Artistas

Cuando Raquel Mosquera era «la otra»

Nunca hubo una buena relación entre la hija de Pedro Carrasco y su segunda mujer. No entendía el flechazo de su padre ni su sorprendente boda y su postura fue de descarado rechazo

Raquel Mosquera, Pedro Carrasco y su hija Rocío
Raquel Mosquera, Pedro Carrasco y su hija Rocíolarazon

Nunca hubo una buena relación entre la hija de Pedro Carrasco y su segunda mujer. No entendía el flechazo de su padre ni su sorprendente boda y su postura fue de descarado rechazo

Irreconciliables y en eso siguen. La Carrasco nunca entendió el flechazo de su padre. Comparaba, cualquiera en su caso. Incluso habiendo vivido y padecido las broncas en La Moraleja. Era un chalé no muy grande, al que se accedía por un pequeño jardín donde el boxeador, en cada cumple de su niña, organizaba un mini-circo y hasta un «toro» al que subíamos. Siempre lo hacía a primera hora de la tarde, lo que, tras el aporreador galope, permitía un cordial picoteo lleno de bromas donde era imprescindible el maltratado Juan López de la Rosa. Era un todoterreno en la familia, hoy casi olvidado, aunque en el cementerio de Chipiona está al lado de la cantante. Él crió a Rociito mientras mamá viajaba. Su nicho sobrepasa la pretenciosa no muy buena escultura que la perpetúa en un cante grande. Dominaba varios estilos flamencos sobresaliendo los fandangos de Huelva. Nacieron en el Alosno, donde lo hizo Pedro a ritmo de fandangos típicos de allí. Es su cuna. También fue escenario de su boda con Raquel. Resultó menos tumultuosa que la realizada en Chipiona con Rocío, aflamencada aún más bajo cinco volantes de piqué blanco, diseño de los Herrera y Ollero.

Pedro y Raquel protagonizaron sorprendente y rauda boda. De ahí lo mal que lo digirió la hija aunque, obligada, acabó amadrinándolos. Recuerdo las calles del pueblo con alfombras de ramas de laurel, el atardecer y hasta la emoción de la contrayente. Los separaban 26 años y todo un mundo. Rocío era mayor y menos famosa que él. Raquel parecía otra, bajo su floreado escote redondo. Resplandecía nerviosa. Pedro estaba más acostumbrado y tampoco faltó el ahora exhumado tito Antonio apadrinador. La ruptura entre Carrasco y Jurado nos sorprendió a todos y el día que se anunció yo publicaba crónica con título nada premonitorio. «Rocío y Pedro, una pareja de por vida». Nunca superé aquella profecía tan fallida sin el ojo crítico de Rappel, Esperanza Gracia o Cristina Blanco, que enseguida se enroló en el bando de «la niña» y subvencionó su exilio de Argentona con Antonio David. La exprimieron. Rociito no escondía su repudio refiriéndose a Raquel como «ella», «esa» o «la otra». Nos dejaba pasmados entendiendo que era tan salvavidas para el campeón como el muestrario joyero de Viceroy que para ganarse la vida le dio su amigo Juan Palacios. Lo recordé la otra noche, cuando Penélope estrenó el primer documental que dirige ante la Carrasco desafiadora, enfrentándose y reapareciendo. Mientras, Fidel huía por la puerta trasera, –qué valor– evoqué el festín que, jaleador, no llegó a cómo Chipiona se volcó en el primer enlace ante la Virgen de Regla, la que ahora asiste desde las alturas a ver cómo la utilizan para sus batallas familiares. No hubo casualidad de días. Tan sólo maldad, premeditación y alevosía. Incluso asustó a la novia arrancada del coche de caballos por el entusiasmo popular que gritaba: «¡No me caso, no me caso!», ante el santuario erigido un l3 de octubre. Se aproxima su aniversario. En el florido triunfo de mayo, glorificando el buen amor de los novios, estuve tras el oficiante. Tuve al lado a una Pantoja entonces devota de Jurado y a Paquita Rico, que acabó por el suelo no empujada. Ante la postura excesivamente panoli o ingenua de Raquel, crecía el descarado rechazo de la que iba a ser su hijastra. Nunca la llamó así y se refería a «la niña» o «tu hija» porque era, es, buenaza rechazada y objeto de burlas que tuvo su huerto de los Olivos alimentado por varios frentes. Ella lo aguantó todo sin mostrar desagrado público, acaso mamado en los años que hacía manicura a la exigente clientela del «Ritz». Tenía una afectuosidad que paralizaba a Pedro. Nos encandiló y hasta reprochábamos a Rocío el desapego que mostraba hacia ella. Pedro sufría en silencio y murió sin hablarse con su hija y pienso que la Jurado no ayudó a que se reconciliasen.

Entiendo el tardío desahogo televisivo de Raquel. «Me dio una patada en el culo cuando más la necesité. Pasó de mi pena pero se apresuró a pedirme el Rolex de oro de Pedro. Me fui con una mano delante y otra detrás», protesta tarde y mal. Aclaro que ella no tramitaba las visitas a plató como ahora difunden algunos ignorantes. El primer «Tómbola» compartido fue negociación de Pedro por necesidad económica. Entonces anunciaron engañando, porque así lo estipulaba el contrato, decir que esperaban un hijo. Eso encorajinó más a Rociito, ya camino de convertirse en la Rocío de hoy, altiva, tremenda y curtida que pasa de su familia.