Arturo Fernández

Arturo Fernández: «El mayor servicio que podría hacer Sánchez es convocar elecciones»

Camino de cumplir 90, mantiene el éxito con «Alta seducción».

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Camino de cumplir 90, mantiene el éxito con «Alta seducción». «Sacar a Franco del Valle de los Caídos es una forma inconsciente de homenaje. Ahora le han resucitado. Es surrealista», afirma.

Disculpen que no sea nada original y que, como cualquiera de ustedes, haya caído rendida a los pies de Arturo Fernández. Por su educación, por su talante y su elegancia, que, por cierto, va más allá de la ropa que se pone y tiene más que ver con aquello que decía el Cardenal Newman: «El hombre elegante nunca hace daño a los demás». Así es él. No es de extrañar que lo suyo sea «Alta seducción».

–Continúa usted triunfando, desde hace varias temporadas, en el Teatro Amaya de Madrid con «Alta seducción». ¿Cuál es el secreto de su éxito?

–Creo, sinceramente, que es el haber hecho del público mi prioridad. Intentar no defraudarle. Tuve la inmensa suerte, hace ya mucho tiempo, de entender lo que esperaba el público de mí y a ello me dediqué, intentando darles eso: alta comedia. Así, siendo fiel, el público te premia con su fidelidad.

–Hace unos meses leí que decía que jamás había recibido una subvención y que se sentía orgulloso. ¿Por qué?

–No la he recibido, básicamente, porque jamás la he pedido. No creo en ellas. Salvo que se trate de montajes de incuestionable interés general, cuyo coste sea inasumible para la iniciativa privada (léase clásicos con un enorme reparto). Y lo digo yo que puedo presumir de llevar los montajes no musicales más caros de la escena española. Las subvenciones son un semillero de amiguismo, clientelismo político y otros intereses... Además, van en contra del mérito, del esfuerzo y, demasiado a menudo, las aprovechan vagos y vividores del cuento. Me siento muy orgulloso de no haber recibido más subvención que la del público.

–Arriesgando el dinero propio en el teatro, ¿uno llega a los 89 años con unos ahorritos suficientes como para poder dejarlo cuando le apetezca?

–Seguro que podría dejarlo y vivir con cierta holgura, pero no me apetece, al menos mientras la salud me lo permita.

–Tiene una genética escandalosa. ¿Cómo se conserva? Comparta su secreto.

–Sí, tengo muy buena salud. Pero no hay secreto (y de haberlo sería eso: un secreto y como tal no difundible). Creo que tengo una buena herencia genética y nunca he sido una persona de excesos. Quizá la receta sea estar a gusto conmigo mismo y ser feliz. Aunque alguien dijo que ser feliz es un estado reservado a los tontos. ¡Pues soy benditamente tonto!

–¿Está a favor o en contra de los retoquitos estéticos? ¿Se los ha hecho? ¿Se los haría?

–Me cuido y estoy absolutamente a favor de los retoques estéticos hechos con mesura.

–Usted vivió la guerra civil de muy niño. ¿Tiene recuerdos?

–Claro que los tengo, aunque desde la mirada inconsciente de un niño para el que todo es un juego. Sí recuerdo las carencias, las alertas, la partida apresurada al exilio de mi padre en un barco que zarpó a la par que otro que fue bombardeado, donde no sobrevivió nadie. Hasta que mi padre no pudo comunicarse no sabíamos en cuál de los barcos iba. También recuerdo las revueltas que precedieron a la guerra. Y lo recuerdo para transmitir a mis hijos que es una historia que jamás debería repetirse.

–¿Y conserva rencores?

–En absoluto. De uno y otro lado, todos tuvieron/tuvimos pérdidas. Mi padre, que era líder de la CNT de Gijón, me dio muchas lecciones de lo inútil que es el rencor. Recuerdo que las checas cenetistas querían fusilar a un padre y dos hijos menores, que habían sido denunciados por algún vecino por ir a misa. Mi padre se enfrentó a ese tribunal popular del que formaba parte y les dijo: «Si esa es la razón, yo he sido monaguillo». Cuando tuvo que exiliarse, esa familia nos ayudaba a subsistir con los productos de su huerta. Después de 19 años de exilio mi padre volvió a España y nadie le persiguió ni le señaló, mantuvo sus derechos como trabajador del ferrocarril de Langreo. No, al acabar la guerra no existía el rencor. Queríamos superar el drama vivido, todos éramos víctimas.

–¿Qué opina de esta mirada al pasado de la Memoria Histórica?

–Que es el peor legado de Rodríguez Zapatero. Los enfrentamientos entre hermanos de la Guerra Civil estaban olvidados. Hubo víctimas igual de inocentes en ambos lados y la historia no puede reescribirse de forma partidista. Me gusta mucho más el proyecto de la Ley de la Concordia, pero quizá ya sea tarde, pues han reavivado lo peor de nosotros mismos: los rencores.

–¿Y de que saquen a Franco del Valle de los Caídos?

–Es una forma inconsciente de homenaje. Franco murió en la cama. Estaba ya en la historia, no en nuestras vidas. Y ahora, unos personajes que ni siquiera le conocieron vivo, ¡le han resucitado! Es surrealista.

–¿Cómo ve la España de Pedro Sánchez?

–Con mucha preocupación. El mayor servicio que podría hacer a España el presidente Sánchez es convocar elecciones y no mantenerse gracias a esas coaliciones «Frankenstein» con las que gobierna y que le obligan a incurrir en una contradicción tras otra.