho cadáveres, para dejar los restos esparcidos por el camino y que todo el mundo pudiese verlas como mensaje intimidatorio». Se estima que hay cerca de 300.000 niños soldado en todo el mundo, aunque no hay registro ni estadísticas. Un 40% de ellos serían niñas, destinadas en su mayoría a la esclavitud sexual. En Uganda hay testimonios de menores que son asignadas como «novias» para distintos mandos. Las violan, las obligan a abortar, a prostituirse e incluso las mutilan sexualmente.

Miguel lo ha visto todo: homicidios, masacres, minas antipersona; la parte más funesta y sanguinaria de la sombra humana. «Los combates se sucedían y estuve a punto de morir en varias ocasiones, hasta que me trasladaron a la escuadra de operaciones especiales y me convertí en escolta del ''comandante''. Creo que debí caerle bien, porque me permitió ir a casa durante dos semanas de permiso. Tenía los bolsillos llenos de dinero».

En esta tesitura, los menores terminan cayendo en el alcoholismo, la drogadicción o siendo asiduos compradores de sexo, por no hablar de la devastación física, psicológica y social a la que se les aboca. Miguel tuvo una opción que pocos chicos en su situación consiguen: «Querer volver a casa y llevar una vida normal. Dejar de hacer guardias en la montaña, vivir situaciones límite u olvidarme del dilema de matar o morir». Es en este punto donde organizaciones, ONG y órdenes religiosas intervienen: «Los menores nos llegan voluntariamente, o a través de instituciones gubernamentales u otros organismos. Unos logran escapar de las garras de la selva; otros deambulan por las calles, con algunos se realizan labores de búsqueda», aclara Patricia Rodríguez González, responsable de Proyectos de Misiones Salesianas.

En la «Ciudad Don Bosco» (Medellín) se les intenta reinsertar para desvincularles de los grupos armados para que reciban educación y una formación laboral. «Llevo aquí diez meses y ya no hablo de fusiles ni emboscadas. Estoy aprendiendo un oficio y seré un buen mecánico. Ya puedo ganarme la vida de otra forma, sin guerra, al tiempo que ayudo a otros chavales que están en la misma situación que yo viví, para demostrarles que otra vida es posible», concluye Miguel.

Pero no todos tienen la suerte de poder redireccionar su vida. El realizador Fernando León de Aranoa, en su premiado documental «Buenas Noches, Ouma», cuenta la cruda historia de los «night commuters» (desplazados nocturnos) de Uganda. Menores que ya fueron reclutados por los señores de la guerra tras haber asesinado a sus familias, y ahora, en libertad, recorren diariamente decenas de kilómetros para dormir en paz en «El arca de Noé», que regentan los padres dominicos. Sólo allí pueden descansar a salvo de volver a convertirse en niños soldado.

Latinoamérica, África y Asia son continentes donde mayoritariamente hay menores que luchan, masacran y asisten al robo de su infancia. Un genocidio silencioso, invisible para la sociedad, que pervive con total impunidad. ¿Cuántos niños reclutados, esclavizados y aleccionados esconden los jefes paramilitares en medio mundo?

Pérdida, soledady desarraigo

Según Patricia Rodríguez González, responsable de Misiones Salesianas, un menor soldado arrastra lo siguiente daños, que en los distintos centros de la orden, intentan solventar:

–Físicos: desde lesiones y discapacidad, hasta la muerte. Producidas por abusos, torturas o accidentes al manipular armamento. También llegan con adicciones, contagio de enfermedades como VIH y otros tipos de ETS. Existen problemas de salud específicamente femeninos como lesiones vaginales y en el cuello del útero. En ocasiones, y dado el rechazo posterior, no encuentran otra salida que la prostitución cuando llegan a la edad adulta.

–Psicológicos: cuadros postraumáticos, ansiedad, depresión, trastornos de conducta, terrores nocturnos, sintomatología derivada del abuso de substancias, desregulación de los impulsos agresivos y de la conducta violenta, junto a sentimientos difíciles de erradicar de pérdida, soledad y desarraigo.

–Psicosociales: la estigmatización y el rechazo dentro de la comunidad y de su propia familia, les lleva a la exclusión.