Crítica
La tormenta perfecta de Bob Dylan
Los discos más alabados de 2012 ya están aquí, elegidos por los críticos. El de Minnesota ha firmado un álbum redondo. Bob Dylan / «Tempest» *****
Si es verdad que las obras de arte son el único testimonio amable del paso del hombre por este mundo, Bob Dylan acaba de entregar un monumento. Uno más. A sus 71 años, el genio de Minnesota publicó un trabajo mayor llamado «Tempest», un álbum sinuoso y áspero, pero que como un roble es capaz de crecer haciéndose cada vez más fuerte con el paso del tiempo. No fue el disco fácil que muchos esperaban y que otros cuantos saludaron con una escucha precipitada de un par de canciones. Los precedentes invitaban a hablar de otra obra rutinaria y autocomplaciente, al amparo de éxitos fáciles de crítica y ventas como fueron «Modern Times» (2006) o «Together through Life» (2009). Banda similar, mismo estudio, idéntica forma de grabar...
Pero hubo notorios cambios en la forma de afrontar el reto por parte del artista. En primer lugar, Dylan recuperó el gusto por la escritura elevada y propuso unos textos de enorme vuelo poético, los mejores desde su magistral «Time out of mind» (1997). También ocurrió que cantó espléndidamente, transformando su voz según las canciones, seguramente influido por su admirado Tom Waits. Y finalmente quedó la música, unas partituras sin concesiones, casi minimalistas, sin apenas puentes o instrumentales, y con los mínimos arreglos. Nada que pudiera distraer la atención sobre la voz y las historias.
La luminosa «Duquesne Whis-tle», descarte de su anterior disco, abre un álbum que va ganando progresivamente en oscuridad hasta alcanzar cimas tan monumentales como «Long and wasted years», «Pay in Blood» o «Scarlet Town». El penúltimo corte es «Tempest», dura cerca de 14 minutos y utiliza el hundimiento del Titanic como argumento para narrar distintas formas de acercarse a la muerte. El álbum finaliza con la elegíaca «Roll on John», dedicada a la memoria de John Lennon. Avanzado el otoño de su vida, Dylan volvió a demostrar que la música es arte mayor cuando un genio se reencuentra con la inspiración.
Alt-J / «An Awesome wave» *****
Desde que los Strokes publicasen «Is This It?» en 2001, estrenos tan estimulantes como el de Alt-J se cuentan con los dedos de las manos, en este caso con el valor añadido de haber entregado un primer álbum totalmente personal. Son válidas las referencias a TV On The Radio, Radiohead, Psapp, CocoRosie, Vampire Weekend o The Postal Service, pero lo que encontramos en el trabajo de estos cuatro estudiantes británicos de Arte y Literatura es un verdadero «collage» de pop «arty», folk, hip hop heterodoxo, «dubstep» y armonías vocales. Su concepto de la creación demuestra ser de todo menos encorsetado, tomando prestados personajes e historias de Maurice Sendak, Robert Capa, Gerda Taro, Hubert Selby Jr. o Luc Besson para dar forma a unas canciones en constante movimiento. Hay épica, sofisticación, ternura, sexo y riesgo, pero sobre todo la certeza de que cortes como «Breezeblocks», «Something good», «Tessellate», «Matilda» o «Fitzpleasure» perdurarán más allá de las modas y de momentos tan concretos como este de repasar lo mejor del año. Enrique Peñas
A. Gheorghiu/J. Kaufmann / «Adriana Lecouvreur» *****
El mejor disco del año lo es siempre para un determinado público. Al elegir el presente se ha pensado en el más heterogéneo posible. Así para los amantes de la solidez intemporal podría seleccionarse la colección completa de lo grabado por Kathleen Ferrier (14 CD y un DVD) y para los más diletantes «La finta giardinera» de Mozart con René Jacobs. El DVD de «Adriana Lecouvreur» de Cilea reúne la virtud de su buena calidad global, algo difícil de hallar siempre en una ópera, pues donde no falla el director musical lo hace el regista y si no, los cantantes, el sonido o la imagen. Estas dos últimas son excelentes. McVicar realiza una producción clásica pero a la vez moderna, que es un placer visual. No se puede hallar una pareja superior a la que forman Gheorghiu y Kaufmann, compenetrados hasta el punto de parecer realidad su ardor. Gonzalo Alonso
Chromatics / «Kill For Love» *****
La expectación era alta; cinco años tras el último disco de estudio y una aparición en la banda sonora de la exitosa y «ultra-cool» película de Nicolas Winding Refn «Drive» habían contribuido a hacer más grande la bola de nieve ante este esperadísimo «Kill for Love». Y bien, el grupo de Portland, capitaneado por la mano sabia de Johnny Jewel, productor y responsable principal del particular sonido de la banda, no defraudó. A medio camino entre la música disco de los ochenta más mutante y las bandas sonoras de filmes imaginarios y oscuros de culto, Chromatics dan forma a su obra maestra en este disco que bascula entre los trompepistas encarados a la pista de baile («Kill For Love», «Back from the Grave», «These Streets Will Never Look the Same», «The Page») y pasajes más introspectivos y sombríos («Candy», «A Matter of Time», «Broken Mirrors»). Los norteamericanos escapan de las etiquetas fáciles y apuestan por un pop electrónico rico en matices que mira al pasado sin perder frescura e ideas de producción novedosas. Una rara avis en una era de refritos. Xavi Sánchez Pons
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