Hollywood

Angelina y Brad, a la caza del bobo

Un documental amenaza con poner al descubierto la farsa del matrimonio formado por la pareja de actores, quienes ya vivían separados antes de anunciar su divorcio

RETRATADOS. Según el autor, lucirán como una dupla de avariciosos oportunistas
RETRATADOS. Según el autor, lucirán como una dupla de avariciosos oportunistaslarazon

Un documental amenaza con poner al descubierto la farsa del matrimonio formado por la pareja de actores, quienes ya vivían separados antes de anunciar su divorcio

La especie es bien conocida: la de los periodistas sabuesos. Con nulo interés por los matices, publican biografías con el machete a punto. Albert Godman, que primero ajustició a Lenny Bruce y Elvis Presley y posteriormente a John Lennon, marcó la pauta: relatos con profusión de datos y abundantes testimonios de amigos, amantes, parientes y empleados. Siempre y cuando los testigos revelen aspectos negativos del biografiado. Esto, los matices... ¿Quién quiere matices? Estamos ante la versión literaria del juicio sumarísimo, no frente a tratados biográficos con pretensiones de objetividad o enfoque ecuánime. Con el auge del cine documental era cuestión de tiempo que al rebufo de las películas amables (tipo «Imagine», el docu sobre Lennon con las bendiciones de Yoko) teledirigidas por los mánagers (Jeff Rosen, apoderado de Bob Dylan, suministró a Martin Scorsese las entrevistas que éste empleó en la por otro lado vibrante «No direction home») o turbulentas (la sensacional «Amy») llegaran los enterradores. Los buitres. Los francotiradores con apetito de escándalo. Los pepito grillos que escarban entre cenizas y pasan los relatos por la máquina de hacer puré. Adictos a la adrenalina, odiadores profesionales, fanáticos de quién sabe qué vengativas religiones que les permiten pontificar y hacerse los puros. Gente que considera como algo personal, casi una afrenta, cada tropiezo vital de sus ídolos. El último en esta oscura lista de verdugos se llama Ian Halperin. Anuncia que está dándole los últimos toques a un documental dedicado al divorcio de Angelina Jolie y Brad Pitt donde lo cuenta todo. Todo lo malo. Todo lo sucio. El montaje, al parecer, de una separación gestada mucho antes. Retrasada para que coincidiera con el momento óptimo de cara a ordeñar a las publicaciones del «cuore» y otras máquinas de hacer y devorar heces. En el proyecto de Halperin la pareja de actores lucirá retratada, a juzgar por las declaraciones del propio autor, como una dupla de avariciosos oportunistas. Encantada de hacer pitanza y sacarle provecho a la tierna ingenuidad de los fans. Ay, los pobrecitos fans. Los que «piratean» cuanto pueden y despotrican en las redes sociales. Los mismos que luego, en un arranque de conmovedora virtud, lloriquean si la princesa del cuento les sale tan puta como ellos. Entre las obras del tal Halperin destaca una biografía de Michael Jackson. Hay que reconocerle que, en el caso de Wacko, ya anunciaba su final antes de que el rey del pop palmara en vísperas de sus cincuenta mil conciertos programados en Londres. Pero, que yo recuerde, Halperin especuló con enfermedades genéticas, trasplantes de pulmón y otros exóticos males: para deshonra de su instinto, supuestamente infalible, a Jackson lo arrastró una prosaica sobredosis de drogas.

Ahora, con ocasión del divorcio de la pareja más mediática de Hollywood, el bueno de Halperin anuncia que ha entrevistado a un montón de gente, y también, ¿también?, a tipos que, por cuestiones de camaradería o trabajo, conocen sus intimidades. Perfecto para redoblar los enojados grititos que ya imagino saliendo del pecho de una audiencia atribulada. ¡Pero, cómo se atreven! ¡Una separación orquestada! ¡Una vulgar maniobra para exprimir periódicos! ¡Si hacía años que no podían ni verse y ya ni dormían juntos! ¿Saben?, me alegraría de que así fuera. Sería delicioso que el divorcio hubiera sido planificado para birlarle unos dólares a un público que va de moralista y reprueba en internet cada error de las «celebrities». Le estaría bien empleado. Por chismoso. Por cutre. Por cansino. Por bobo. Qué sopor verse en la tesitura de explicar a los adultos que la vida privada del vecino no les pertenece. Que si a pesar de todo insisten en conocerla, si son incapaces de evitar el morbo de espiar tras los visillos y la urgencia repugnante por otear desde sus mirillas, si necesitan el gusto de saberse superiores que siempre proporciona la contemplación de la debilidad ajena, entonces sus vecinos harán muy bien en torearles. Como si ellos, la noche en que deciden separarse, la mañana en la que acuden al acto de mediación, no acumularan ya varios años, a veces lustros, incluso décadas, de proyectar al detalle la ruptura, de contemplarse ante el espejo con cara de recién estrenados y saludar al juez en el momento de gritarse adiós muy buenas.

Como si de verse en la piel de Angelina y Brad, y no caerá esa breva, queridos, no aprovecharían la tontería ambiente para abrocharse unos euros. Blanche Dubois confiaba en la bondad de los extraños, pero acertó de lleno al explicar que ella, en lugar de la verdad, decía lo que merece serlo. Igual que algunos, uh, expertos. En la era de la posverdad, posbiografías.