Gastronomía
Mira el reloj, son las vermut en punto
El vermut sobrevive y late con fuerza año tras año y vida tras vida
El vermut sobrevive y late con fuerza año tras año y vida tras vida
El vermut ha vuelto, desperezado entre cajas, sifones, grifos y vasos de café largo. El vermut ha vuelto con las cangrejeras, los pantalones de pitillo arremangados, las camisas de estampados de palmeras, las gafas redondas y el pelo largo infinito. El vermut ha vuelto con los manteles de cuadros, los hules de floripondios, los vasos color caramelo y los platos blancos con ribete azul. El vermut ha vuelto con el mismo sabor que le hacía sonreír a mi abuelo, achinando los ojos mientras rasgaba del palillo la gilda con los dientes. El vermut ha vuelto con todo, a mesa puesta, para lucirse. El vermut ha vuelto con la fuerza con la que vuelven las cosas que nunca se han ido.
Para mí volvió hace unos 5 años, en la barra de una taberna del Barrio de Las Letras. Me miré la muñeca y no llevaba reloj, pero si de algo estoy segura es de que eran exactamente las vermut en punto. Da igual a dónde apunten las manecillas, no importa si es lunes. Qué más da si después de secar con la mano el cerco que ha dejado el vaso en la barra tengo que volver a trabajar. O qué importa si es domingo por la tarde, está lloviendo y no tengo una axila que me haga de cabaña.
Da igual el inventario al que está sometido el mundo, la situación sentimental que tengas en facebook o el momento del día en el que te encuentres, en cualquiera de los casos la hora del vermú siempre marca el pulso de un sábado a mediodía.
Ojalá siempre, señor vermut, me hagas viajar desde la base de mi lengua hasta el pinar de San Telmo (Mallorca), con las paellas en el campo, las sillas plegables, el renault 12 verde, los vasos de plastiquete, las aceitunas con anchoa y las chanclas adidas. Ojalá cada sorbo de cualquier vermut me lleve de viaje alrededor de aquella mesa plegable en la que apoyaban los codos y esparcían las risas los que me han visto crecer.
El vermut, sinceramente, debería ser medicinal como la coca cola en sus tiempos. Desconozco si ha hecho sus pinitos en este área, pero lo que os aseguro es que cura. Locura todo. Un vermut me afloja las piernas y la risa, me pone alegre y me lleva a la calle Huertas o a la Bodega Ardosa. Un vermut y unas croquetas de cabrales, un pincho de tortilla y una buena ración de risas.
En mi cumpleaños de hace unos años, unas compañeras me regalaron una caja en la que ponía ‘Kit se supervivencia para la hora del vermut’ y en el interior había todo tipo de herramientas de Espinaler que me harían, durante las próximas semanas, la hora del aperitivo muchísimo más alegre. Ellas son las culpables, entre otras relaciones vermutiles que había tenido con anterioridad, de mi pasión y mi amor por la hora del vermut. Y creo firmemente que así como no falla el botiquín en el segundo cajón del baño, no puede faltar en buen kit de supervivencia para la hora del vermut en el armario de la cocina porque es como ponerle una tirita a la rutina.
Todo kit que se tercie debe tener: una botella de vermut, unas patatas fritas, un poco de queso de ese que estremece los carrillos, unas aceitunas, unas anchoas, berberechos, almejas o lo que surja. Gloria bendita. La hora del vermut es gloria bendita. En verano en el chiringuito, en invierno al lado de la chimenea, en casa, en la bodega, en el campo o en casa de la abuela. Salud.
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