Fundación Casa de Alba
La historia de la Casa de Alba
La historia de los antepasados de los duques de Alba, el linaje Toledo, va indisolublemente unida a la de la ciudad de la que tomó el apellido, cuyo tronco principal hicieron derivar los genealogistas de don Pedro, hijo del emperador de Constantinopla Isaac Conmeno, que junto a otros muchos extranjeros participó en la conquista de Toledo por el rey Alfonso VI. No obstante, estudios mucho más recientes han establecido de forma indiscutible que el origen familiar se encuentra en la numerosa e influyente comunidad mozárabe, asentada desde siglos atrás en esta ciudad.
Esteban Illán ha sido reconocido como cabeza visible y primigenia de una amplia parentela, y algunos de sus descendientes fueron importantes oficiales de la administración castellana, como García Álvarez de Toledo, que adoptó el apellido con el que la familia será conocida en Castilla desde 1326.
Los Alba Mayores.
Entre los más importantes de sus descendientes puede mencionarse a Gutierre Gómez de Toledo, hermano del 3º señor de Valdecorneja, que junto a su sobrino Fernán Álvarez de Toledo, futuro conde de Alba, fueron dos grandes personajes de la política castellana del siglo XV. El tío representaba la inteligencia y la habilidad, en tanto que el sobrino pudo dedicarse por entero a la actividad militar con la tranquilidad de saber que don Gutierre cuidaba en la corte de los intereses de ambos, al tiempo que sus hazañas militares afianzarían el prestigio nobiliario del linaje.
Esta relación sería años después cariñosamente recordada por el marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, en el Proemio de su famoso Diálogo Bías contra Fortuna dedicado a Fernán Álvarez de Toledo, que con él pasó la segunda infancia...a lo más del tiempo de nuestra criança quasi en uno fue..., refiriendo la vida de ambos, muy probablemente bajo las enseñanzas de don Gutierre.
El segundo conde, García de Toledo, fue duque de Alba desde 1472, sucediéndole en 1488 su hijo Fadrique, que tuvo una activa participación en algunos de los principales episodios del reinado de los Reyes Católicos. Posteriormente, Fadrique de Toledo fue el único de los grandes que permaneció fiel a Fernando el Católico en su pugna con Felipe el Hermoso.
El año 1510 fue probablemente el más oscuro de su existencia, ya que hubo de soportar la muerte de su hijo primogénito, García de Toledo, en la desastrosa jornada de los Gelves, aunque en adelante volcó todas sus esperanzas nobiliarias en su joven nieto Fernando, el futuro 3º duque de Alba.
Un personaje de importancia crucial en la educación del joven Fernando fue Juan Boscán en su calidad de ayo, al servicio de la Casa desde 1520 hasta su muerte en el Rosellón en 1542. Fue un ejemplo depurado de perfecto cortesano español y convirtió al futuro Gran Duque en un discípulo digno del maestro. Le aleccionaría sin duda en todas las artes propias de un caballero, y de ellas la de trovar era de gran importancia. Dentro de esta educación cortesana, no debe ser despreciado el papel representado por Garcilaso. Íntimo amigo de Boscán y apenas mayor que Fernando, fue su acompañante. A cambio le costeaba los gastos, le ayudó cuando cayó en desgracia con el emperador y mantuvo a su viuda después de su muerte.
El 18 de octubre de 1531 murió de fiebres tercianas Fadrique de Toledo. Su nieto Fernando pasaba a convertirse en 3º duque de Alba. Después de las honras fúnebres de su abuelo tomó posesión de sus nuevos estados, confirmó oficios y mercedes, e inmediatamente después, acompañado de Garcilaso y abundante séquito, abandonaría Alba de Tormes para unirse al emperador en Bruselas, comenzando una carrera política y militar al servicio de los monarcas españoles que finalizó con su muerte en 1582.
Su vida y su actividad política y militar cubre buena parte de los reinados de Carlos V y Felipe II, ya que a ambos reyes de España sirvió durante cincuenta años, desempeñando todo tipo de cometidos, general de los ejércitos imperiales y españoles, virrey de Nápoles, gobernador de los Países Bajos y conquistador de Portugal.
No cabe duda de que ha sido uno de los personajes más controvertidos de la Historia de España, mereciendo la atención de los historiadores, que le han dedicado juicios de todo tipo.
Su hijo primogénito Fernando fue su sucesor y por tanto sexto duque de Alba, nacido en 1595 y muerto en 1667. Casó en 1612 con Antonia Enríquez de Ribera, hija del marqués de Villanueva del Río, que poco después heredaría el título. Este matrimonio presenta una curiosidad, ya que los Alba heredaron la casa sevillana de los citados marqueses, el palacio de las Dueñas, destinado a adquirir una gran importancia en el futuro familiar. Este duque tampoco representó un papel activo en el escenario político de la España de su tiempo, pero al menos pudo vanagloriarse de haber sido mecenas de escritores como sus antepasados, ya que Calderón de la Barca estuvo a su servicio durante varios años.
