Incendios
León: la catedral que (no) ardió por un rayo
Con las llamas del corazón de Europa todavía encendidas, nos trasladamos a León para recrear un incendio que recuerda demasiado al de la ciudad parisina y que sirvió como ejemplo de las medidas que se deben tomar ante este tipo de situaciones.
Con las llamas del corazón de Europa todavía encendidas, nos trasladamos a León para recrear un incendio que recuerda demasiado al de la ciudad parisina y que sirvió como ejemplo de las medidas que se deben tomar ante este tipo de situaciones.
Era el 29 de mayo de 1966. León. Domingo. El cielo está encapotado. Amenaza tormenta. Los feligreses se refugian en la misa de las seis de la tarde. Los que han cumplido con su devoción religiosa y sus tareas pendientes permanecen en casa o acuden a los bares. Es un día especial. La televisión retransmite la final de la copa del generalísimo: un disputado encuentro entre el Atlético de Bilbao y el Zaragoza. Nada auguraba que en pocos minutos iba a suceder. Una tragedia imborrable que, ayer, las llamas de Nuestra Señora de Notre Dame de París resucitó de nuevo en la memoria de la gente. El viejo monumento, la catedral que era orgullo de toda una ciudad, la basílica gótica más importante de Castilla y León junto con la de Burgos, y una de las más hermosas del mundo, se incendiaba. El mal tiempo se convirtió en una mezcla de agua, truenos y lluvia de rayos. El impacto de un relámpago prendió la chispa de un fuego que todavía late en el recuerdo. Sucedió en la cubierta del edificio. Un tejado de madera de gran valor histórico.
Mario González, administrador hoy de la catedral de León, todavía evoca taciturno aquella jornada fatídica. «Estaba en el Seminario, en una terraza. Y de repente lo vimos». La alarma se extendió. Una de sus grandes joyas históricas ardía. En este caso no había obras de restauración ni ninguna clase de intervención humana como, probablemente, es el caso de París. Solo la mala suerte prendió aquella primera llama que puso el corazón de millones de españoles en un puño. Carlos, uno de los jóvenes que ayer visitaba la catedral de León, afirmaba: «Después de lo que vimos ayer en Francia y poder estar hoy viendo este edificio, me siento afortunado. Se salvó en los 60. Y fue porque se tomaron las medidas adecuadas y no por lo que decía ayer Trump: usar agua. Pero me parece increíble que con tanta madera, no hubieran tomado medidas en París para evitar algo así, como usar recubrimientos ignífugos. Se supone que ha habido tiempo para que adoptar esta clase de prevenciones. Claro que se habla también que el Ministerio de Cultura francés había recortado en gastos en la inversión de patrimonio». Margarita, con su hija, está en el transepto de la catedral, admirando las vidrieras: «Veníamos hablando de Notre Dame. Ha perdurado a pesar de las guerras y las revoluciones y, ahora, por falta de cuidado y confianza se ha echado a perder. Ha sido sorprendente. Lo vivimos con pesar. Estas cosas, y estando hoy (por ayer) en este monumento de León nos hace comprender que somos más débiles de lo que pensamos. Esto, en unas fechas como la Semana Santa, nos tiene que dar un sentimiento de trascendencia, tiene que dejar huella en nosotros. Ahora me siento orgullosa de estar aquí y poder disfrutar de esto».
Patricia, en la girola, acompañada de Ismael y Daniel, comenta: «Lo de Francia tiene que ayudarnos a ver que estos edificios, a pesar de su solidez y monumentalidad, son delicados y frágiles y hay que conservarlos». Una catedral no es la Torre Windsor. Es un edificio que trasciende su dimensión religiosa, que apela a valores intangibles que son los que nos hacen ser más humanos y que, al tiempo, las convierten en iconos, incluso para aquellos privados de fe. Un aspecto sentimental que desborda lo artístico y que tiene que ver con lo vecinal, con eso con lo que hemos crecido y vivido y que parece destinado a permanecer para siempre, que nos sobrevivirá.
Evitar la tragedia
«En nuestro caso, las llamas –comenta Mario González– se extendieron por el tejado, pero tuvimos mucha suerte porque los bomberos acudieron con rapidez. También contamos con el consejo inestimable del arquitecto Juan Crisóstomo. Él conocía perfectamente el monumento y, junto a los servicios de emergencias, tuvieron claro desde el que debían extinguir las llamas con espuma y no con agua. Si se hubiera utilizado agua, la piedra lo habría absorbido, hubiera aumentado el peso de las bóvedas y la estructura no hubiera aguantado ese peso y habría caído al suelo. Esto se consiguió evitar». Las imágenes de ayer de Nuestra Señora de Notre Dame dejaban entrever que alguna de las bóvedas se había hundido. En León se evitó esa tragedia y el buen criterio que se aplicó para que se salvaran íntegros los vitrales de la catedral (los más importantes de la Edad Media que existen en el mundo y que ocupan una superficie de 2.000 metros cuadrados), que suponen una de las mayores joyas que conserva este templo.
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