Valencia
Buñuelos & Fallas, ¿quién no se atreve?
Clásicos hasta decir basta, dulces de sartén crujientes que acaparan todas las portadas callejeras, mientras coquetean con el aceite
Clásicos hasta decir basta, dulces de sartén crujientes que acaparan todas las portadas callejeras, mientras coquetean con el aceite
El buñuelo aterriza, por todo lo alto, en el esperado trailer gustativo de las Fallas. Sometemos al protagonista a una sesión de control, extendida por doce puestos ambulantes donde nos citamos ininterrumpidamente.
Veteranos golosos y curiosos desmemoriados, sumamos fuerzas, empeñados en resucitar el consumo del buñuelo, fuera del capítulo festivo. La contagiosa e incontrolable fiebre se apodera de nosotros, mientras los puestos ambulantes forman una tupida red que da el pistoletazo de salida al paisaje callejero.
Con velocidad de crucero, a docena por puesto, cubrimos las primeras etapas. Los buñuelos de calabaza acaparan todas las portadas callejeras. La participación ciudadana acredita sensibilidad al producto. La dramática deriva del aceite, de épocas pretéritas y posterior corrección, juega a favor de nuestros intereses. Los primeros datos son irrefutables. Han mejorado.
Es evidente que se ha producido un gran cambio. Otros se enquistan en la negación de la evidencia, al no haber superado experiencias pretéritas. Aunque prudentemente argumentan. «Aún queda mucho. Cada puesto es un mundo».
La alegría con la que se proponen o descartan sugerencias nos resulta tranquilizadora. Nos llega una resuelta y efectiva docena. Chatos, enchumbados, esponjosos, blandos, pero por encima de todo, dorados, sin presencia reiterada de aceite. Frutas de sartén como apelación cervantina. Otros coquetean con el puntillismo, hasta provocar comentarios... «Crujientes sí, pero un pelín».
Tras las primeras experiencias positivas, somos azotados en la quinta visita por la sobreexplotación aceitosa. Mientras nuestros paladares son diezmados, huimos a la carrera. «Correr es de cobardes» nos gritan.
Tomamos las riendas del grupo para sobreponernos a los buñuelos malsanos y, de ese modo, ejercer una especie de papel de «coach» de autoayuda gustativa.
Lo volvemos a intentar. Olvidado el encuentro anterior, tras probar otro buñuelo, las heridas gustativas sufridas por nuestro paladar cicatrizan.
La siguiente parada. Se merece un mayor reconocimiento, pero «gracias al líquido elemento» pasa casi de puntillas.
La jornada transcurre sin sorpresas. Reina la división jocosamente teatral. Se escenifican las diferencias.
El tema redundante ahora es el cacao lubricante. El problema como insinúan es el chocolate. Lo que sigue es un simpático y efectivo ajuste de cuentas con aspiraciones anisadas. Se impone una copa de anís como acompañante, otros piden cazalla. Regreso al pasado. «Ya era hora».
Operación nostalgia
El permanente aceite humeante que se extiende fuera del kiosco portátil, se instala en nuestra ropa. El corto recorrido posterior provoca la consolidación del toque ahumado.
La octava y novena entregas, son compartidas por buñuelos fronterizos, texturas borrosas, dignos para paladares somnolientos.
La penúltima parada abrocha la gira. Clásicos hasta decir basta, perfectos en la ejecución, con el toque crujiente justo. Y eso se nota. Mezcla de parodia gustativa y prueba documental, el punto final de esta gymkana, nos retrata cerca del coso taurino, al probar el enésimo buñuelo. Alguien afirma. «En peores plazas hemos toreado».
La tragedia gustativa itinerante de años pretéritos, se convierte, hoy por hoy, en prueba superada. La calidad comienza asomarse sin timidez. Pero no bajen la guardia. Extremen su atención.
Dispensen una gran acogida al buñuelo callejero, pero tengan cuidado ahí fuera. No todo vale.
Bunyol d’or, gourmet
Hay buñoleros que habitan su propio mundo dulce, y cuyas creaciones son una postal gustativa enviada desde su universal ADN. Mariano Catalán es un buen ejemplo. Sus buñuelos se han convertido en el arquetipo evocador del tradicional dulce de sartén valenciano. El Contraste (San Valero, 12 ) prepara buñuelos con el carisma culinario y la personalidad que ha caracterizado a cinco generaciones. Irresistibles, sin coartadas azucaradas. Un buñuelo gourmet que sobresale con grandilocuencia frente a los puestos ambulantes. En pleno corazón de Ruzafa, encontramos buñuelos artesanos de calabaza, sin rastro de aceite. El chocolate al punto, hace el resto. Bunyol d’or.
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