La línea principal de los duques de Alba terminó con el duque Antonio Martín y la herencia recayó en el hermano de su padre, Francisco de Toledo. Francisco, también segundón, había hecho un matrimonio muy ventajoso con Catalina de Haro y Guzmán, posiblemente el mejor partido de la época, ya que esta señora era la titular del marquesado del Carpio, del ducado de Olivares y del condado de Monterrey, además de otros títulos de menor importancia nobiliaria. Nuevamente los avatares del destino iban a propiciar que este matrimonio reuniera una ingente cantidad de títulos y la curiosa paradoja de que, si bien los titulares de la Casa de Alba no habían representado una papel importante en la Historia de España del siglo XVII, los laureles familiares nuevamente reverdecían con la aportación de la Casa del Carpio, que podía vanagloriarse de contar entre sus filas nada menos que con el conde duque de Olivares y don Luis de Haro, cuyas figuras cubren prácticamente el reinado de Felipe IV o el hijo del último, Gaspar de Haro y Guzmán, sin duda el mayor coleccionista de su tiempo.
De esta unión nació María Teresa Álvarez de Toledo y Haro, con la cual por primera vez el título ducal de Alba recayó en una mujer, que casó con Manuel de Silva, conde de Galve.
El Duque de Huéscar.
El hijo mayor de ambos fue Fernando Silva Álvarez de Toledo, el famoso duque de Huéscar, ya que este fue el título que utilizó durante la vida de su madre. Convertido años más tarde en 12º duque de Alba, también con él se produjo un fenómeno de evidente significación sentimental ya que el apellido Toledo, el primero del linaje y usado desde muchos siglos atrás, pasaba a un segundo término al ser sustituido por el de Silva, propio de su padre. Había nacido en Viena en 1714, durante el exilio de sus progenitores. De retorno a España, inició largas y fecundas carreras militar y diplomática que le harían alcanzar los empleos más altos del ejército español y con treinta años, ya era embajador extraordinario en la corte de Versalles. En adelante desempeñó importantes destinos diplomáticos, como embajador en París y posteriormente, ya de regreso en España, el importante oficio cortesano de mayordomo mayor de palacio durante los últimos años del reinado de Fernando VI.
El duque Fernando solo casó en una ocasión, quedando viudo muy pronto y de su matrimonio nació su hijo Francisco de Paula, duque de Huéscar, destinado a suceder a su padre. No obstante, éste murió en 1770, aunque a su muerte dejaba una hija nacida en 1762, María del Pilar Teresa Cayetana.
Por intereses de linaje, su abuelo concertó su boda con un cercano pariente, José Álvarez de Toledo, duque de Fernandina y marqués de Villafranca, con lo cual, además de organizar un matrimonio en el que se juntaba dos personas que reunían en sus manos un gran número de títulos nobiliarios, conseguía devolver al tronco de los Alba el apellido Toledo, a la sazón perdido desde dos generaciones atrás. Ambos eran personas cultas y refinadas, pero la duquesa se convirtió en personaje de leyenda y objeto de habladurías que alcanzaron una enorme difusión, como sus diferencias con la reina María Luisa, los amoríos con Goya o la posibilidad de haber sido el modelo de las famosas Majas. Éstas y otras circunstancias de su vida han servido de argumento a multitud de novelas y películas que a lo largo del tiempo han especulado sobre su vida y, fundamentalmente, las causas de su muerte.
Los Berwick-Alba.
La duquesa falleció sin descendencia en 1802 y la sucesión del ducado de Alba y los otros títulos agregados recayó en su sobrino Carlos Miguel Fitz-James Stuart, 7º duque de Berwick, miembro de la familia descendiente de la reina María Estuardo de Escocia y cuyos antepasados se habían establecido en España a principios del siglo XVIII, consiguiendo el título español de duques de Liria.
Sin embargo, para hacerse cargo de los intereses familiares permaneció en España su hijo Jacobo, 2º duque, también militar y diplomático, que casó con Catalina Ventura Colón de Portugal, a la que el azar del destino convertiría en duquesa de Veragua después de la muerte de su hermano, con lo cual, durante la mayor parte del siglo XVIII, unos recién llegados a la escena nobiliaria española como los Stuart, ostentaron además de sus títulos propios, el ducado de Veragua que los enlazaba con el descubridor de las Indias.
