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Cincuenta años en España de la reina de las portadas

Preysler tenía 17 años cuando aterrizó en nuestro país, y tras divorciarse de Julio Iglesias se convirtió en una mujer fuerte y resolutiva.

Cincuenta años en España de la reina de las portadas
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l aniversario merece redoble de tambores, ya que es todo un acontecimiento histórico. Entonces Preysler soltó, cual indignada Escarlata O'Hara, un «¡no volveré a pasar hambre!» cuando rompió con Julio Iglesias después de darle tres hijos y padecer permanentes humillaciones constantemente aireadas por la que se decía su vecina y amiga. El consejo de Carmen Martínez-Bordiú moldeó su carácter. Ella convirtió en fuerte y resolutiva a quien llegó desde su Filipinas natal con poco más de 17 años y el objetivo de casarse. De aquello se celebra ahora medio siglo. Isabel fue buena alumna, aprendió y tuvo prisa en liberarse de un yugo marital que hubiese hundido a otras de menos ímpetu. Modosa, sí, pero no tontarrona ni frívola como otras. La creían presa fácil, venida a menos por una ruptura traumatizante en aquella España, pero les dio sopas con onda y su aparente fragilidad oriental dio paso a una mujer con temple. De ahí que sus amenazas no fuesen baldías ni papel mojado: «¡Pronto tendré más portadas que tú!», pronosticó, batiendo lo más débil de Julio Iglesias. La vanidad siempre fue su punto flaco.

Más tarde, infartó ver a Isabel unirse a la grandeza nobiliaria y personal del marqués de Griñón. Decían que «perdieron los papeles», qué poco saben del amor. Fue un remate aumentado por el encanto de Tamarita Falcó, mientras que Chábeli nunca superó llevar tan pesado apellido. El secuestro del doctor Iglesias precipitó por miedo y precaución aconsejadas por el Gobierno la radicación en Miami de Chábeli, Julio José y Enrique, que aún no era competencia de su padre, quien siempre bromeaba con las aspiraciones artísticas de su joven hijo. Nunca creyó en él, un muchacho tímido, callado, discreto, que vivía en la sombra y que acompañaba a su madre a los eventos y salía a bailar con ella. Recuerdo una cena del círculo español de Miami donde ella recogió el premio a Porcelanosa y pasó la noche zarandeando a Enrique para que la escondiese de mí. Lo encontré ridículo, no era para tanto.

Desplante en París

Creo que aún mantiene aquel trauma, aunque Julio nunca le perdonó los desaires a su trabajo, como cuando debutó en el Lido e Isabel se presentó durante el descanso tras hacerla alojar en el Hotel Ritz de la Place Vendôme. Julio no le habló en toda la noche, un papelón para los invitados, como ocurrió en su primera ida a Sanremo para «La góndola de oro». Fuimos a mirar jerseys de cachemir para Julio (cuando todavía no se encontraban en el mercado de los chinos), que quería media docena. Preysler, delante de nosotros, le reprochó su mal gusto: «¡ Has escogido los más feos, a quién se le ocurre!». No daba puntada sin hilo, vengando así otro tipo de afrentas insuperables.

Ella nunca entendió ese rifirrafe constante producido por la vergüenza que Julio, solo aparentemente un joven modosito de Acción Católica, sufrió al embarazarla. Por eso Chábeli nació en Lisboa. Pusieron tierra por medio para distanciarlos del malévolo runrún madrileño, una sociedad hipócrita y ridícula donde casi todas las familias presumían de tener querida. Era señal de distinción. Podría dar una lista, casi guía telefónica, pues nadie lo escondía. Cuando la esposa y la amante coincidían en fiestas madrileñas, habitual en los veranos «en familia», parecía un vodevil de Feydeau.

Se debería montar un programa alegórico que realzara este medio siglo que Isabel lleva con nosotros, deslumbrando con su fina estampa. No he visto mujer que fumase con tal elegancia. Verla coger el pitillo era un juego de seducción no sé si espontáneo. Suponía una lección de elegancia, también desplegada en sus conjuntos más simples que estridentes. Nunca apabullan porque elige tonalidades claras. Se mantuvo inteligente en el otro extremo, más de pasarela, que Naty Abascal, todavía «la más», como pudo verse anteanoche en una curiosa y variopinta reunión que hizo Maribel Yébenes con sus clientas en el Hotel Palace.

Una leyenda viva

Isabel se acostumbró a ser carne periodística. Nunca descompuso el tipo, tuvo un gesto desfavorecedor ni soltó su inexpresiva, sofisticada y cómoda sonrisa. Vargas Llosa es también el remate, mucho más digerible que Miguel Boyer, otro de los dos matrimonios que deshizo, como el del Nobel y Patricia. Se cumplen entonces cincuenta años de gancho, aguante, influencia y poderío, muchas veces en la sombra. Dicen, por ejemplo, que casada con el ministro se enriqueció trajinando la venta al Estado de Loewe. Será una leyenda, pero ahí continúa –envidiada, seguida, inexplicable– medio siglo después.

Hoy todavía presume de hombros perfectos felizmente emparejada con el hispano-peruano. No creo que acaben dándose el «sí, quiero», como muchos presuponen que desea hacer el octogenario escritor. Ahora está escondido para poder sacar adelante su nuevo libro, que ya tarda, mientras Isabel juega al sí pero no tan constante en su brillante vida, donde igual realza una cita internacional que se deja ver acunando en EE UU a su descendencia. Genio y aún mucha figura. Si este es el planificador sentido oriental de la vida, Isabel es su más duradero, exquisito y armónico ejemplo, lo mismo ante los Reyes, anunciando bombones o de rústica marquesa en Malpica.