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Así es la tiara de la flor de lis que lució Doña Letizia

Se trata de una de las denominadas “joyas de pasar” que las reinas consorte han ido heredando desde que la lució por primera vez Victoria de Batternberg en 1906

Doña Letizia, anoche en la cena con el presidente de Argentina. A la derecha, Doña Sofía en 2014.
Doña Letizia, anoche en la cena con el presidente de Argentina. A la derecha, Doña Sofía en 2014.larazon

Se trata de una de las denominadas “joyas de pasar” que las reinas consorte han ido heredando desde que la lució por primera vez Victoria de Batternberg en 1906

La Reina Letizia eligió la visita a España del presidente de Argentina, Mauricio Macri, para lucir, por vez primera, la tiara de la flor de lis, una de las joyas más preciadas de la Corona que ha heredado de Doña Sofía y que pertenece a ese grupo conocido como “piezas de pasar” que, desde tiempos de Victoria de Battenberg, quien así lo estipuló, se suceden de consorte en consorte y se han convertido en icono de las reinas españolas.

Es la primera vez que se ha podido ver a la esposa de Don Felipe con una de las denominadas “joyas de reina”.

También conocida con el apelativo de Ansorena –por la joyería en la que se realizó–, se trata de una emblemática diadema, no sólo por el guiño a la sucesión dinástica, ya que la flor de lis es el símbolo de la Casa de los Borbones, sino también por su esqueleto de platino y diamantes que en su momento causó auténtico furor entre las damas de la aristocracia. Inicialmente era de menor tamaño, pero fue la propia reina Victoria Eugenia quien encargó a la joyería Cartier unos añadidos y pequeñas modificaciones para que luciera aún más espectacular, tal y como se puede ver ahora. La tiara luce, entre los perfiles lanceolados de las flores de lis gruesos brillantes.

«La esposa de Alfonso XIII, de origen inglés, tenía esa capacidad de crear modas y, después de que luciera esta pieza, llegaron a la firma muchos encargos de diademas para familias nobles», explica Gemma Corral Cordonie, responsable de subastas de la joyería Ansorena. Eso sí, si alguna quería conseguir una réplica de la original, advierten de que es prácticamente imposible: «No se hacen copias, no sólo porque se tratan de diseños exclusivos, sino porque son impagables, llevan diamantes excepcionales, tanto por su calidad como por su talla».

La última vez que se vio fue en la despedida del Rey Juan Carlos, cuando Doña Sofía, que se la puso por primera vez en 1983 con motivo de una visita de los reyes de Suecia, la lució en la cena de gala que supuso el relevo en el trono el 19 de junio de 2014.

Y es que, más allá de ser un objeto frívolo, las joyas también pueden expresar un valioso y emotivo mensaje. Por eso Doña Sofía no quiso decantarse por la majestuosidad de la tiara Cartier, ni por la distinguida diadema rusa de María Cristina, ni por la frescura de la de La Chata. Tampoco por las dos piezas más importantes que ella aportó a la colección: los deslumbrantes rubíes de Niarchos, que también utilizó en alguna ocasión a modo de tiara, o su adorada diadema prusiana, una de las más especiales para la Reina, no sólo porque fue un regalo de su abuela a su madre, Federica, para el día de su boda, sino porque ella misma contrajo matrimonio con esta pieza, que también cedió a Doña Letizia para el «sí, quiero» en La Almudena.

Ninguna de éstas transmitían el mensaje preciso: continuidad dinástica y confianza en una institución histórica. Ya lo advertía Elizabeth Taylor: las joyas no tienen propiedad, ya que «no puedes poseer su resplandor, sólo puedes admirarlo». Y pocas, muy pocas, consiguen estar a la altura sin que su brillo las eclipse.

Desde entonces, la Reina Letizia no había utilizado, al menos en público, ninguna de estas “joyas de pasar”, que incluye, entre otras, otra pieza clave de la colección privada de las damas regias que Doña Sofía quiso lucir también en su despedida: el collar de chatones, con el que volvía a hacer un guiño a los últimos monarcas que reinaron en España antes de la proclamación de la Segunda República. Se trata de una pieza de diamantes engarzados sobre una placa de platino, que fue aumentando de tamaño porque Alfonso XIII tenía por costumbre regalar nuevas piedras preciosas en cada fecha especial, las cuales se iban añadiendo al original. Al igual que la tiara de lises, Doña Sofía ha reservado para ocasiones muy especiales esta pieza que, por cierto, también se realizó en la madrileña Ansorena, por lo que ni siquiera ha faltado en su adiós el ensalzamiento a la marca España que la Reina siempre ha abanderado.