El sucesor en títulos y dignidades fue Jacobo Fitz James Stuart, 3º duque de Berwick, que mandó erigir el palacio de Liria de Madrid. Sus inmediatos sucesores fueron personajes que murieron muy jóvenes sin haber tenido ocasión de destacar en ningún ámbito político ni militar.
Finalmente, el séptimo duque Carlos Miguel ha pasado a la posteridad genealógica, ya que con él tuvo lugar la unión de las casas de Berwick y Alba en 1802 como consecuencia de la muerte sin descendencia de su lejana pariente, la duquesa de Alba. Con este personaje comienza una época en la historia familiar que llega hasta nuestros días, ya que los viejos apellidos españoles que siempre acompañaron a los duques de Alba, desaparecen para ser sustituidos por el de Fitz-James Stuart.
Los duques de Berwick y Alba del siglo XIX son personajes de poca relevancia histórica, ya que en general no mostraron un gran interés por la actividad política, aunque dado su prestigio nobiliario, continuaron manteniéndose en un plano destacado de la sociedad de su tiempo. El primer titular de ambos ducados, el duque Carlos Miguel, fue un personaje culto que residió varios años en Italia, demostrando siempre un vivo interés por el Arte en sus distintas manifestaciones, también mecenas de artistas y creador de una gran colección de arte que, afortunadamente, todavía se conserva en buena medida.
Su hijo y sucesor en el ducado, Jacobo Fitz-James, octavo duque de Berwick y décimoquinto de Alba, que fue alcalde de Madrid, casó con Francisca Portocarrero, condesa de Montijo y hermana mayor de la famosa emperatriz de los franceses. Esta unión significó un nuevo hito en la historia nobiliaria española, ya que en virtud del matrimonio nuevos títulos nobiliarios vinieron a aumentar el acervo nobiliario de la casa. Dentro de esta etapa merece un recuerdo especial Rosario Falcó, condesa de Siruela y mujer del décimosexto duque Carlos Fitz-James Stuart, por su relieve cultural, ya que fue la promotora de empresas históricas, como la organización del Archivo familiar y, sobre todo, la edición de documentos, entre los que merece una mención la documentación colombina.
Finalmente, ya en el siglo XX, la actividad política de la Casa de Alba, tan apagada durante el siglo XIX, adquiere una nueva significación gracias a la figura de don Jacobo Fitz-James Stuart, 10º duque de Berwick y 17º duque de Alba, nacido en 1878. Su gran amistad con Alfonso XIII le obligó a desempeñar numerosos cometidos durante su reinado, además colaboró de forma entusiasta en muchas de las empresas culturales que tuvieron lugar en España durante la primera mitad del siglo XX. Académico de las Tres grandes Academias españolas y director durante más de venticinco años de la Real de la Historia, colaboró activamente con el Comité Hispano-Inglés y con la Residencia de Estudiantes. También intervino activamente en la política española de su tiempo, llegando a desempeñar el cargo de ministro de Estado durante el gobierno del general Berenguer. Posteriormente fue embajador de España en Inglaterra desde 1938 hasta 1945, aunque las desavenencias con el general Franco a causa de la restauración monárquica en la persona de don Juan le hicieran alejarse del Régimen.
A don Jacobo se debe el inicio de las obras de reconstrucción del Palacio de Liria, destruido en los primeros meses de la Guerra Civil, aunque lamentablemente no pudo ver culminados sus esfuerzos al morir en 1953.
En 1920 casó con María del Rosario Silva y Gurtubay, marquesa de San Vicente e hija única del duque de Híjar, don Alfonso Silva y Campbell. De este matrimonio nacería la actual duquesa de Alba, Cayetana Fitz James Stuart y Silva. De nuevo un matrimonio va a significar la incorporación de nuevos títulos nobiliarios, alguno de la relevancia del ducado de Híjar, sin duda el más importante del reino de Aragón, después de la muerte de su abuelo paterno en 1955.
La actual duquesa es por tanto 18ª duquesa de Alba, 11ª de Berwick, 18ª de Híjar y de una larga lista de títulos nobiliarios. A lo largo de su vida, doña Cayetana ha venido desarrollando una activa labor de colaboración con entidades preocupadas por el porvenir de los más desfavorecidos. Desde una perspectiva cultural, no cabe duda de que la duquesa de Alba ha sido la promotora de distintas inciativas de gran importancia, al culminar la reconstrucción del Palacio de Liria, convirtiéndolo en un magnífico museo en el que se expone el legado artístico de sus antepasados y las obras de arte que ha ido adquiriendo; también la restauración del Palacio de Monterrey de Salamanca y sin duda alguna una iniciativa que reviste gran interés cultural, la constitución de la Fundación Casa de Alba, encargada de velar por la conservación y difusión de su patrimonio artístico y monumental.
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